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José Vilas Nogueira

Semejanzas y diferencias entre Francia y España

La beatificación de la democracia estimula paradójicamente su reducción a la celebración periódica de elecciones competidas. El análisis de las instituciones de gobierno importaría sólo a los expertos. En realidad, nos importa a todos.

Acaban de celebrarse elecciones a la Presidencia de la República francesa. Nosotros, el próximo domingo tendremos elecciones en la mayor parte de las comunidades autónomas y en la totalidad de los ayuntamientos. Este mero enunciado indica que se trata de procesos muy distintos, pero la proximidad temporal y el peso de la neopersonalización del liderazgo político, más allá del marco constitucional, justifican alguna comparación.

La beatificación de la democracia estimula paradójicamente su reducción a la celebración periódica de elecciones competidas. El análisis de las instituciones de gobierno (y otros elementos, de los que prescindo por razón de espacio) importaría sólo a los expertos. En realidad, nos importa a todos.

Las instituciones de gobierno de la República francesa apenas tienen parentesco con las nuestras. La Presidencia no es una magistratura meramente representativa y moderadora, sin potestades ejecutivas, como los monarcas constitucionales o los presidentes de repúblicas parlamentarias (Italia, Alemania). Pero su titular, a diferencia, por ejemplo, del presidente de los Estados Unidos, no agota la potestad ejecutiva. La comparte con un primer ministro nombrado por él, pero que ha de tener la confianza parlamentaria. El primero se reserva la "alta política"; al segundo se encomienda la política ordinaria. Pero desde la aprobación de la Constitución en 1958 se ha dado una evolución que reduce el componente parlamentario del sistema, vinculando directamente a los ministros con el presidente (al modo estadounidense), en detrimento de la relevancia del primer ministro. En la presentación del primer Gobierno de Sarkozy se prescindió abiertamente del requisito constitucional de la propuesta del primer ministro para el nombramiento de los ministros.

Obviamente, en España no tenemos presidente de República. Nuestro jefe del Estado es el Rey, "símbolo de su unidad y permanencia y árbitro y moderador del funcionamiento regular de las instituciones". Y aunque la unidad y permanencia del Estado parecen precarias, su símbolo goza de buena salud. En cuanto al arbitraje y moderación no es perceptible mucho esfuerzo por parte del jefe del Estado. Más bien al contrario. De hecho, el Rey parece con frecuencia un ministro (en la acepción de agente diplomático) del presidente del Gobierno. Y si es socialista, tenemos, como dijo Zapatero, un "rey muy republicano" (para echarse a temblar).

Proceso, pues, inverso al francés. Pero, ¿quién es nuestro presidente del Gobierno? A primera vista es un primer ministro elegido por la mayoría parlamentaria o, en su defecto, por la minoría mayor. Primero hay unas elecciones al Parlamento, y después éste elige al presidente. Pero los fenómenos de neopersonalización del liderazgo, burocratización de los partidos y el sistema electoral, con listas cerradas y bloqueadas, determinan que el criterio principal de decisión del voto sea la figura del líder del partido. Las elecciones a diputados se convierten en elecciones entre partidos, importando un comino los candidatos, para acabar resultando elecciones entre "candidatos" a la presidencia del Gobierno. Y como no hay nada que no pueda empeorar, la invasiva presencia de aquellos "candidatos" ensombrece también las elecciones autonómicas y municipales.

Habremos, pues, de hacer de la necesidad, virtud. Si queremos salvar la libertad y el régimen constitucional, habrá que votar al candidato popular, por menguado que pueda ser. Triste consecuencia de haber disfrazado unas elecciones presidenciales de legislativas, acumulando los inconvenientes de uno y otro tipo de elección. Pues es evidente que el sistema más adecuado para unas presidenciales pasa por el voto directo y no delegado en los diputados y que el sistema proporcional es incompatible con este tipo de elecciones. Y que, incluso en elecciones parlamentarias, sólo se justifica para parlamentos reducidos a tareas legislativas. En tanto el parlamento forma y mantiene el Gobierno, la proporcionalidad se convierte en una calamidad, facilitando el chantaje de pequeños partidos, irresponsables o antisistema.

En España

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