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Antonio Robles

La amenaza del mal de las vacas locas

Comoquiera que la enfermedad tarda en incubarse de 8 a 15 años, no es descabellado suponer que en España se den otros muchos casos como los tres mortales acontecidos hasta la fecha (uno en Madrid, en 2006, y dos más en León, en 2008).

Con la tercera muerte acaecida en León a causa de la enfermedad de Creutzfedlt-Jakob causada por la ingesta de tejidos nerviosos procedentes del mal de las vacas locas, se ha iniciado un goteo de casos de consecuencias imprevisibles para la salud pública. La causa reside en que la enfermedad, provocada por encelopatía espongiforme transmisible (Creutzfedlt-Jakob) en humanos, tiene un período de incubación de 8  a 15 años. Comoquiera que la Administración española no tomó medidas efectivas hasta  2001, ahora pueden surgir todos aquellos casos que pudieran haber contraído la enfermedad a mediados de los años noventa.

Fue a partir de 1996 cuando se retiraron de la Unión Europea los piensos elaborados con harinas de origen animal contaminadas por priones procedentes de rumiantes enfermos de encelopatía espongiforme bovina; es decir, la enfermedad de las vacas locas. La Unión Europea así lo dispuso, pero no consta que la Administración española y las comunidades autónomas que tienen competencia exclusiva en materia de seguridad, a pesar de poner en marcha un plan de vigilancia pasiva en 1997, retiraran piensos contaminados ni controlaran efectivamente la enfermedad.

Mientras que en ese período de tiempo, en Inglaterra, Francia, Irlanda etc. aparecen múltiples casos de la patología en vacas y en humanos, en España no se da ninguno. En 1999 los Ministerios de Agricultura y Sanidad elaboraron un programa de prevención y vigilancia de las EET que pretendían evitar las encefalopatías en animales y la entrada en la cadena alimentaria animal y humana de productos contaminados con priones. Consistía en la vigilancia epidemiológica de la enfermedad, control de los piensos, intervención de los mataderos para la toma de muestras de animales adultos enfermos o sospechosos e inspección de las industrias dedicadas a la transformación de cadáveres de animales y subproductos.Este programa presentado por España a la Comisión Europea era la prueba, a decir de las autoridades españolas, de que el control era real y eficaz, y si España no declaraba casos de EET es porque la cabaña española estaba libre de ellas.

Pero en agosto/noviembre del año 2000 aparecen los primeros casos y en 2001 se disparan. El estallido de la enfermedad en 2001 demuestra que este Programa no se cumplió y que las autoridades sanitarias de ganadería y salud públicas falsearon desde 1999 los informes dirigidos a la Comisión Europea: Hasta el 2001 ocultaron la información real a los ciudadanos españoles y descartaron que los consumidores hubieran corrido riesgos sanitarios.

Lo cierto es que la irresponsabilidad de la administración en el período 1996/2000 en que hizo oídos sordos al control de la enfermedad, dejó al consumidor a merced de materiales específicos de riesgo (MER) por la presencia de EET en rumiantes y scrapie en ovinos y caprinos, del cual falta conocer las consecuencias. Comoquiera que la enfermedad tarda en incubarse de 8 a 15 años, no es descabellado suponer que en España se den otros muchos casos como los tres mortales acontecidos hasta la fecha (uno en Madrid, en 2006, y dos más en León, en 2008).

Afortunadamente, desde 2001 las autoridades españolas han eliminado los piensos priónicos y los animales contaminados. No se conoce animal bovino alguno nacido a partir de esa fecha contaminado por la enfermedad; por lo que la población española puede estar segura de que los alimentos cárnicos son seguros. Sin embargo, a la amenaza de los posibles casos contraídos a finales de los noventa, se une la posibilidad de que esos potenciales enfermos por el mal de Creutzfedlt-Jakob puedan transmitir su enfermedad -de la cual ellos mismos aún no son conscientes-, a otras personas con una simple transfusión de sangre. La Administración y los diferentes Gobiernos autonómicos que tienen competencia exclusiva sobre el particular, habrían de empezar a tomar las medidas adecuadas.

Más allá de ese peligro, la enfermedad de encelopatía espongiforme transmisible en bovinos es la consecuencia de un modelo de explotación de ganadería intensiva aberrante cuyas consecuencias ya nos está pasando factura.

A lo largo de las últimas décadas, y en paralelo al proceso de intensificación y especialización agraria de los países industrializados, la producción ganadera se ha divorciado del campo, para transformarse en una actividad especializada y cuasi industrial, orientada a maximizar –que no optimizar– producciones y ganancias, y cada vez más dependiente de paquetes tecnológicos e insumos externos. De una ganadería que aprovechaba montes, pastizales, rastrojeras y subproductos de las explotaciones agrarias, limpiando, abonando y cerrando ciclos productivos, en pocos años se ha pasado a una producción cada vez más desvinculada del territorio, consumidora de grandes cantidades de granos y oleaginosas que debieran destinarse directamente a la alimentación humana, y con un balance energético y ambiental desastroso.

No hay que olvidar que la ganadería intensiva es un enorme despilfarro desde el punto de vista energético dado que, por ejemplo, producir 1 caloría de carne de pollo en intensivo requiere 12 calorías de cereal, y que es responsable en gran medida de los problemas cada vez mayores de contaminación de aguas por nitratos, y de la emisión de gases que contribuyen al efecto invernadero y a la lluvia ácida.

Huelga decir que en este tipo de explotaciones con animales convertidos en auténticas fábricas de producción de carne, grasas o leche, hacinados en instalaciones donde apenas pueden moverse, alimentados con piensos compuestos de dudosa calidad (para abaratar al máximo los costes), atiborrados de hormonas y de antibióticos y sometidos a un continuo stress (¡y después se quejan del maltrato al toro bravo, suelto, libre y bien alimentado), por mucho que se extreme la higiene y los cuidados, cualquier problema sanitario se convierte en una pesadilla. Y en una pesadilla se están convirtiendo estas cuestiones, no sólo en términos de salud pública, sino también en términos socioeconómicos y de futuro del sector ganadero. Es precisamente este modelo de ganadería intensiva la que introdujo los piensos procedentes de harinas de origen animal contaminadas por la encelopatía espongiforme transmisible; o sea, el mal de las vacas locas que hoy, por hoy, no ha dicho su última palabra.

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