El Aberri Eguna, o día de la “patria vasca”, es una más de las invenciones del nacionalismo. De corta tradición, se inició en 1932 para conmemorar la “revelación de Abando” con la que, en tonos mesiánicos, desde el prejuicio racista y el casticismo inquisitorial de la limpieza de sangre, Sabino Arana sintió la metahistórica iluminación nacionalista. Es decir, sin base alguna en la realidad.
Se eligió para la conmemoración la fiesta de Pascua de Resurrección en memoria o recuerdo del grupo de nacionalistas irlandeses que, en 1916, tomaron la oficina de Correos de Dublín. La conmemoración de un hecho histórico foráneo y de una melancolía juvenil, fruto de la frustración por el fracaso del integrismo católico carlista, es una amalgama suficientemente caótica que muestra las graves carencias intelectuales del proyecto de la “construcción nacional” ex nihilo y el factor de conflicto que ello representa.
Desde esas confusas bases se comprende, aunque no se justifica, que el PNV haya convertido este año la jornada en una denuncia, en la misma balanza, tanto de Eta como del Gobierno. Mientras, los terroristas atentaban contra una concejal de UPN de Villaba.
La denuncia de una “criminalización” del nacionalismo es un victimismo invertido y perverso. No responde a los principios de la lógica ni del sentido común. Más debía aclarar el PNV el hecho de que haya podido estar aliviando del “impuesto revolucionario” a sus afiliados y militantes, en una de las innumerables formas en las que el PNV se ha beneficiado de la violencia y del asesinato de casi mil víctimas. Los sarcasmos nacionalistas ni son ya creíbles ni hacen gracia. El PNV ha gobernado con los votos de Eta. ¿O es que encima debemos compadecerlos por ello? La ideología del PNV está tan anquilosada que precisa una revisión a fondo, no una huida hacia delante.

Invenciones, iluminaciones y falsas ambigüedades
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