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Alberto Míguez

Entre el islamismo y la dictadura militar

El fallido atentado contra el presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, según el método del coche bomba tripulado tan utilizado en Irak, demuestra que, para Al Qaeda y su nebulosa de organizaciones afines, el jefe del Estado pakistaní es un objetivo prioritario al que hay que eliminar lo antes posible.
 
Para nada ha servido que Musharraf hubiese anunciado hace días que aceptaba la imposición del partido islamista "moderado" (¿hay un islamismo moderado?) de que renunciase a la jefatura del Ejército por "incompatible" con la presidencia de la República. Tampoco le sirvió para nada su relativa tolerancia en la zona fronteriza con Afganistán a los grupos armados próximos y favorables a Ben Laden, de quien precisamente se dice que encontró refugio en Pakistán y allí sigue.
 
La responsabilidad de Musharraf y sus compañeros de armas en la creación del régimen talibán en Afganistán es inmensa, aunque por instinto de conservación haya intentado congraciarse con Estados Unidos y otros países occidentales, entre ellos, Francia, uno de sus principales abastecedores de armamento.
 
Musharraf sigue intentando la misión imposible de mantener con Bush relaciones amistosas y de colaboración pero sin enfrentarse a sus enemigos internos, próximos al islamismo indígena que desean simple y llanamente eliminarlo. Eso explicaría su política de medias tintas basada en una de cal a los islamistas y otra de arena a los norteamericanos.
 
Las dos tentativas de asesinato –que se han producido precisamente en la misma carretera entre Rawalpindi e Islamabad– pueden terminar ahora con las relaciones ambiguas del general y su régimen –una dictadura militar con veleidades democráticas– con los islamistas y es posible que se inicie una nueva etapa de mano dura y represión inclemente.
 
El "frente hindú" ya no concentra los esfuerzos del gobierno y las fuerzas armadas pakistaníes, porque el proceso de reconciliación y pacificación en Cachemira está en marcha.
 
Ahora podrá Musharraf ajustarle las cuentas a quienes han intentado asesinarlo y provocaron en el segundo intento una masacre. La comprensión de sus aliados occidentales para una operación semejante ni se discute. Mucho menos ahora, cuando los talibán han reaparecido en Afganistán. El mulá Omar sigue dependiendo de la ayuda e intendencia pakistaní para su supervivencia y la de sus guerrilleros.

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