Colabora
Xavier Reyes Matheus

Chavismo sin indulgencia

En cuestiones políticas, la impotencia es quizá el sentimiento más característico del mundo actual.

En cuestiones políticas, la impotencia es quizá el sentimiento más característico del mundo actual. Ella es el resultado, a un tiempo, del conformismo y de la sensatez; de la frustración y de la paz; de la corrupción y del orden. Todo el mundo siente la necesidad de hacer algo y acaba concluyendo que no hay nada que hacer, porque al final del camino no hay más que incertidumbre. Nadie está en condiciones de lanzar la primera piedra, y parece que mejor así: gracias a eso podemos todos conservar la coronilla segura. En ese limbo moral nos reconocemos frente a asuntos como los de Siria y Egipto, que nos hacen prosélitos de aquellas tesis de Jeane Kirkpatrick para escoger del mal el menos. Y con sincera preocupación ética lo escogemos, y sin embargo seguimos tiznados de indecencia y de sangre, como la mano de Lady Macbeth.

Mucha gente se avergüenza de esta impotencia y busca maneras de remediarla: la vergüenza, digo, no la impotencia, que esto último sería muy sacrificado. Por el contrario, para salvar la cara basta con adscribirse a alguna ideología de esas que sirven para redimir el mundo desde la comodidad del hogar. No se sale de rumiante, pero el mordisco laxo y baboso se disfraza de dentellada llena de rabia, y el que así lo da rechaza la condición bovina y en cambio se proclama triturador. De este modo se vive instalado en esos principios incombustibles que suplen la propia crítica con profesiones de fe, porque al que cree no se le piden razones coherentes sino mera fidelidad. El socialismo, nacido con pretensiones de verdad científica, es el ejemplo más acabado de esa ética que con el carnet en la mano ya no se hace preguntas. También el nacionalismo: ¿vale de algo, en el fondo, que se explique a los nacionalistas catalanes la verdad de 1714? ¿Qué clase de convicciones o de ideas tendría un apóstol del nacionalismo si estuviese dispuesto a sacrificarlas por algo tan superfluo y contingente como la verdad? ¿No puede ésta acaso transformarse, travestirse, sustituirse por consenso público?

La revolución bolivariana en Venezuela ha tenido la capacidad de representar uno de esos sistemas de verdad cuya prueba es únicamente el proselitismo. A la oposición, inerme y perseguida, sólo le queda la opinión pública para poner al descubierto el catálogo casi infinito de arbitrariedades, desmanes y agresiones que ha sufrido del Gobierno. Pero sus denuncias están destinadas a estrellarse contra la misma cartilla que ha convertido en "gusanos" a los disidentes del castrismo. El dramático empobrecimiento de Venezuela no escandaliza a nadie ni aun tratándose de una potencia petrolera: después de todo, ya se sabe que a los ojos del socialismo mundial América Latina luce más bonita en harapos, siempre que sean de colores vistosos; querer remedar allá las conquistas de la clase media primermundista es pretensión insolente de las oligarquías opresoras para seguir imponiendo la desigualdad. En cuanto a las violaciones cometidas por el régimen contra los derechos humanos, lo mismo: será que los afectados se lo merecen. Y si es en nombre de la democracia que se impugnan los excesos, ni hablar, porque a estas alturas y en todas partes la democracia ya no es sino lo que cada cual quiere que sea.

Por desgracia para sus devotos, el régimen chavista de Nicolás Maduro defrauda hasta en esa altura moral que ellos le atribuyen como sanguinario vengador de las injusticias sociales. Y ello porque supera a las peores cloacas de la democracia burguesa con una corrupción que no encuentra paralelo sino en las más personalistas y lujuriosas satrapías africanas. Para contar esto -la orgía del sistema de adquisición de divisas; el nepotismo y el tráfico de influencias; el desfalco de las reservas internacionales; el lujo ostentoso de los jerarcas- la oposición tiene por delante un repertorio nutridísimo de cosas que debe mostrar a los que todavía creen en Robin Hood. Teniendo en cuenta que será esta rapiña sin control lo que precipite al país en la desesperación, y lo que divida al chavismo cuando la teta ya no alcance para todos, es de prever que el fenómeno que ha continuado ilusionando a las izquierdas sin atender a que fuese totalitario, despótico y violento deje de hacerlo en cuanto todos descubran que sólo se trataba de una monumental cleptocracia.

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario