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Humberto Vadillo

Zapatero, primer problema económico

Mientras no desaparezca esa calamidad económica llamada Zapatero no desaparecerán, perezosamente, las restantes.

La opinión general es que Zapatero es un político muy ideologizado, de un izquierdismo extremo. El mismo no ha dudado en definirse como "rojo", eligiendo una palabra deliberadamente cargada de connotaciones.

Discrepo. Zapatero es, ante todo y sobre todo, un oportunista político. Un personaje de extremo gallardonismo, que confunde ideología con sentimiento y ambos con conveniencia. En otros términos, si Zapatero sólo recuerda a su abuelo republicano es, sencillamente, porque es el abuelo que más le conviene. Prueba de lo que digo es que antes de llegar al poder no tuvo problema alguno en defender políticas radicalmente distintas a las que ha aplicado, algunas de corte tan poco izquierdista como el "flat tax" o la bajada de impuestos. Del mismo modo, su desempeño previo a su sorprendente ascensión a la Secretaría General del PSOE, el de un modesto culiparlante prácticamente ágrafo y apenas significado, casa mal con la imagen de animal político que con indudable éxito le ha sido fabricada desde que, pasando por Atocha, llegara a la Moncloa el 2004.

Para entender bien la cosa del Pacto y lo que pasa en estos momentos por la cabeza de Zapatero tenemos que comenzar por distinguir claramente que toda medida política tiene dos posibles funciones: en primer lugar, beneficiar al conjunto de la nación y en segundo lugar, en absoluto menos importante, beneficiar electoralmente a quien la propone. Ante una determinada medida el político, cualquier político, se hace mentalmente dos preguntas: ¿Es buena esta política para mi ayuntamiento, comunidad, Nación? E inmediatamente después: ¿la adopción de esta medida hace más probable mi elección? Si el político es capaz de responder afirmativamente a ambas preguntas, la medida será propuesta.

Lo singular de Zapatero es el grado heroico con el que se ha negado a tomar cualquier decisión que perjudique en lo más mínimo sus posibilidades electorales. Zapatero se dio cuenta muy pronto de que, contrariamente a lo esperado, el PP no se hundía tras las elecciones del 2004, sino, antes bien, conservaba un extraordinario suelo electoral de casi diez millones de votos. Eso le obligaba a él a mantener a toda costa su propio suelo. Como cualquiera que sepa sumar, Zapatero es consciente de que su Gobierno se basa en sus extraordinarios resultados electorales en Cataluña y en el práctico monopolio que, con el impagable apoyo de Llamazares, mantiene sobre la izquierda española. Por ello Zapatero es consciente de que de su Gobierno no puede emanar ni una sola disposición, decreto, ley o papelillo volandero que le haga perder el favor de uno u otro pilar.

Para su infinita sorpresa, en las últimas semanas la caída de la bolsa, la presión de sus socios europeos, el incesante gota a gota de opiniones desfavorables en la prensa internacional y la contemplación de Grecia entrando, arrastrada, al barbero han hecho imposible que Zapatero pueda seguir con sus costumbres políticas. Las medidas que precisa España y que le reclama Europa son justamente las contrarias a las que precisa para ganar las elecciones: reducción del gasto público, congelación de los salarios, flexibilización del mercado laboral, racionalización de las pensiones. La adopción de estas medidas podría, pese a los esfuerzos conjuntos de Llamazares y Cayo Lara, revivir a Izquierda Unida o simplemente dejar en casa a un par de millones de votantes. La falta de entusiasmo zapaterino de los actores de la ceja que prefirieron, según la ministra Sinde, irse de borrachera a ser recibidos en la Moncloa podría ser heraldo del inminente invierno zapaterino.

De ahí la necesidad de un pacto que neutralice cualquier crítica a estas políticas y las convierta en cuestiones geológicas, actos de Dios caídas sobre ZP como sobre todos nosotros: inexorables y mecánicas. Lo que es más: para salvaguardar esa imagen de Zapatero guardián de las esencias de la izquierda es preciso que él mismo acuda al Pacto empujado, mohíno, heroico en su defensa de los humildes. De ahí que hayamos asistido en las últimas dos semanas a una burda obra de teatro en la que poco ha importado reducir al Rey al papel de acomodador, un papel en el que éste parece encontrarse extrañamente feliz por otra parte. La esencia de la obra es que ZP se entrega por responsabilidad a un pacto que no quiere y al PP se le obliga a elegir entre la espada del pacto o la pared del aislamiento y la responsabilidad de toda desdicha económica que en adelante ocurra.

Por eso es tan importante que no haya pacto.

El principal problema económico que tiene hoy España no es el paro, ni el déficit público. El principal problema económico que tiene España se llama Rodríguez Zapatero. Mientras Zapatero siga en el Gobierno, no puede aspirar España a recuperar la senda de la prosperidad. En estas circunstancias corresponde a la oposición elegir entre cualesquiera dos caminos posibles, aquel que lleve a la más rápida desaparición política de Zapatero. Mientras no desaparezca esa calamidad económica llamada Zapatero no desaparecerán, perezosamente, las restantes.

En España

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