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Afloran las contradicciones del nacionalismo

No es noticia que Batasuna amenace. Ese es su estilo. Nunca ha hecho otra cosa. Pero sí es noticia que lo haga al PNV, su hermano mayor. El presunto delincuente Arnaldo Otegi –a quien se supone en trance de ingresar en prisión por abundantes méritos propios– ha apelado a la “responsabilidad nacional y el sentido común” de Ibarretxe y del PNV, porque en otro caso se encontrarían en “un escenario no deseado”. Esto, en el argot eufemístico de la banda de la que es miembro Otegi, es el aviso de los mafiosos: el PNV pasaría a estar entre los objetivos de ETA. Esto es una novedad en el tiempo, porque dentro del proceso de depuración –la socialización del dolor– a los peneuvistas les llegaría su momento de exterminio en la “construcción nacional”. Esta aceleración de los plazos se produce al margen de la dialéctica del proceso y en la estela de la gruesa piedra en el camino de la ilegalización penal de Batasuna.

La ruptura de la unidad de acción sí es una noticia. Lo que está pidiendo Otegi es que Ibarretxe se eche al monte, dilapide los últimos restos de legitimidad que le quedan y se batasunice. La hipocresía del nacionalismo de Arzalluz no da para tanto. El PNV se ha beneficiado del terrorismo y del amedrentamiento de Batasuna a los constitucionalistas, pero tiene un lógico temor reverencial ante la perspectiva de abandonar por completo la legalidad. El acuerdo secesionista del Parlamento vasco, por ahora, parece un brindis al sol. El PNV no puede permitirse el lujo de pasar a la clandestinidad.

Ante las amenazas, Ibarretxe ha mostrado un resto de cordura que no se le conocía cuando las coacciones iban sólo contra PP y PSOE: lo que tiene que hacer Batasuna es plantarse ante ETA y decirle que deje de matar, ha venido a decir. Pero los etarras que han dicho eso están en el cementerio. Otegi ha de considerar que es mejor la cárcel que la tumba. Remember Yoyes.

La ilegalización de Batasuna –la vía de Garzón es más interesante porque evita la agonía procesal– está mostrando las contradicciones internas del nacionalismo, que son abrumadoras. Sólo Madrazo, en su patetismo, es capaz de intentar igualarlas. No lo logra, pues lleva demasiado lastre de servilismo.

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