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Guillermo Dupuy

Lazos blancos y el sacrificio del inocente

Conviene recordar, a este respecto, que las cofradías no son meras asociaciones culturales, sino que son fundamentalmente expresiones colectivas de Fe y comunión entre los hermanos

Un amigo sevillano me contó hace unos años la siguiente escena que había presenciado durante una peregrinación al Rocío. Tras mucho cantar, bailar y beber, uno de los romeros, con voz solemne y ojos entornados, dedicó a la Virgen el siguiente piropo: "¡Bendita tú, Rocío, rodeá de gente alegre y feliz, y no como tu prima, la de Lourdes, rodeá de tullidos e infelices!".

Por muy ingeniosa y simpática que me parezca, esta anécdota me lleva a recordar la advertencia que Juan Pablo II hizo a los romeros durante su visita –la primera de un Papa– a la ermita de El Rocío, ante el riesgo de que la peregrinación se convirtiese en un acto más folclórico y lujurioso que en una auténtica manifestación de religiosidad popular. Juan Pablo II llamó a recuperar los genuinos motivos devocionales que tienen su apoyo en las enseñanzas evangélicas, al tiempo que advirtió de la traición que supondría desligar la manifestación de religiosidad popular de las raíces evangélicas de la Fe, reduciendo las romerías a mera expresión folclórica o costumbrista.

La Semana Santa que ahora nos ocupa también es objetivo de otros intentos más sobrios y políticos pero que también tratan de desnaturalizar esta celebración religiosa reduciéndola a mera expresión cívica y cultural. Naturalmente ambas dimensiones no son incompatibles, y quizá el mayor acierto de nuestras cofradías haya sido saber combinar un cuidado especial por la estética y la potenciación de la dimensión cultural de esta celebración con una vivencia religiosa sin la cual sus símbolos y nada de lo anterior tendría sentido. Conviene recordar, a este respecto, que las cofradías no son meras asociaciones culturales, sino que son fundamentalmente expresiones colectivas de Fe y comunión entre los hermanos.

Resulta, pues, llamativo el revuelo político que ha causado el hecho de que muchas cofradías, precisamente en nombre de esa Fe y en el de la dignidad que la religión católica confiere a toda vida humana, hayan decidido lucir durante las procesiones un lazo blanco en defensa de la vida y en contra de la legalización del aborto.

Una cosa es que en nuestra Semana Santa no falten "truenos vestidos de nazarenos", tal y como decía Machado, y otra cosa muy distinta que las autoridades públicas traten de inmiscuirse y cercenar la libertad y las expresiones de Fe en un ámbito esencialmente religioso como es el de la Semana Santa.

La capacidad para conmoverse por la suerte de la vida humana más inocente tendrá poco que ver con la Semana Santa si entendemos a ésta, tal y como pretenden algunos políticos y medios de comunicación, como meras escenificaciones de interés turístico nacional; sin embargo tiene todo que ver si lo que conmemoramos con ella es la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Lejos de ser un elemento extraño a la Semana Santa, ese lazo blanco es una expresión coherente con el sentido de pertenencia a la Iglesia y con el mensaje cristiano que se refleja en todos los estatutos y juramentos de las distintas cofradías.

Recordaba el otro día el obispo de Palencia el pasaje bíblico de la conversación de los dos ladrones crucificados junto a Cristo: "¿Ni siquiera temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido; en cambio, éste nada malo ha hecho". Ciertamente si hay una vida humana que comparta la inocencia del Cristo crucificado es la de quien todavía vive en el seno de su madre. Esperemos que ese seno materno no sea nunca una cruz sino siempre un santuario de vida.

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