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Javier Ruiz Portella

ETA legal, ETA ilegal

Así pues, el Parlamento Europeo ha acabado incluyendo, entre las organizaciones terroristas, a la ETA legal (dejémonos, por favor, de “batasunos” y “batasunidades” que, además, ofenden al idioma). No quisiera enturbiar la justificada alegría general, pero desde un cierto punto de vista quizá hubiera sido mejor que no se adoptara tal medida… Cuando las autoridades europeas se negaban a hacerlo, su argumentación, por hipócrita que fuera, se basaba en una lógica impecable: “¿Cómo quieren —decían— que persigamos a unas organizaciones… cuya legalidad son ustedes los primeros en proclamar?” La objeción nos había puesto brutalmente frente a la incongruencia de nuestra cobardía (y ya no digamos la de otros países como Francia). Tal vez, me decía, si Bruselas se niega a ilegalizar lo que nosotros legalizamos, cambien por fin las cosas. Reconozco, sin embargo, que lo más probable es que la ETA legal hubiera seguido siendo tal. Por tanto, bienvenida sea la resolución del Parlamento Europeo.

Junto al anterior, se han producido estos últimos días otros dos hechos altamente significativos. Por un lado, el asesinato de dos ertzainas encargados del tráfico nos ha recordado que cientos de policías vascos se ven obligados a vivir, por razones de seguridad, al otro lado de lo que sus potenciales asesinos quisieran convertir en una frontera con aduanas y garitas. Como decía un editorial de este mismo periódico, lo terrible es que “los encargados de velar por la seguridad ciudadana temen más que nadie por su propia seguridad”. Y terrible es también la constatación que efectuaba otro ertzaina: “No tenemos miedo, pero sí rabia por no poder combatirlos como es debido. Tenemos claro que nuestra misión es detenerlos. Lo malo es que no nos dejan”.

De sobras sabemos quiénes son los dirigentes políticos vascos que “no les dejan”. Pero no son éstos —ni éstos ni los de ETA— los únicos responsables de la situación que vive el País Vasco y, por ende, toda España. Son moralmente culpables, claro está. Son ellos quienes están en el origen de todo. Pero difícil sería, con la lógica en la mano, reprocharles el que sigan perpetuando tal situación. ¿Cómo va uno a reprocharle al enemigo que actúe y obre como tal?… Lo que hay que hacer con el enemigo no son reproches: es otra cosa.

Y esta “cosa” es la que, desde hace veinticinco años, no se hace, o se hace a medias, o se hace mal. Ciertos signos parecen indicar, sin embargo, como si se empezara a comprender que de nada sirve echarle carnaza a la fiera para tratar de amansarla, de “integrarla”. Ninguna concesión la calma: al contrario, aún se embravece y se aprovecha más (aparte de tomarnos grotescamente el pelo). ¿O acaso piensa alguien que aumentarían los atentados, si ETA dejara de ser la organización legal que parcialmente es? Al contrario, disminuirían, al decrecer las posibilidades logísticas que son el criterio básico que determina el número de asesinatos.

Ninguna de las numerosas revoluciones que han trastornado al mundo en estos dos últimos siglos ha triunfado por el mero designio de los revolucionarios. Nada hubieran podido éstos si no se hubieran encontrado con la cobardía, la estupidez o la complicidad de quienes tenían enfrente. Para que no suceda algo parecido con la “revolución” separatista vasca, ciertos signos esperanzadores —decía— han empezado a vislumbrarse estos últimos tiempos. Pero estos signos no dejan de estar contrarrestados por otros.

Uno de ellos es el otro hecho al que me refería antes. Haciendo alarde de la más chulesca provocación, el etarra Juan María Olano (provisto de su careta de “Gestor por la amnistía”) ha comparecido públicamente en diversos mítines de apoyo a ETA celebrados en Francia, habiendo sido incluso entrevistado por la televisión. Hasta seis veces se ha manifestado el bravucón, convencido sin duda de que, pese a la orden de búsqueda y captura internacional dictada por el juez Baltasar Garzón, la policía gala no juzgaría oportuno ponerlo a buen recaudo. Sólo ahora, al cabo de unas dos semanas de ignominia, acaba de ser detenido. Alegrémonos pues, aunque ello no cambie nada en cuanto al fondo de tan bochornoso asunto. Bochornoso no sólo para las autoridades francesas, pues aún más chocante ha sido la reacción de las nuestras. Aceptemos que las normas diplomáticas, en el seno de la Unión Europea, dejan fuera de lugar protestas y exabruptos como los del rey moro que por mucho menos, por nada en realidad, llama a consultas a su embajador en Madrid. Supongamos que las protestas han sido efectuadas tan enérgica como oficiosamente. Nada de ello obligaba sin embargo a realizar las amables y ridículas declaraciones con que nuestras autoridades tuvieron a bien comprender y disculpar la permisividad francesa.

Después de todo esto, ¿va alguien a pretender que ETA y los demás separatistas son los únicos responsables de nuestros males?

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