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Federico Jiménez Losantos

Paisaje de desorientación con antisemitismo al fondo

La filtración de fuentes de la CIA y el FBI al “Washington Post” sobre la posibilidad de que los terroristas que envían carbunco por correo pertenezcan a la extrema derecha norteamericana revela, en un principio, la desorientación en que navegan las investigaciones sobre estos actos criminales que están causando un terror más difuso pero acaso más profundo y duradero que la masacre de las Torres Gemelas. No hay que descartar que la intención última de los filtradores sea precisamente la de rebajar ese estado de ansiedad generalizado e incluso limitar los cambios legales que el Once de Septiembre ha impuesto a la primera democracia del mundo. Si no hay una organización o un sospechoso claros, las especulaciones en ese sentido no tienen más valor que cualesquiera otras. Interesan y alarman por la sensación de que la Policía no sabe bien a qué atenerse, pero al tiempo presentan a un enemigo no por escondido menos accesible. No asusta igual un grupúsculo norteamericano perdido en los Montes Apalaches que un Estado islámico con sus laboratorios y agentes secretos difundiendo las bacterias letales.

Sin embargo, esa línea de investigación apunta a motivaciones ideológicas y políticas de fondo que suelen olvidarse. Por ejemplo, que el antiamericanismo de Europa y el Tercer Mundo incluye tanto en la Izquierda como en la Derecha un fortísimo sentimiento antisemita, que en la Extrema Derecha se manifesta contra el “judaísmo capitalista internacional” (o la “conjura judeo-masónica”) y en la Izquierda, contra el “capitalismo globalizador”, el “neoliberalismo” y... el Estado de Israel, identificado sólo como Sionismo y al que se odia como lo que es: el único aliado fiable de los USA en Oriente Medio, no en balde es también el único país democrático y con libertad de mercado en un vasto páramo de dictaduras que oscilan entre el socialismo y la teocracia. Cuando hablamos de Occidente y de la civilización cristiana como blancos del terrorismo islámico –y esa es y sigue siendo la cuestión de fondo en esta Guerra– no cabe olvidar una tradición también occidental y también cristiana, aunque aparentemente marginal, que es ese antisemitismo que hoy se presenta como anticapitalista o antiglobalización, pero que tiene detrás la nostalgia del nazismo como última llamarada genuinamente “europea” contra la supremacía judía y anglosajona en el mundo. Es lo que lleva a Le Pen a viajar a Irak durante la guerra del Golfo para abrazar a Sadam Hussein. Es lo que, recíprocamente, explica las simpatías pro-nazis de tantos países musulmanes. Y que un racista negro africano se llame orgullosamente Hitler.

La extrema derecha de USA comparte con la europea la reivindicación del nazismo como antisemitismo, a veces haciendo hincapié en los elementos paganos y otras veces en los cristianos, pero siempre contra el judaísmo, generalmente identificado con el capitalismo y el liberalismo. Añade un ingrediente explosivo y genuinamente norteamericano: el culto al individualismo armado, la “buena y vieja” tradición constitucional, frente a un Estado que no sería el Mal abstracto -como dicen los pequeños y vigorosos grupos “libertarios”- sino una institución “buena” en su origen pero de la que se habría apoderado el judaísmo a través de tres fuerzas irresistibles: Wall Street, Hollywood y los medios de comunicación, que tendrían a su vez secuestrados al Gobierno y a la clase política democrática, al “Sistema”. Desde un anarquismo de base individualista, que pretende defender precisamente esos valores fundacionales de los USA que trata de destruir el terrorismo islámico, hasta un tribalismo violento, altamente tecnificado pero con su vertiente ecologista a lo Thoreau, que se identifica con todo lo que pueda destruir el “secuestro” judío y capitalista de la nación norteamericana, hay una amplísima gama de sentimientos, ideas, manías y paranoias en Norteamérica, cuya derivación terrorista ya es imposible descartar.

Y no por lo que pueda demostrarse ahora, sino por una experiencia relativamente reciente: el monstruoso atentado contra el edificio de Correos de Oklahoma, cuyo autor Timothy Mc Veigh fue recientemente ejecutado, y que muchos consideran el primer acto terrorista radicalmente “extraño” a la tradición de la violencia en Norteamérica. No, no es imposible que la pista seguida por el FBI y la CIA para esclarecer el envenenamiento, curiosamente postal, por esporas de carbunco lleve a encontrar en la extrema derecha de casa lo que se buscaba en la extrema izquierda de fuera. Hemos recordado algunos datos y hechos de los que nunca suele hablarse para explicar que no es rigurosamente imposible. Sería, eso sí, el segundo “final de la inocencia” para la sociedad norteamericana, que ya no podría sentirse segura ni dentro de sus fronteras ni entre blancos anglosajones. Una vertiente más de la inmensa convulsión del Once de Septiembre, cuyas derivaciones en todos los órdenes apenas empezamos a vislumbrar.

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