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David Jiménez Torres

Corbyn y el incierto futuro del laborismo británico

La elección de Corbyn plantea más interrogantes de los que resuelve y aboca al laborismo a un futuro muy incierto.

La elección de Corbyn plantea más interrogantes de los que resuelve y aboca al laborismo a un futuro muy incierto.
Jeremy Corbyn, este sábado tras ser elegido nuevo líder del partido Laborista | EFE

La elección del izquierdista Jeremy Corbyn como nuevo líder del partido laborista británico culmina un proceso que se inició tras la sorprendente mayoría absoluta de David Cameron en las elecciones generales y que a lo largo del verano ha tomado el pulso de la izquierda británica. Sin embargo, la elección de Corbyn plantea más interrogantes de los que resuelve y aboca al laborismo a un futuro muy incierto. Puede que acaben de elegir al político que, habiendo interpretado correctamente un cambio de signo ideológico post-2008, les lleve de vuelta al número 10 de Downing Street. Pero también es muy probable que el laborismo se haya condenado a la irrelevancia electoral, e incluso esté propiciando una escisión interna, a cambio de un brindis al sol.

Para entender las particularidades de la elección de Corbyn, vale la pena señalar que su entrada en campaña fue poco menos que estrambótica. Algunos de los pesos pesados del partido que le ayudaron a reunir los avales necesarios para presentar su candidatura luego admitieron públicamente que no tenían intención de votar por él. Su propósito era que la presencia de Corbyn ayudara a movilizar a las bases y a mantener el foco mediático sobre el partido, pero no que acabara convirtiéndose en el nuevo líder. Algo que se entiende si consideramos que la carrera política de Corbyn se ha basado en su condición de verso suelto dentro del partido; alguien que hace gala de su tendencia a romper la disciplina de voto (siempre por la izquierda) y al que se le ve más cómodo en los eventos organizados por grupos de activistas (de nuevo, siempre de izquierdas) que en los actos de partido.

La reacción de Blair

En este contexto, la ventaja que Corbyn empezó a tomar en las encuestas al poco de entrar en campaña sorprendió a propios y a extraños, y provocó a lo largo del verano una catarata de reacciones por parte de las principales figuras del establishment del partido. Entre ellos han destacado Tony Blair y (de forma mucho más comedida) Gordon Brown, precisamente los dos últimos primeros ministros que ha producido el laborismo. A través de diversos artículos, discursos y entrevistas, Blair ha intentado explicar a los militantes del partido que el izquierdismo antediluviano de Corbyn no supone más que una receta para la irrelevancia política: que la historia del laborismo demuestra que las elecciones se ganan por el centro (como logró él mismo en tres ocasiones) y no por la izquierda, como intentaron sus predecesores durante los años ochenta y noventa con gente como Michael Foot o Neil Kinnock. El resultado fue pasarse la friolera de dieciocho años en la oposición.

La elección de Corbyn a pesar de este tipo de advertencias es, sin lugar a dudas, una victoria de las bases frente al aparato del partido. También ha dado pie, a lo largo de la campaña, a numerosas alarmas ante la posibilidad de que militantes conservadores o liberal-demócratas se estuvieran afiliando en masa al partido a fin de poder votar a Corbyn, garantizando así que el laborismo perdería las elecciones de 2020.

Sin embargo, es dudoso que Corbyn deba su contundente victoria a este tipo de triquiñuelas (en caso de que se hayan producido). La explicación más bien hay que buscarla en la toma de partido que ha hecho la izquierda británica acerca de la estrategia que hay que seguir: no es necesario convencer, con vencer nos basta. Mis propias conversaciones a lo largo del verano con amigos de izquierdas coincidían en el diagnóstico que ha realizado ese tipo de militante (joven, a menudo ligado al mundo universitario) de la derrota electoral de hace unos meses: que el laborismo había perdido por la izquierda, no por el centro.

La clave escocesa

Su explicación se centra en la dramática pérdida de escaños que sufrió el partido laborista en Escocia, uno de sus habituales graneros de votos. Como es sabido, esos votos fueron en las generales al partido nacionalista escocés (SNP), que de esta forma se recuperó del varapalo de la derrota en el referéndum independentista del año pasado. Que el SNP propusiera un programa "anti-austeridad" (además de "pro-escocés") ha hecho pensar a los laboristas que los votantes escoceses les apoyaron por su mensaje izquierdista, no por su proyección nacionalista. Es decir, creen que el votante escocés les abandonó por ideología, no por sentimiento nacional.

La gran apuesta que subyace en la elección de Corbyn es, por tanto, que un viraje a la izquierda ayudará al laborismo a recuperar Escocia. Los que tenemos más experiencia con nacionalismos subestatales sabemos que una vez que se empieza a votar en clave nacionalista y a aceptar la cosmovisión simplista y autoindulgente que proponen los nacionalismos políticos, es muy difícil dejar de hacerlo. Pero cuando se les explica esto a los laboristas, ellos responden, confiados, que el caso escocés es distinto del catalán o del vasco. En fin, pronto lo averiguaremos.

El relato de una derrota

Por último, la victoria de Corbyn también ratifica el relato que la izquierda británica ha ido elaborando desde 2008 con respecto a su propio pasado. Corbyn supone un rechazo meridiano de la herencia de Tony Blair y de su Nuevo Laborismo, aquel que aceptó el legado de Margaret Thatcher y decidió que, tras la caída del Muro de Berlín y a la vista de los tiempos boyantes de finales del siglo XX y principios del XXI, eso del capitalismo y el liberalismo no estaba tan mal.

La crisis económica mundial que comenzó en 2008 ha reforzado las voces que siempre se opusieron al viraje al centro del partido, y ha creado un relato del Nuevo Laborismo como una traición a la clase obrera que ahora, por fin, se puede rectificar. El Viejo Laborismo que renace con la elección de Corbyn sólo reivindica el legado de los primeros ministros de las décadas de posguerra, aquellos que instauraron un Edén keynesiano en el que no había desigualdades y donde se habría nacionalizado hasta la lluvia en caso de estimarse necesario. Proclaman que el proceso de privatizaciones que inició Thatcher no ha hecho sino empobrecer tanto a los servicios públicos como al ciudadano, y que es necesario abandonar el espejismo liberal para volver a un mundo más justo e igualitario. Y están convencidos de que pronto los votantes se darán cuenta de todo esto.

¿Tendrán razón? Quién sabe lo que sucederá en estos tiempos tan desorientados, en los que Occidente busca a tientas, torpemente, las claves que regirán el mundo post-2008. Lo que sí sabemos por experiencia es que los candidatos que ilusionan a las bases de un partido muchas veces lo hacen por las mismas razones por las que repelen al resto del electorado. Y, que sepamos, provocar rechazo entre los ciudadanos es una pobre receta para ganar elecciones.

Un último apunte: la elección de Corbyn, quien ha mostrado su rechazo a la "austeridad" en la eurozona, puede desencadenar un cambio de postura del laborismo en lo que se refiere a Europa. Y en breve habrá un referéndum sobre si Reino Unido se mantiene o no en la Unión Europea. Atención, pues.

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