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Pablo Planas

Garganté, busero, concejal y padrino de la mafia manta

Garganté es el Andrés Bódalo catalán, partidario de la acción directa y capaz de acojonar, si fuera preciso, hasta a la diputada de su partido Anna Gabriel.

El extraordinario momento político catalán alumbra personajes tan asombrosos como las monjas separatas Caram y Forcadell, el joven Charni Rufián, Alcaldada Colau, el ministro de Exteriores Romeva o el presidente de la Generalidad Cimadelmonte, al que sus jefes de partido llaman "el Mocho" por el estilo yeyé de su peinado. El último en auparse a la pared de la fama en la herriko-taberna condal es Josep Garganté, el concejal cupero de Barcelona que lleva tatuado al Che en un antebrazo y las palabras amor y odio en los nudillos, como Mike Tyson, el exboxeador que ahora se dedica a la cría de palomas tras un tormentoso pasado penitenciario.

Garganté es el Andrés Bódalo catalán, partidario de la acción directa y capaz de acojonar, si fuera preciso, hasta a la diputada de su partido Anna Gabriel. Desencantado del sindicalismo oficial, acabó en la CUP tras pasar por CCOO y la CGT, siglas últimas en las que cobró fama de valladar inexpugnable en el cara a cara entre manifestantes y antidisturbios. Un tipo duro con malas pulgas y aires de proferir aquello de estar muy loco.

En un reportaje hagiográfico de El País se le presenta como el solícito conductor de la línea de autobuses 102 de Barcelona que pese a tener acta de edil sigue a los mandos de su bus, un personaje amable que atiende a las viejecitas del trayecto y tuitea sus quejas sobre el estado de las paradas o lo mucho que tarda el autobús. Declaraba el ínclito a la reportera:

Me gusta este trabajo. Transporto gente y la escucho. Sobre todo a la gente de los barrios. Los conozco y me conocen. Y, si hace falta, les espero hasta que lleguen a la parada.

Testimonios de primera mano advierten, sin embargo, de que en la oficina electoral de Garganté no se cuela nadie, salvo coleguis, porque, por mucho que los autobuses sean de todos, el privilegio de no pagar lo administra él, el boss concejal.

Garganté, como Romeva, luce el coco rapado y desde hace unas semanas vistosa barba hipster, lo que le da un aspecto todavía más tenebroso y pendenciero, como de cortacabezas vikingo con sed de venganza. Un look de impacto.

Su última hazaña, recogida en YouTube, ha consistido en presionar a un médico para que cambiara el parte de lesiones de un mantero (colectivo protegido por Mamá Colau) y, allí donde ponía que se había torcido el pie en una caída fortuita, atribuyera el esguince a un empujón de la Guardia Urbana. "Nos podemos estar cinco minutos o cinco horas", le dice el padrino Garganté al facultativo, que resistió el embate como un coracero de la verdad y dijo que él no cambiaba el parte porque el infortunado no le habló de ninguna agresión y fue muy concreto respecto a las circunstancias del tumulto en el que se vio involucrado, que cayó, no le cayeron. Y si Garganté quería peces, que el mantero presentara una denuncia en regla y luego volvieran al hospital con el papel en la mano.

Lo que no ha sido capaz de hacer Colau, que guarda silencio desde que hace cinco días se produjeron los hechos, lo ha tenido que hacer un anónimo y desprotegido médico de urgencias con los fundamentos hipocráticos en su sitio. Lo que no se sabe es si tendrá que cambiar de oficio, de ciudad o de ambas cosas. El médico, no Garganté.

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