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Federico Jiménez Losantos

Nunca una denuncia por maltrato fue más denunciada y maltratada

La "violencia de género" se ha creado para manipular, no combatir, el maltrato a la mujer. Empezando –o concluyendo- por la mujer de López Aguilar.

Juan Fernando López Aguilar, orgulloso autor de la Ley contra la Violencia de Género (masculino), ha demostrado esta semana la vigencia de una ley de maltrato que, sin metáfora, sufren todas las mujeres de cargos públicos si osan enfrentarse al poderoso marido que les pega y humilla. En Noviembre se cumplirán cuarenta años de democracia y me gustaría saber cuántas denuncias de mujeres maltratadas por maridos poderosos –diputados, senadores, alcaldes, concejales, jueces, policías, millonarios- se presentaron en los juzgados y cuántas salieron adelante. Ni media docena en cuatro décadas, diría, aunque me vienen a la memoria varios casos –PP, PSOE y otros- que los propios partidos consideraban "bombas de relojería" y que no llegaron a estallar por el terror habitual de las maltratadas y por el razonable temor de la denunciante de salir peor parada que el denunciado.

La razón ha quedado nítida, abrasadoramente clara, en el caso del político presuntamente maltratador que, con la complicidad de políticos –Posada dejándole usar el Congreso, las feministas del PSOE jaleándolo- y periodistas, hemos visto a tertulianos gimoteando como norcoreanos a la muerte de un Kim porque Juan Fernando –"permíteme que te llame de tú, nos conocemos hace muchos años", decían- había sido acusado, sin duda falsamente, ¡de malos tratos! ¡Él!. ¡El "genio", según Talegón, que hizo la Ley contra la violencia de género! A El País se le escapó esta frase de la mujer: "también los neumólogos dicen que no hay que fumar y fuman".

Escandaloso abuso de poder

Fuman, sí. Pero, mientras tanto, López Aguilar ha usado y abusado de su poder, de las instituciones que pagamos todos y se ha paseado por los medios de comunicación que, por afinidad ideológica, lo han servido. La mayoría –siempre progre- de los periodistas, con la silente aquiescencia de la minoría algo escandalizada ante el maltrato periodístico a la denunciante, ha actuado como lo que es: una pieza sórdida pero absolutamente esencial del poder político. Ha llamado o dejado llamar a la mujer borracha, loca y embustera. Ha dado por indiscutible la palabra de él contra la de ella. En fin, nunca en España una denuncia por malos tratos ha sido tan maltratada.

No es demasiado de extrañar en el partido de Eguiguren, condenado por malos tratos a su señora y absuelto por no sé qué debilidad mental, lo cual no le ha impedido –al revés- definir el pacto del PSOE con la banda maltratadora, a fuer de asesina, ETA. Alguna vez saldría en las sobremesas de Eguiguren y Josu Ternera esa condena por maltrato del sociata. Lástima que no se grabara la opinión del cabecilla etarra, que, antes de huir de la policía, honraba con su presencia la comisión de Derechos Humanos del Parlamento Vasco. ¿Se habrá presentado, en estos cuarenta años, una sola denuncia por violencia doméstica contra un etarra o habrá triunfado el temor al entorno político-periodístico-social del maltratador?

El Caso de López Aguilar, desvergonzadamente atrincherado en los privilegios del aforamiento en el Supremo y que no ha tenido que salir de casa esposado, como cualquier hombre denunciado por malos tratos en aplicación de su Ley- muestra lo fundado del miedo a denunciar al que tiene poder y, por ende, se hace temer. Y no hablo del entorno del ex-ministro, diputadísimo y eurodiputadédrrimo, cuyo hermano Sorrocloco llamaba al presidente de la AVT "escoria" al que "el día en que le mataron a sus familiares le tocó la lotería". Eso, también. Pero me refiero sobre todo a la maquinaria de triturar enemigos políticos, que actúa exactamente igual contra los enemigos personales del político. Ese poder del Poder ha actuado esta semana salvajemente contra una mujer presuntamente maltratada por un político. Tal vez hubiera sucedido algo parecido con un político del PP, pero difícilmente con la ferocidad exhibida por las socialistas de cuota -que algunos llaman "feminazis"- y el nunca extinto Comando Rubalcaba, que sigue siendo el modelo de todos los peperiosicarios, sorayos y cospedalos.

Hay dos tipos de violencia: la del grito y la del silencio, la del apaleamiento y la de la degradación. Los estudiosos de la violencia doméstica –de todos los géneros- coinciden en que no hay maltrato físico sin maltrato psicológico, y en que la base de éste es convencer a la mujer de que ella no vale nada y él mucho, como repetía una y otra vez la mujer de López Aguilar. Y si, víctima del estrés de su talento, le da por pegar, es que no sabe contenerse o tiene un "infierno interior", otra frase de la mujer de López Aguilar que abunda en el cuadro psicológico típico del maltrato.

Pero la clave definitiva está en otra frase de la mujer maltratada -como mínimo, periodísticamente- que El País señala como contradictoria y que a mí me parece de una evidencia cegadora: "ha habido maltrato, pero no violencia de género". O sea, que hay violencia física, pero absolución política; o violencia política que tapa la física. En realidad, la mujer de López Aguilar ha explicado perfectamente el sentido último de la Ley López Aguilar: la "violencia de género" se ha creado para manipular, no combatir, el maltrato a la mujer. Empezando –o concluyendo- por la mujer de López Aguilar.

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