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Don Felipe y la estela de Haakon

El Príncipe Haakon ha decidido pasarse por el forro los convencionalismos y ha triunfado. Como no podía ser de otra forma, Oslo se echó a la calle para ofrecernos la más pura demostración del cariño ciego del pueblo por su familia real. A ellos no les ha importado que el sonriente Haakon –capaz de desarmar con su mirada de niño bueno y su sonrisa a los críticos más despiadados– se case con una madre soltera de pasado poco convencional. Y, si a ellos no les ha importando, no hay nada más que decir.

Quizá debiéramos dejarnos también nosotros de tonterías y admitir que Don Felipe puede casarse con la modelo Eva Sannum. La expectación por el encuentro entre ambos en la boda de Haakon ha desbordado todas las expectativas. Muchos somos los que defendemos el amor por encima de todo –a Haakon le ha servido–, pero son muchos también los que no admiten que los herederos de las viejas monarquías de Europa decidan a toda costa casarse con un amor de verano.

El rey Harald ya desafió una vez a la tradición noruega casándose con Sonia, la hija de una comerciante de telas. Y el pueblo ha vuelto a aceptar que su hijo Haakon contraiga matrimonio con una mujer de liberales comportamientos.

¿Aceptaría España que Don Felipe decidiese casarse con Eva Sannum? ¿Saldría el pueblo a la calle para celebrar ese amor? Los más convencionales piensan que si Don Juan Carlos no eligió como reina a una enteladora, Don Felipe no debería hacer reina a una modelillo de venta por catálogo. Y estoy convencido de que se equivocan.

Que Don Felipe se case con quien le dé la gana. Faltaría más. Hay cosas más importantes que hacer debates estúpidos sobre el triunfo o el fracaso del amor. Al final, España, tan retrógrada cuando quiere, sacará mil panderetas a la calle para hacer de la moza noruega una nueva embajadora del gazpacho y la paella. Que el Príncipe siga la estela de Haakon y se deje llevar.

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