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Fundación Heritage

La política exterior de Obama, un fracaso

Hoy somos menos capaces de impedir la guerra y mantener la paz, y estamos mucho más expuestos al terrorismo, que cuando Obama accedió a la Presidencia.

Tras asumir el cargo, el presidente Obama se embarcó en uno de los experimentos más arriesgados de la historia americana. Decidió poner en práctica cómo sería el mundo si Estados Unidos abandonara su papel como garante de la estabilidad global y asegurador del orden internacional.

Seis años más tarde, ya lo sabemos.

Cuanto más nos retirábamos, más inestable se volvía el mundo. Cuanto más tratábamos de dejar que otros lideraran, menos podíamos influir sobre o controlar los acontecimientos. Hoy somos menos capaces de impedir la guerra y mantener la paz, y estamos mucho más expuestos al terrorismo, que cuando Obama accedió a la Presidencia.

Éstas son las conclusiones del capítulo que firmo con William Inboden, de la Universidad de Texas en Austin, en el nuevo manual de estrategia en política pública para el Congreso editado por Heritage Action for America. Nos propusimos entender el aprieto en el que está Estados Unidos a causa del fallido experimento presidencial y ofrecer una salida.

Nuestra situación es realmente grave. Una vez más, el terrorismo amenaza nuestra patria. Como nos hemos sustraído del mundo, numerosos territorios se han hundido en el caos y convertido en vivero de terroristas. La Administración ha cometido demasiados errores voluntarios: retirarse con demasiada rapidez de Irak (y probablemente de Afganistán); dejar de lado el conflicto sirio hasta que ya no se podía mirar para otro lado; renunciar a obtener cruciales datos de inteligencia al atacar a terroristas con drones en vez de interrogarlos; la liberación de presos de Guantánamo, que no han hecho sino volver a la lucha...

Los errores se derivan de la visión miope de que realmente no estamos en guerra contra el terrorismo. Ya ni siquiera los franceses se creen eso.

Y también tenemos el regreso de la rivalidad entre grandes potencias. La mayor vergüenza es el fracaso de la Administración Obama en su tristemente célebre política del reseteo con Rusia. El resultado ha sido la ocupación rusa de Crimea y otras partes de Ucrania, así como el nuevo desafío de Moscú al concierto de la Posguerra Fría en Europa. Obama puede hablar sin parar sobre "estereotipos obsoletos de la Guerra Fría", pero la nueva guerra fría con Moscú arrancó con él al mando, no con el presidente Bush.

Aunque estos son los problemas más obvios, hay uno mucho más grande. Ya se anda diciendo por ahí que Estados Unidos está barajando dejar de ser superpotencia. La principal razón es la desconfianza que hay en Obama como líder mundial, que se palpó con claridad cuando no envió a nadie de mayor rango que el de embajador a la manifestación por la matanza de Charlie Hebdo en París. Nuestra percibida debilidad ya forma parte de los cálculos de todos. Nuestros desatendidos aliados empiezan a buscar otro tipo de protección. Enemigos y rivales ven oportunidades que no se podían haber imaginado hace seis años.

¿Cómo revertir el rumbo? Harán falta más que palabras para rectificar después del fallido experimento de Obama.

Para empezar, tiene que haber un cambio fundamental en la manera de pensar. Tenemos que abandonar la idea de que dejar que las cosas pasen es menos peligroso que tratar de controlarlas. No podemos encargarnos de todo lo que sucede en el mundo, pero tampoco podemos darnos por vencidos, como si nos dominara la impotencia, o peor aún, implicarnos a medio gas, como estamos haciendo contra el Estado Islámico, porque eso es algo condenado al fracaso.

Cambiar de rumbo significa recuperar la iniciativa en la guerra contra el terrorismo, primero llamándola guerra real y, segundo, con el desarrollo de una política más coherente en materia de Estados débiles y fallidos, a fin de evitar que se conviertan en refugios de terroristas. Eso también significa invertir más en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos.

Debemos recomponer y fortalecer nuestras alianzas y revitalizar nuestra política económica internacional. Nuestra falta de cuidado en asuntos de intercambio comercial y otras políticas económicas ha dejado el campo libre a China y a otros, que rápidamente han sabido llenar el vacío que dejamos. Eso es perjudicial para la economía de Estados Unidos y para la causa en su sentido más amplio de establecer normas y estándares internacionales para los negocios y las finanzas.

El gran experimento de Obama ha fracasado. Redoblar esfuerzos sobre unas premisas erradas no producirá mejores resultados. Hace falta un nuevo rumbo, hacia lo que realmente funcionó bastante bien durante décadas: un Estados Unidos fuerte dedicado a liderar el Mundo Libre.

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