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Agapito Maestre

Cultura política y tiempo de ocio

El tiempo político o ciudadano, por lo tanto, no coincide con el tiempo laboral, por fortuna para la democracia

En época de verano, o mejor de vacaciones, no puedo reprimir pensar sobre el sentido del hedonismo democrático para una sociedad desarrollada, según las pautas del Estado de Derecho. En este contexto, el otro día escribí, en El Mundo (edición de Andalucía), que era necesario distinguir entre tiempo de vacaciones y tiempo ciudadano para desarrollar inteligentemente una vida política dirigida por un impulso tan hedonista como democrático. El primero definiría al hombre como trabajador con derecho a vacaciones. El segundo, el tiempo de los ciudadanos, no conocería el “descanso” entendido, naturalmente, como una parte del proceso de la vida biológica; más aún, a esta dimensión del ser humano, que consiste en poder vivir el tiempo de los ciudadanos, de lo que nos es común, en fin, de la política, no se le puede dar vacaciones sin correr el riesgo de su muerte.
 
El hedonismo democrático contenido en esta distinción de tiempos no sugiere, pues, una filosofía del abandono, de la dejadez, sino todo lo contrario, una filosofía de la energía, incluso más vigilante, porque para eso estamos descansados, durante el tiempo de vacaciones. ¡O acaso creen ustedes que los políticos descansan de entrometerse en nuestras vidas durante sus vacaciones! Los políticos profesionales son partidarios de que la gente no piense en el tiempo de vacaciones. Confunden tiempo libre o vacío con tiempo de ocio.
 
Pero, curiosamente, en esta época de estío, los ciudadanos quieren ser, dicho sea en plan castizo, más ciudadanos que en su actividad laboral. Excepto los mostrencos a los que da igual cualquier época para no pensar, basta observar lo que hacemos en tiempo de ocio para hacernos cargo de que el ser humano no descansa de su ciudadanía durante las vacaciones, pues es durante las vacaciones cuando más leemos, más periódicos compramos, más hablamos con los vecinos y, sobre todo, más criticamos a los gobernantes, porque no han sido capaces de terminar una carretera o, sencillamente, porque son incapaces de cumplir una sola de sus promesas electorales.
 
El tiempo político o ciudadano, por lo tanto, no coincide con el tiempo laboral, por fortuna para la democracia. Por este lado, los políticos profesionales lo tienen difícil; pregonarán la necesidad del tiempo de vacaciones, inculcarán a las nuevas generaciones la necesidad del reposo e, incluso, nos impondrán las vacaciones como antídoto para no ver las maldades de sus acciones, pero no conseguirán que lo seres humanos confundan vacaciones laborales con dejar de ser ciudadanos.
 
Sin embargo, después de escribir esta nota, me percaté de que si relevante es la distinción entre tiempo laboral y tiempo ciudadano para alentar mi idea de hedonismo democrático, no menos significativa resulta la distinción, quizá ya más clásica, entre tiempo de ocio y tiempo libre, formulada magistralmente por Hannah Arendt con ánimo de reivindicar la política como ámbito propio del tiempo de ocio. El primero es el tiempo que estamos libres de todas las preocupaciones y actividades del proceso vital (naturalmente incluidas las laborales), y por consiguiente libres para el mundo y su cultura. Éste es el tiempo, obviamente, de la cultura política. Tiempo que yo lo denomino ciudadano. El segundo, por el contrario, es el tiempo libre que se pasa por pasar; en realidad, es tiempo sobrante, biológico en su naturaleza, después de haber cumplido con el trabajo y el descanso. Éste es el tiempo, obviamente, utilizado por los ideólogos para llenarlo de entretenimiento. Es el tiempo de pannis et circenses. Tiempo que los “políticos populistas”, los profesionales de la manipulación del poder político, llaman “libre”, sí, libre de que nadie les impida echar al “pueblo” cualquier cosa, especialmente más tiempo libre, para que estos lo devoren como devoran todo lo que pertenece a la cultura del entretenimiento.
 
En cualquier caso, el mundo del hedonismo democrático, en el aspira a vivir quien suscribe, no forma parte prioritariamente del tiempo libre, de la “cultura” de masas y del entretenimiento, sino del tiempo del ocio, de la cultura política, que apuesta por valores que aún conservan cierto carácter objetivo. Valores dispuestos a medirse por su capacidad de permanencia en el mundo. Valores no para el consumo sino para la fruición. Valores.
 
De acuerdo con este diagnóstico sobre las preocupaciones por lo común de los ciudadanos en vacaciones, “pasarlo bien o reposar del trabajo sin dejar de ser ciudadano” recogería una parte de todo lo que pretendemos significar con la expresión “hedonismo democrático”. “Disfrutar de la vida ciudadana, de nuestras preocupaciones por lo común, sin olvidarse de que también la vida laboral puede ser objeto de gozo”, quizá, podría recoger la otra parte contenida en el título de esta columna. Muchas otras definiciones, incluso conceptos, puede hallar el lector para hacerse su propia idea de lo que queremos decir, cuando predicamos de alguien que es “un hedonista democrático”.
 
Sin embargo, siempre me opondría a quien no sea capaz de distinguir con precisión entre el “tiempo laboral” y el “tiempo ciudadano” para hablar del necesario descanso a que todo ser humano tiene derecho.

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