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Fundación Heritage

Sin señales de convergencia política en la Unión Europea

Estas direcciones políticas contrarias deben servir para desalentar a aquellos cuyo ideal es una Europa como un estado cuasi nacional, gobernada por un parlamento común y compartiendo una bandera, una constitución y un himno

Peter Cuthbertson

En los últimos dos meses han caído dos gobiernos europeos. Eso no es novedad, ya que los gobiernos llegan y se van continuamente. Pero la llegada al poder de estas dos nuevas administraciones sirvió más para resaltar las contradicciones de la Unión Europea más que su unidad.

El 1 de octubre, los votantes en Austria rechazaron a un gobierno de derechas que había implementado un programa de privatización, mayor gasto de defensa y rebajas fiscales para las empresas. El nuevo gobierno de Viena será una coalición liderada por los socialdemócratas. Alfred Gusenbauer, el líder de los socialdemócratas, que casi con toda seguridad será el próximo canciller austríaco, prometió en su campaña la cancelación del pedido militar austríaco de 18 aviones Eurofighter, instaurar la educación universitaria gratuita y una subida de pensiones.

Pero en Suecia, dos semanas antes, los socialdemócratas (que desde 1994 habían mantenido a Suecia con gran determinación como el modelo de estado para tantos progres amantes del gobierno omnipresente) sufrieron su peor derrota desde 1914 al preferir los votantes a Fredrik Reinfeldt, del Partido Moderado. La pieza central de la plataforma electoral de Reinfeldt es un ambicioso programa de privatización por una suma de 25.000 millones de euros, con más de 5.000 millones por la venta al público de activos estatales durante cada uno de los 4 años siguientes. El gobierno de la nueva Alianza por Suecia también promete rebajas del impuesto a la renta, del impuesto a las empresas y de las prestaciones por desempleo.

De modo que, a pesar de la retórica que resuena en toda la Unión Europea acerca de una "unión más unida que nunca" y de todo el esfuerzo puesto hacia el objetivo de políticas comunes en una variedad de asuntos políticos, dos países que han sido miembros de la Unión desde 1995, han decidido tomar direcciones completamente opuestas en el breve lapso de dos semanas.

La cercanía entre estas dos elecciones ayuda a resaltar el desacuerdo político fundamental entre los votantes suecos y austríacos. Pero incluso un vistazo superficial a la reciente historia política europea revela que este contraste es algo que uno se debe esperar. Si hubiese alguna correlación entre los resultados electorales en la Unión Europea, podría ser negativa.

Los dos principales miembros fundadores sirven como excelente ilustración.

Desde los días de Charles de Gaulle, Francia y Alemania no han tenido un período sostenido en el que sus líderes hayan representado el mismo lado del espectro político de sus países. Casi la totalidad de los 16 años del democristiano Helmut Kohl como canciller alemán los pasó lidiando con el socialista francés François Mitterand. Jacques Chirac fue el sucesor de Miterrand pero ha pasado la mayor parte de su presidencia con una Alemania liderada por el socialdemócrata Gerhard Schroeder. Hasta que se vaya en mayo, Chirac será el homólogo francés de la nueva canciller alemana, la democristiana Angela Merkel. Pero la más popular de los potenciales candidatos a sucederle de cualquier partido es por el momento Ségolène Royal; otra mujer, pero socialista.

El posible resurgimiento de la izquierda en Francia está sucediendo al tiempo que los conservadores británicos se han hecho con su primera ventaja sostenida en las encuestas de opinión desde principios de los años 90. A su vez, el resurgimiento de la derecha británica en 2006 coincide con la derrota de la derecha italiana y el regreso al poder de la izquierda de Romano Prodi.

Estas direcciones políticas contrarias deben servir para desalentar a aquellos cuyo ideal es una Europa como un estado cuasi nacional, gobernada por un parlamento común y compartiendo una bandera, una constitución y un himno, con una política común no solamente en temas económicos como comercio y tasas de interés sino también en seguridad y política exterior.

Es cierto que las diferencias políticas existen dentro de los propios países al igual que entre ellos, con algunas partes de cualquier nación más conservadoras que otras. Estados Unidos, con sus estados rojos y azules, es un ejemplo obvio. Pero es poco habitual que diferentes partes del mismo país viren en direcciones políticas opuestas al mismo tiempo. En toda la Unión Europea, eso es la norma.

Se puede discutir sobre si es deseable que haya un estado nación europeo o siquiera un superestado europeo. Pero hay un acuerdo general en que antes que haya una Europa unificada, debe haber verdadera convergencia económica desde Dublín a Atenas.

Pero los resultados electorales de todo el continente provocan una pregunta más: ¿cómo pueden esperar que funcione una política exterior y de seguridad común sin una buena suma de convergencia política? Una y otra vez, los votantes europeos han demostrado ausencia de unidad política; países diferentes quieren probar enfoques diferentes a problemas similares. Si no se pueden poner de acuerdo en un marco, por ejemplo, para el gasto público, ¿cómo esperan ponerse de acuerdo en una política común sobre, por ejemplo, Irán?

No sólo Francia y Holanda han rechazado la constitución de la Unión Europea (Gran Bretaña aún tiene que poner una fecha para votar acerca del documento), los votantes del continente han demostrado una y otra vez que prefieren decidir de forma independiente. La democracia en sí parece ser el principal obstáculo para la actual dirección de la Unión Europea, haciendo que el sueño de una Europa unificada políticamente parezca cada vez más una quimera.

©2006 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

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