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Ojos ensangrentados

Si los gobernantes ceden al impulso de la exigencia política coyuntural, terminarán socavando el logro principal de la democracia: el de la reivindicación y defensa permanentes de leyes iguales para todos.

berdonio dijo el día 4 de Septiembre de 2010 a las 15:31:

Buen artículo. Es imposible no estar de acuerdo con usted en el fondo del asunto, por eso es tan necesaria la denuncia permanente de los criminales abusos y sinrazón del socialismo: hasta el más poderoso de los déspotas precisa de algún tipo de justificación racional o práctica si no quiere terminar sucumbiendo más pronto que tarde. Con independencia del eco que puedan tener, razonamientos como el suyo les hacen un daño letal, pues dejan al descubierto su talón de Aquiles.

El lobo ha entrado hace ya tiempo en este simulacro de democracia. No es extraño que un gobierno onceemero negocie con terroristas: son tal para cual. Ambos son socialistas, es decir, plenamente convencidos de que el fin justifica cualquier terrorismo.

Ahora toca hablar de terrorismo jurídico, de violencia de Estado, de cómo la política ha fagocitado a la justicia hasta el esperpento. La igualdad ante la ley es a ojos del socialista canónico sólo una intolerable pamema represora de la discrecionalidad política. ¿Pero qué narices de política se puede hacer si hay que respetar escrupulosamente la ley? Ninguna, en eso tienen toda la razón, y mientras no comprendamos que socialismo y Estado de Derecho son absolutamente antitéticos, no avanzaremos nada. Ellos lo tienen muy claro, y las retóricas admoniciones a las esencias democráticas quedan muy bien, pero abonan erróneamente la idea de que las comparten, y no es así: los socialistas niegan por principio el imperio de la ley y confunden democracia con dictadura de mayorías manipuladas y engañadas cuanto sea preciso.

La burla llega al extremo de violentar los conceptos más básicos del derecho. Como cualquier jurista profesional debería saber, no digo ya estudiante o versado en leyes, la LVG no es sólo que sea anticonstitucional es que ni siquiera es una ley propiamente dicha. Ni es, evidentemente, general, pues se trata de sangrante derecho penal de autor, ni es abstracta, pues se limita a discriminadores supuestos determinados y específicos. Por supuesto, es finalista, vergonzosamente política, no establece límites neutrales en la acción de seres fundamentalmente libres sino que prescribe conductas concretas –hombre, ojo al dato, se han invertido las relaciones de poder- en orden a imponer resultados sociales, cínico eufemismo de “vender la moto” a base de favorecer a esbirros grupos de presión

Si desde el principio se ha conculcado lo más elemental ante la pasividad y desidia de un venal estamento judicial que algún día deberá hacer frente a sus gravísimas responsabilidades, ¿a qué viene ahora rasgarse las vestiduras ante sus inevitables consecuencias como si fueran meras anomalías subsanables y no los vicios estructurales que en realidad son?

El problema no es una mala praxis generadora de contradicciones, es el socialismo en sí y sus inevitables implicaciones que dan pleno sentido a las incongruencias como exhibición intimidatoria de poder omnímodo del Estado sobre el individuo.