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Peñafiel, peñazo, pero fiel

El esperado encuentro del Príncipe Felipe y Eva Sannum, durante la boda de Haakon de Noruega y Mette Marit, ha servido para que los especialistas en bodas, bautizos y comuniones reales gocen durante unas semanas de una popularidad similar a la de Jesús Mariñas, Karmele Marchante y otros cronistas más mundanos del universo rosa. Sin duda, Jaime Peñafiel ha sido el que mayor rentabilidad le está sacando a la enojosa e irritante polémica sobre la idoneidad de Eva Sannum como posible esposa del Príncipe heredero y futura reina de España. En los últimos días, el antiguo director de ¡Hola! ha abandonado su retiro para conceder numerosas entrevistas en las que reitera sin cansarse los mismos tópicos sobre las altas obligaciones de los miembros de la Corona y las mismas objeciones contra la relación de un Príncipe heredero con una joven modelo sin títulos nobiliarios, heredades, casas solariegas y leucocitos azulados.

Por la vehemencia y autoridad con la que se expresa ante las cámaras de televisión, cualquiera diría que Jaime Peñafiel ha sido distinguido con el cargo oficial de “perito real” de señoritas aspirantes al trono, como pago a su empeño en demostrarnos que es el guardián de las tradiciones de la realeza. Si el príncipe Felipe quiere casarse algún día con la espigada noruega, bien le valdría pedirle el beneplácito antes de hablar con su padre.

Al parecer, Peñafiel aspira a que nuestro heredero se case con una joven perteneciente a una casa reinante. Por desgracia, no son muchas las que tienen los análisis de sangre necesarios para acceder al empleo de reina de España. También conviene recordar que las pocas candidatas con méritos suficientes son menos atractivas y esculturales que Eva Sannum. La única que podría estar a la altura de los gustos del Príncipe (tan proclive a la rubias explosivas, como Alfredo Landa en los años setenta) es Magdalena de Suecia, pero es demasiado joven y ya se le ha visto haciendo comprometedores arrumacos con un plebeyo de su edad por Saint-Tropez . Una conducta que seguramente desaprobará Peñafiel. ¿Quién queda entonces? Nadie. De hacer caso a las rigurosas exigencias del quisquilloso periodista, nuestro Príncipe podría quedarse tan soltero como Alberto de Mónaco. Dios y Peñafiel no lo quieran.

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