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Federico Jiménez Losantos

Podemos, entre la Izquierda Campana y la Derecha Badajo

En Venezuela fueron los adecos y los copeyanos los que, con su corrupción y torpeza, abrieron el camino a Chávez. Aquí, son los sociatas municipales y los teleñecos rajoyistas los que allanan el camino de Iglesias.

Si el comunismo ha reverdecido en las sociedades más prósperas del mundo, tras convertir en cárceles ruinosas a todas las que lo han padecido, es por algo difícil de aceptar en términos morales e intelectuales, pero que es rigurosamente cierto: a muchísima gente –no a toda, claro, pero sí a gran parte de ella- le gusta horrores la mentira, que le mientan y que le permitan mentirse a sí misma, porque prefiere creer cualquier cosa, lo que sea, antes que afrontar la verdad, que supone siempre cierta responsabilidad personal.

Y si somos conscientes de la propensión atávica del ser humano al mal y a la manipulación, a destruir los frutos más sutiles de la civilización y a malgastar el acervo más noble de la experiencia humana, ¿por qué los liberales hemos de esforzarnos en defender lo que nos parece mejor, en vez de plegarnos a la ley del mínimo esfuerzo, admitiendo que, como decía Hegel, "la Historia avanza por el lado malo"? ¿Por qué no buscar lo que más nos convenga para sobrevivir y prosperar sin necesidad de sacrificar nada a nadie? ¿No es eso, al cabo, lo que anhela la gente, en todo tiempo y lugar? Si no tenemos una idea trascendente de la vida, en un Dios ante el que justificar nuestras acciones, ¿por qué habría de sacrificar un individualista en aras de una idea su interés, su placer, su conveniencia, los pocos buenos años que la vida le conceda?

Cuando en Caracas se llevaba corbata

Cada día, viendo el oscuro devenir de la sociedad más brillante de la Historia, es más urgente hacerse esta pregunta, al menos si uno tiene la responsabilidad de dirigir un grupo de comunicación y de crear, dentro de sus posibilidades, una corriente de opinión que defienda las ideas que, por resumir, llamamos liberales. Y esta necesidad de introspección que suele activarse en mí al menos una vez al año, normalmente en vísperas de la Junta de Accionistas, tuvo ayer la fortuna o el destino de encontrarse con el homenaje que Libertad Digital y esRadio han rendido al gran pensador, profesor y periodista venezolano Carlos Rangel al cumplirse los 40 años de la publicación de su libro Del buen salvaje al buen revolucionario, que en mi opinión es el más importante ensayo político en español del último medio siglo. Y aparentemente, el más inútil.

Conocí a Carlos Rangel y a su esposa Sofía Imber en Caracas, pocos meses antes de que él se suicidara. Habíamos quedado a cenar con Carlos Alberto y Linda Montaner en un buen restaurante y yo no llevaba corbata. Iba tan casual porque al día siguiente volábamos a Perú, al Machu-Pichu antes de que los terroristas de Sendero Luminoso lo cerraran, como ya se temía y, en efecto, ocurrió. Veníamos de unas jornadas sobre la Contra nicaragüense, que, como siempre donde alcanzan los tentáculos de La Habana, sufrieron el boicot de la horda castrista. Yo quería comentar con mi desconocido pero leído y admirado Rangel la experiencia de ver cómo la picaresca española pervivía entre los indios miskitos. Para ello, un piadoso y zumbón camarero tuvo que dejarme una corbata; sólo así puede sentarme a su mesa. Así que, cuando ahora veo a algún matón bolivariano uniformado de chándal justificando las colas de abastecimiento, recuerdo aquella Caracas de Carlos Rangel con excelentes restaurantes a los que uno no podía entrar sin llevar corbata.

