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Antonio López Campillo

Ciencia, economía y política

Es una evidencia que los países que poseen una buena infraestructura científica tienen unas industrias de punta y una economía más que aceptable. Parece que ahora, en nuestro país, se ha comprendido el papel de la ciencia en la economía. Naturalmente, con el espíritu creativo que caracteriza a nuestra sociedad, la primera idea ha consistido en imitar lo que hay en los países más avanzados, y tratar de crear aquí lo que existe fuera.

Una de las características del pensar político reside en la eliminación del tiempo en sus razonamientos. Parece como si no supieran que esas estructuras “modélicas” de otros países se han constituido en un proceso histórico, que han pasado por etapas y que la red de grandes, y brillantes, centros de investigación se han hecho a partir de centros pequeños y no muy brillantes. Y que si hoy existen es por existir al mismo tiempo universidades de nivel bajo, que son como la matriz de donde salen los agentes que avivan los grandes centros. Los cimientos, que no se ven, sostienen, humildemente la belleza del edificio.

En los Estados Unidos, el nivel tecnológico y científico de los grandes centros es lo que se ve y se trata de imitar. No se ven, o apenas, los cientos de Universidades sin fama que trabajan e investigan, la mayor parte de los casos con fondos privados (las donaciones), y que forman una pléyade de investigadores, que se forman muchas veces investigando en proyectos en apariencia locos, pero que tienen la virtud de formar investigadores y abordar asuntos, temas, que serían rechazados por los grandes “electores” de la administración. Y muchas veces esos asuntos son los que darán lugar a las grandes investigaciones. Pero hay más, si aparece una nueva técnica o un nuevo fenómeno en algún sitio del mundo, es muy probable que existan en los USA, uno o dos Universidades de segunda o tercera categoría donde unos “locos” incontrolados por la administración, estén trabajando en algo parecido, y así los USA tiene una reserva de científicos y técnicos a la punta de las “locuras” del saber.

Aquí se habla de remunerar bien los proyectos líder y no ayudar a los que no son “líder”. El gran problema es saber quien decide que proyecto lo es y cual no. Tanto la ciencia como la técnica son imprevisibles, pero si se llama líder a un proyecto ya en desarrollo en otros lares, nos encontramos en que seguimos de copiadores, es decir manteniendo centros de segunda categoría, los que en lugar de innovar, repiten, copian.

Otro punto importante es que los centros líder del mundo no han sido seleccionados por una administración ni por un equipo de “sabedores de liderazgos”, la realidad es que ha sido la sociedad la que los ha seleccionado, con el viejo criterio de “por sus obras los conoceréis”.

Sólo favorecer a los proyectos de excelencia, reduciendo a la pobreza los proyectos mediocres es condenarse a la fabricación de grandes centros de apoyo a los centros inventores del exterior. No cabe duda que hay que ayudar a los buenos laboratorios existentes, pero con créditos extra, los créditos oficiales repartirlos por igual, “café para todos”, pues es más probable que de alguno de esos centros “mediocres” nazca una idea nueva que tal cosa suceda en uno excelente ya que, para mantenerse, a estos les bastara con imitar a otros excelentes.

La libertad de investigación es fundamental para prosperar en todos los ámbitos.

En Sociedad

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