El lenguaraz Jesús Gil parece que ha perdido los papeles, y no sólo las arrobas de folios mecanografiados de los sumarios desaparecidos recientemente de tres juzgados de Marbella. El expedientado presidente del Atlético de Madrid ha concedido una incendiaria entrevista en el diario “La Razón”, que bien podría haber aparecido publicada en la sensacionalista revista “Dígame” de Emilio Rodríguez Menéndez, dado el calibre de las serpientes y culebras que lanza contra Raimundo y todo el mundo.
Con tantos contubernios y conspiraciones, Gil y Gil asegura encontrarse mermado de salud, pero su lengua bífida no parece haber perdido veneno. Además de denunciar las maniobras del poder judicial por asesinarlo políticamente, el polémico alcalde de Marbella quiere ahora que su ciudad se convierta en un principado independiente de España, como Montecarlo, pero manteniendo la fidelidad a la Corona, la única institución que le sigue mereciendo respeto. Aunque no se exprese con el verbo inquisidor del padre Arzallus, Gil amenaza con la autodeterminación (la suya, claro está) como única medida para que Chaves y sus esbirros “no le ensucien la ciudad”, cada vez que merodean por las plazas y juzgados de su feudo. Al parecer, los socialistas andaluces se pasean por Puerto Banús como si fuesen una horda de aficionados borrachos del Manchester o del Liverpool.
Sin duda, Marbella cuenta con el mismo número de Rolls Royce y yates de lujo que Montecarlo. Incluso es posible que tenga más tumbonas, pistas de golf y máquinas tragaperras, pero carece de una Familia Real que otorgue señorío y sirva como reclamo publicitario en la prensa del corazón. Bien es verdad que Gunilla Von Bismarck y el rumboso Luis Ortiz pueden contribuir a crear una nueva dinastía, que podría denominarse Gil de Bribón, pero nunca tendría el glamour de los Grimaldi. Por más que se vistan de Armani o Channel, los hijos del señor alcalde jamás podrán alcanzar el grado de elegancia y sofisticación de Carolina de Mónaco y otros socios de la empresa familiar monegasca. Al fin y al cabo, son colchoneros castizos e hijos de su padre. El propio Gil tampoco es un dandy ni un embajador del Imperio Británico. Sus guayaberas de colorines están muy bien para alternar con Rappel, Belén Esteban, Marujita Díaz y otros famosos de pago en los saraos y cuchipandas del verano marbellí, pero no para presidir la tradicional gala de la Cruz Roja que se celebra en Montecarlo. Por eso, en la entrevista no se ha atrevido a autoproclamarse príncipe del nuevo reino de Gilbella y ha asegurado que sus súbditos seguirán siendo fieles a la monarquía española. Ha sido su única declaración sensata, pues Gil recuerda más al extravagante King Africa que al atribulado Rainiero.

El principado de Gilbella
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