Pero la serpiente estaba bajo la moqueta. De hecho, Rangel e Imber nos contaron en aquella cena cómo en la facultad de Políticas habían quemado su libro. Cómo más de una vez, con la cobardía habitual en las universidades, Carlos había tenido que pasar para entrar a dar sus clases por entre dos filas de comunistas que le insultaban y le escupían. Pero él llegaba, se cambiaba el traje escupido, daba clase y se iba. Si no lo mataban, decía, era porque resultaba más rentable para los revolucionarios humillar a la estrella matinal de Venevisión –Rangel e Imber hacían un noticiario liberal a las 6 de la mañana- que liquidarlo. De momento. Porque la estrategia de lo que, tras ganar las elecciones sólo cuatro días después Carlos Andrés Pérez, se convirtió en golpismo y luego en régimen bolivariano, era tan previsible que ya estaba en marcha.

La mentira mueve el mundo

Todo lo que dice Rangel en Del buen salvaje era, es verdad. Pero no puede decirse que "no le creyeron" los suyos, los venezolanos. Simplemente, no les gustaba lo que decía, lo que les decía sobre su responsabilidad en los problemas sociales que, según arraigada costumbre local, adjudicaban infaliblemente a otros: los USA, la herencia española, el capitalismo o la falta de capital interior. Lo que fuera, menos algo que pudieran haber estropeado -y arreglar- ellos.

Años después del suicidio de Carlos, volví a ver a Sofía Imber, que aún recordaba a aquel jovencito español que había ido a cenar sin corbata. De vivir, seguro que Rangel habría estado con nosotros en Albarracín, creando la Ilustración Liberal y Libertad Digital. Y yo lo entrevistaría, en Caracas o en Miami -donde ahora reabre su gran museo de arte moderno Sofía Imber-, para que contara en esRadio cómo veía su país, que era el de la Libertad. Pero al ver cómo se nos viene encima, como entonces en Venezuela, la peste contra la que nos alertaba, es forzoso preguntarse: ¿por qué no eligió otra forma de vida, teniendo tanto talento, tantos medios? Y la respuesta es sencilla: porque entonces no habría sido él, Carlos Rangel.

Dice Montaner en LD que Jean François Revel, introductor de la obra de Rangel en Francia, tal vez tenía en mente su suicidio al abrir así su obra capital El conocimiento inútil: "La primera de todas las fuerzas que mueven el mundo es la mentira". Y podría haber terminado diciendo: "Hay gente que prefiere morir antes que mentir". Entre ellos, Revel y Rangel.

El badajo pepero y la campana progre

De entre los textos y entrevistas dedicadas a la memoria de Rangel y a la de todos los liberales de América, más nuestros cuanto peor están, me ha llamado la atención esta frase de Reyes Matheus explicando cómo llegó allí al Poder el comunismo, en chándal chavista: "Jaleado por la izquierda siniestra y campana que no tiene cojones para empuñar un arma pero ya se encarga de movilizar o jalear a los asesinos meneándoles el badajo".

Aquí, en el chavismo podemita, la "Izquierda Campana" serían los ayer rubalcabianos y zapaterosos, hoy podemitas: los Ferreras, Wyoming, folloneros, buenafuentes, sexteños y cuatreños progres. Pero esa Izquierda Campana –y esta es la singularidad española- nunca habría sonado sin el Badajo de la Derecha, o sea, sin las televisiones de Rajoy. Allí fueron los adecos y los copeyanos los que, con su corrupción y su torpeza, abrieron el camino al golpista Chávez. Aquí, han sido los sociatas municipales y son los teleñecos rajoyistas los que allanan el camino de Iglesias. Pero allí y aquí, la pregunta para los amigos de la libertad es la misma: ¿qué se puede hacer, amén de lamentarse, cuando se adivina la llegada de los bárbaros?

Pues creo que sólo cabe hacer lo que hizo Carlos Rangel mientras quiso vivir: ser, simplemente, lo que era, lo que somos. Para que nadie viva nuestra vida por nosotros. Para que nadie pueda equivocarse por nosotros. Para que nadie pueda alimentar su tiranía con los restos de nuestra libertad.

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