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Javier Ruiz Portella

Ya ni los héroes quieren ser héroes

El caballero que en el día de ayer se jugó admirablemente la vida lanzándose con su coche a perseguir a los terroristas que acababan de hacer explotar un coche bomba en pleno Madrid, no quiere ser tratado como un héroe. Se considera como un ciudadano normal y corriente —tal parece ser hoy el valor supremo— y firma significa-tivamente su carta como “un español más”.

Lo que en tal actitud está en cuestión no es el anonimato que, por obvias y lamentables razones, tiene que ser celosamente conservado. Lo que late debajo de tales palabras es otra cosa. Este hombre es un héroe que ha hecho algo que todos deberíamos hacer, pero que la mayoría —seamos sinceros— difícilmente se atrevería a hacer. Es un héroe… pero moderno; un héroe propio de estos tiempos que abominan de lo excelso y ejemplar. Y como tal actúa y se reivindica.

“Abajo la grandeza y la heroicidad. Fuera los rangos y la gloria. Que sólo impere la bendita igualdad”: tal es el lema sobre el que se basa esta sociedad nuestra que hace de la mediocridad virtud. Y tal es el mensaje que transmite en su carta este compatriota que con su valor y sangre fría nos ha dado el más encomiable de los ejemplos.

Una cosa es la fanfarronería, que todos estaremos de acuerdo en execrar. Pero otra cosa muy distinta es esta vergonzante modestia igualitaria que dificulta, en nuestro mundo, el que se honre y encomie a aquellos cuyo talento o cuyo arrojo les hace sobresalir de la mediocridad ambiente. No, convenzámonos de una santa vez: no todos somos iguales. No todos, desde luego, hubiéramos actuado como este ejemplar patriota… al que tam-bién, dicho sea de paso, parece causarle cierto sonrojo —como a tantos, como a casi todos— utilizar palabras como “patria”, “nación” o “España”.

Hablando de las razones que le llevaron a actuar, dice haberlo hecho “por la defensa de nuestro Estado de derecho”. Motivo de todo punto encomiable. Pero ¿no es un poco triste jugarse la vida por una cosa tan abstracta y burocrática como el Estado (así sea de derecho)? ¿No es mejor y más alta causa hacerlo por algo como la nación o la patria? Si son mucho más numerosos quienes ponen bombas (y “recogen nueces”) que quienes se lanzan a perseguirlos a pecho descubierto, ¿no será acaso, entre otras razones, que los primeros luchan por una nación (o por lo que en su delirio consideran tal) y los otros tan sólo por un Estado?

En España

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