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Carlos Ball

Incompatibilidad del socialismo y la libertad

Parte de la tragedia venezolana es que la gran mayoría de los intelectuales, maestros y periodistas, lo mismo que profesionales y muchos grandes empresarios lejos de defender los derechos económicos del ciudadano apoyaron abiertamente la concentración del

Las últimas décadas del siglo XX significaron para los venezolanos el acelerado crecimiento del Estado y de promesas políticas de redistribución, bajo una constitución socialista que ofrecía lo que ningún gobierno podría jamás cumplir, mientras que las cláusulas constitucionales relativas a garantías económicas y al respeto a la propiedad privada se mantuvieron suspendidas casi todo el tiempo. La irremediable consecuencia fue la transformación en poco más de una generación de un país rico, donde básicamente se respetaba la libertad individual, en otro que alardeaba de gran democracia, pero donde el creciente control económico y la inflexibilidad de leyes laborales destruyeron la prosperidad y dispararon el desempleo. Así, los venezolanos cambiamos el derecho cotidiano a comprar y vender lo que quisiéramos por el derecho a elegir periódicamente a un dictador económico.

Parte de la tragedia venezolana es que la gran mayoría de los intelectuales, maestros y periodistas, lo mismo que profesionales y muchos grandes empresarios lejos de defender los derechos económicos del ciudadano apoyaron abiertamente la concentración del poder económico en manos de los políticos. Algunos lo hicieron por profunda ignorancia en materia económica, a pesar de sus diferentes doctorados, y otros por simple conveniencia personal: siempre es más fácil convencer o comprar a un ministro que persuadir a decenas de miles de consumidores en un mercado competitivo.

Así, mientras en los foros internacionales se alardeaba de la democracia venezolana, tras la “nacionalización” del petróleo y la politización tanto del Banco Central como del sistema judicial, un país próspero, optimista y de inmigrantes se había convertido para fines de la década de los 90 en una nación con estadísticas africanas, creciente economía informal, fuga de cerebros e inversiones concentradas en áreas protegidas por nexos políticos. Es decir, Venezuela le dio la espalda al mercado, avanzando en lo que el gran economista del siglo XX, F. A. Hayek, denominó “el camino a la servidumbre”.

No pongo en duda que el sistema democrático es el mejor y más conveniente. El problema es la manera cómo nuestros políticos prostituyen la democracia para favorecer sus ambiciones personales, mientras la educación pública procede a lavar el cerebro de la juventud, inculcando falsos “fallos del mercado” que benefician a los ricos y exprimen a los pobres.

La más superficial observación de la realidad comprueba que las naciones más pobres son aquellas que sufren de mayor regulación y control estatal; mientras que las más ricas son las que se desarrollaron cuando gozaron de gran libertad económica y mínima intervención.

La demagogia socialdemócrata y socialcristiana a lo largo de cuatro décadas condujo a la actual profundización del socialismo chavista: expropiaciones de tierras, incumplimiento de contratos, galopante corrupción, más concentración de la riqueza en manos políticas, altos impuestos, controles de preciso y de cambios, todo lo cual refleja un total desprecio por el individuo y la propiedad privada. La redistribución sigue siendo la principal bandera política y como los que menos tienen siempre son mayoría, esa es la clave para ganar elecciones, que Chávez ahora respalda con fraude electrónico en las máquinas de votación. Pero una nación en donde no se respetan los derechos de propiedad no hay incentivos para trabajar duro ni arriesgar capitales, sólo para recibir limosnas. Hayek aclaró “…si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de la mayoría, en modo alguno estoy dispuesto a llamarme demócrata”.

La actual tragedia venezolana se complica por la falta líderes políticos que comprendan lo sucedido y rechacen el socialismo.

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