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Agapito Maestre

En caída libre: Touraine y Bauman

Estos premios sólo crean desconfianza de las soluciones que aún albergan las sociedades libres, es decir, las sociedades capitalistas.

Si la evaluación del Premio Príncipe de Asturias depende de la calidad de los premiados en el ámbito de la Comunicación y las Humanidades de este año, entonces tenemos argumentos sobrados para mantener que la institución asturiana está en caída libre. Las aportaciones de estos dos autores a la comprensión de las sociedades actuales distan mucho de ser calificadas como originales. Menos todavía podríamos tildarlas de esforzadas o basadas en tradiciones excelentes. 

El francés persiste en el tópico más relevante de la década de los sesenta y setenta: despreciar en bloque y sin ningún tipo de matiz a las sociedades capitalistas. El capitalismo es malo y punto. Gracias a ese latiguillo expresivo, Touraine puede perorar con facundia y falta de rigor sobre la actual crisis del sistema económico y financiero mundial. Así, este sociólogo francés ha llegado a comparar la actual crisis con la caída del Muro de Berlín, es decir, igual que cayó el comunismo, quizá ahora quepa esperar la caída del capitalismo.

Touraine confunde todo los conceptos y experiencias históricas, pero su "ideología" le permite seguir manteniendo un tópico: el capitalismo es malo y perverso, y, por lo tanto, ojalá se hunda. Touraine no dice jamás que se hundirá de acuerdo con las predicciones de sus trabajos e investigaciones, sino que aventura siempre un acaso, o un posiblemente, estamos ante su final. Touraine es un aventurero con poco rigor en el ámbito de la sociología. La institución ha premiado a un aventurero de la sociología. Creo que premiar a un aventurero, dicho sea de paso, es mejor que resaltar la vida de un perfecto mediocre, como diría Gabriel Zaid, pues que:

Un perfecto mediocre, tesonero y simpático puede hacer la carrera señalada por Juels Renard. El primer premio se lo dan porque "¡Pobre, no le han dado ninguno!". El segundo, porque acaba de recibir otro. El tercero, porque ya tenía dos. El cuarto, porque lo exigió. El quinto, porque, después de tantos premios, no darle éste llamaría la atención (se pensará que lo excluimos por razones ideológicas o prejuicios contra las minorías). El sexto, porque premiarlo se volvió costumbre. Los siguientes son avalancha. La sociedad, las instituciones, el Estado, se premian a sí mismos al reconocer a los monstruos sagrados.

En todo caso, los estudios sociológicos de Touraine sobre el capitalismo, aunque rozan la superficialidad permanentemente, no caen en la perversidad moral de sus "trabajos" sobre la América española. Su obsesión por rehabilitar la leyenda negra sobre España en América es de tratamiento psiquiátrico. Francia, la gran nación francesa, nos repite una y otra vez Touraine hubiera sido mejor potencia colonizadora que España. Este mensaje no sólo funciona perfectamente en los libros de Touraine, sino que tiene tan gran acogida en el público universitario como la que tuvo en su época Marta Harnecker con su manual sobre "materialismo histórico". Por este camino, también la institución de los Premios Príncipe de Asturias se suma a esa tendencia al suicidio de toda la cultura hispanoamericana.

Zygmunt Bauman es otro estilo para el "mundo del consumo" universitario, pero comparte con Touraine su afición por mantener lugares comunes. El inglés de origen polaco, profesor emérito de la Universidad de Leeds, es también otro símbolo de la repetición intelectual que inunda Occidente. El tópico esgrimido, o mejor, explotado por Bauman tiene su origen en la espuma generada por el debate que, entre la década de los ochenta y noventa, llamamos la postmodernidad frente a la modernidad. No se defienden criterios y argumentos contundentes. La razón ha desaparecido de todos los lugares. Pensar es casi imposible. Es peor que una tarea inútil. Es una sutileza que nos impide adaptarnos a la perversa realidad. Tampoco a la obra de Bauman le interesan ahondar sobre los sentimientos morales que aproximan y alejan a lo seres humanos. La fragilidad de la vida nos convierte en esclavos de la realidad.

No tomarse la vida demasiado en serio es la línea directriz de este sociólogo de lo cotidiano. Bauman es, sobre todo, un inventor de expresiones muy cercanas al lenguaje publicitario. Por eso, toda su obra es ligera. Ligerísima. "Vida liquida", "muerte liquida", en fin, "libros ligeros" son las principales promociones "sociológicas" del premiado. Bauman es un hombre fascinado por la sociología de la superficialidad. Sus lectores, sin embargo, consiguen aprender, o mejor, recordar ciertas expresiones que siempre están vinculadas a la precariedad e incertidumbre de la vida contemporánea. Todas sus expresiones tienen el hálito de la mejor publicidad y, por supuesto, repiten el grandioso descubrimiento presocrático de que "todo fluye".

La sociología de Bauman es una versión descolorida del viejo Heráclito. Descolorida, sí, porque no se atreve a pensar su legado: la razón de que todo fluya es el conflicto. La guerra. Bauman es una máscara desgraciada del gran estoicismo español. Es incapaz de entender el aforismo de la filosofía popular española: "Convierte, amigo, la necesidad en virtud". He ahí una frase breve, un concepto lleno, y una intuición visual, o sea, filosofía en lengua española. Para expresar algo parecido al estoicismo hispánico, Bauman necesita líneas y más líneas, libros y más libros, que nunca alcanzan la frase redonda de la poética española. He aquí un ejemplo de la hojarasca del polaco que se aproxima al arte de vivir de los estoicos: "La práctica del arte de la vida, de convertir la vida propia en obra de arte, equivale en nuestro mundo moderno líquido a estar en un estado de transformación permanente, a redefinirse perpetuamente a uno mismo mediante el proceso de llegar a ser otro personaje distinto del que se ha sido hasta ahora...".

En fin, el Premio Príncipe de Asturias se ha retratado con estos dos premiados. Antes que la excelencia y el esfuerzo, es decir, el trabajo del pensamiento, el Príncipe de Asturias premia lo políticamente correcto. Ni el Premio ni los premiados son capaces de crear una sola categoría para comprender las sociedades actuales y menos todavía para pronosticar las maneras de superar sus maldades. Estos premios sólo crean desconfianza de las soluciones que aún albergan las sociedades libres, es decir, las sociedades capitalistas.

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