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Enrique Coperías

Fiebre Aftosa. Las claves de una enfermedad

La fiebre aftosa es una de las enfermedades animales más contagiosas y temidas por los ganaderos, ya que causa importantes pérdidas económicas allí donde aparece. Está causada por el virus Aphthovirus, que pertenece a la familia de los Picornaviridae. Éstos se caracterizan, entre otras cosas, por tener un material genético formado no por ADN, sino por ARN. Aislado por primera vez en 1897, el agente viral de la fiebre aftosa ataca casi exclusivamente a animales de pezuña hendida, tanto domésticos como salvajes. Así pues, entre sus huéspedes preferidos se hallan todos los bóvidos, ovinos, caprinos y la totalidad de los rumiantes salvajes (ciervos y gamos) y suidos, como el jabalí. Los erizos también son susceptibles de contraer la enfermedad. El hombre raramente se infecta, pero puede transmitir el virus de forma pasiva en sus desplazamientos.

Hasta la fecha, los científicos han identificado hasta siete variedades del virus inmunológica y serológicamente diferentes: tipos O, A y C; tipos de territorios sudafricanos (SAT-1, SAT-2 y SAT-3) y tipo Asia-1. La capacidad de transmisión del Aphthovirus es más que asombrosa. El virus puede pasar de un animal a otro por contacto directo, a través del aire espirado, la saliva, las heces, la orina, la leche y el semen. También se sirve de los humanos para expandirse; los propios ganaderos hacen de vectores del virus al manipular los animales y los productos cárnicos. Pegado al cuero de los zapatos y los neumáticos de los automóviles, el agente viral puede viajar de un continente a otro en cuestión de horas, ya que puede vivir varios días en el medio externo. Los científicos han constatado que el Aphthovirus puede sobrevivir hasta 102 días en unas botas de goma, 29 semanas en un fardo de heno y 194 días en carne de vaca refrigerada y dos años en la leche en polvo. Por otro lado, el viento puede convertirse en su aliado y desplazarlo, especialmente en las zonas templadas, hasta 60 kilómetros sobre la tierra y 300 kilómetros sobre el mar.

Una vez que el animal ha contraído el virus, las primeras señales de la infección aparecen entre 2 y 14 días después. En los bovinos, los síntomas son patentes: Chasquido de labios, rechinamiento de dientes, salivación excesiva, babeo, cojera, pateo y coceo. Todos éstos están causados por la aparición, erosión y ruptura de dolorosas vesículas o aftas en las membranas de mucosas bucales y nasales, entre los epitelios de las pezuñas y la banda coronaria. A veces, la situación se complica y surgen erosiones en la lengua, deformación de los cascos, inflamación de las glándulas mamarias, miocarditis (una lesión del corazón), pérdida permanente de peso y abortos en hembras preñadas. La recuperación suele producirse en un plazo de 8 a 15 días. Ahora bien, el virus es especialmente agresivo en los ejemplares jóvenes; se cobra la vida de la mitad de los infectados. Las lesiones de la fiebre aftosas son menos patentes en ovejas y cabras, las heridas en las pezuñas pueden pasar incluso desapercibidas.

La identificación de estas lesiones no son suficientes para el diagnóstico fiable de la enfermedad. La confirmación viene dada siempre por pruebas de laboratorio, que permiten la identificación del Aphthovirus en muestras de tejidos contaminados.

Las medidas de control para la fiebre aftosa dependen del status sanitario que tiene cada país. En las zonas donde esta infección es endémica, como ocurre en partes de Asia, África, el Oriente Medio y América del Sur, la incidencia de la fiebre aftosa puede ser controlada por programas de vacunación. Una vacuna fabricada a partir de virus inactivados ofrece, seis meses después de las dos primeras vacunaciones, un cierto grado de inmunidad, dependiendo de la relación antigénica entre la cepa de la vacunación y la cepa del foco. En un número creciente de países, la inmunización de los animales es obligatoria; en otros, resulta voluntaria.

En las naciones que generalmente están libres de fiebre aftosa, como España y demás países comunitarios, ésta es erradicada por medio del sacrificio de los animales enfermos, recuperados y susceptibles de entrar en contacto con los infectados, seguido de la desinfección de los locales y del todo el material en teoría infectado (vehículos, ropa, artefactos...). El virus es sensible al hidróxido de sodio, el carbonato de sodio y el ácido cítrico. En estos casos, los animales sacrificados normalmente son destruidos por incineración o enterramiento. Hasta hoy, éste ha sido el método más eficaz para combatir un brote, al menos económicamente hablando.


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