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Ricardo Ruiz de la Serna

Elecciones en Marruecos: ganaron la abstención y el islamismo

El dato inicial de la abstención es inquietante. Buena parte de los que no se han inscrito son jóvenes de las grandes ciudades.

Quizá la gran vencedora de las elecciones del pasado día 7 en Marruecos haya sido la abstención. Estaban en juego los 395 escaños de la Cámara de Representantes, una de las dos que conforman el Poder Legislativo marroquí. De los 15.702.592 marroquíes mayores de 18 años llamados a las urnas -de ellos, el 45% eran mujeres-, votó menos del 50%; en concreto, el 43%. Además, hay que advertir que no todos los mayores de edad pueden votar. El requisito previo es estar inscrito en un registro. Muchos marroquíes que tendrían edad para votar -unos siete millones más, aproximadamente- no realizan ese trámite, de modo que tampoco pueden participar. Así, la inmensa mayoría de los ciudadanos simplemente no ha votado. Es más: han votado todavía menos que en las elecciones de 2011, cuando acudieron a las urnas el 45% de los inscritos.

Sin embargo, esta conclusión aislada es engañosa. Con la abstención no se forman Gobiernos. A fin de cuentas, lo que importa es quién obtiene más votos, y con abstención y todo el ganador ha sido la formación de los islamistas: el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), que ya fue vencedor en las elecciones de 2011. Sería exagerado equipararlo a los partidos islamistas de Túnez o Egipto. Los marroquíes reconocen la autoridad del Rey -y esto en esencial en Marruecos- y no defienden la vía revolucionaria ni la violencia para alcanzar el poder. En realidad, la mayor parte de su programa pivota sobre las políticas sociales y la honradez. El PJD no ha tenido escándalos de corrupción en estos años. En su origen, entre 1996 y 1997, el PJD estuvo tutelado por el monarca a través del temible Dris Basri, el poderosísimo ministro del Interior de Hasán II. El germen fue el llamado Movimiento Popular Democrático y Constitucional, fundado por Abdelkrim el Jatib, un nacionalista que fue líder del Ejército de Liberación Marroquí y que desarrolló su carrera política a la sombra de Palacio. A finales de los años 90, El Jatib fue integrando en su órbita a los miembros del Movimiento Unidad y Reforma, que a su vez habían acogido a los islamistas violentos de la Juventud Islámica. Así, el PJD es el resultado de veinte años de hábil desactivación del islamismo más violento -piénsese en el caso argelino con el Frente Islámico de Salvación y el Grupo Islámico Armado- en una efectiva combinación de represión, seducción y control de todos los mecanismos del poder por parte del Rey.

Sin embargo, el secretario general del PJD y primer ministro en funciones, Abdelilah Benkirane, ha ido distanciándose de Mohamed VI con mucha prudencia. En primer lugar, ha hecho de la honradez el estandarte de unos islamistas que, como en Egipto y en Túnez, ahora sí, se presentan como alternativa a los viejos partidos nacionalistas, corruptos y envejecidos. Esta apuesta también la hizo el FIS en Argelia y le funcionó. Al final, los islamistas crecen alimentados por el descontento popular con décadas de ineficiencia y latrocinio. Sin embargo, el PJD también ha sido fiel a su inspiración religiosa. Cabría decir, incluso, que ha sido intransigente. En un país muy conservador y profundamente religioso como Marruecos -con una tradición islámica de moderación y misticismo cultivado en las cofradías-, el PJD ha sabido rentabilizar una religiosidad que lo aleja de los políticos nacionalistas del pasado. Poco a poco, el PJD ha ido ganando una presencia que ya no depende del apoyo del Rey. Pueden acatar, pero no son sumisos.

Los electores han premiado esta forma de hacer política que aprovecha las posibilidades de un sistema en el que el rey lo controla casi todo directa o indirectamente. Al final, la conclusión es que si el PJD no hace más es porque no se lo permiten las reglas de juego que, por otro lado, nadie cuestiona seriamente. Los islamistas han obtenido 125 escaños, lo que obliga al Rey a llamar al PJD a formar Gobierno. Todo apunta a que el candidato será Benkirane, que afrontará así su segundo mandato.

El alejamiento del PJD de la órbita monárquica –sobre todo, tras la muerte de Hasán II– llevó a Palacio a crear en 2008 una nueva formación que compitiese con los islamistas: el Partido Autenticidad y Modernidad (PAM). Su líder es Fuad Alí el Hima, exsecretario de Estado de Interior y amigo personal de Mohamed VI. Véase de dónde viene El Hima. Uno debe percatarse de la importancia que el aparato de inteligencia tiene en la vida política marroquí si quiere entender algo de lo que está sucediendo. Al igual que ocurrió con Hasán II, el verdadero poder político lo tienen las fuerzas de seguridad, y éstas las controla el Rey. El modelo de Hasán II ha sido actualizado, no abolido. El PAM es un partido conservador, tradicional, pero no de corte islamista. Su símbolo es un tractor. En una maniobra magistral, incluye entre sus filas a antiguos opositores a Hasán II. Por supuesto, estos opositores ya no suponen ningún peligro para el trono ni para el orden establecido. Han concurrido a las elecciones locales de 2009 y 2015, a las generales de 2011 y a las de este año. Si las categorías políticas europeas sirviesen para la política marroquí, uno podría ponerles la etiqueta de socialdemócratas o de progresistas, pero Marruecos es algo más complicado. Quizás es más esclarecedor apuntar que es el partido más próximo al Rey y, por lo tanto, más pragmático. No le ha ido mal en las elecciones. Han quedado como segunda fuerza política, con 102 escaños.

A quienes sí les ha ido mal ha sido a los partidos más antiguos: el Istiqlal, el viejo partido nacionalista, y las fuerzas de izquierda. Divididas, debilitadas, estas formaciones han envejecido mal. Los viejos recuerdos de la oposición a Hasán II, la muerte de Ben Barka y la descolonización van quedando en el olvido. En realidad, quien ha rentabilizado los viejos relatos fundacionales del Marruecos moderno -el fin del Protectorado de España y Francia, la Marcha Verde, la reivindicación de Ceuta, Melilla y los Peñones, etc.- ha sido la figura del Rey. El precio que la izquierda ha pagado por el reconocimiento de sus padecimientos durante los Años de Plomo (1960-1999) ha sido una progresiva pérdida de relevancia. El Istiqlal ha obtenido 46 escaños y la Unión Socialista de Fuerzas Populares se ha quedado en 20. El resto se los han repartido fuerzas minoritarias que, igual que los nacionalistas y los socialistas, podrían cobrar ahora alguna importancia si el PJD las necesita para formar Gobierno.

He aquí la paradoja: el PJD puede necesitar de esa galaxia de partidos menores para gobernar si el PAM le niega su apoyo. Por lo pronto, Benkirane ha recibido el encargo del rey Mohamed VI para formar Gobierno. El problema es que las diferencias entre aquellos partidos y el PJD son profundas y, a diferencia de lo que sucedió en años anteriores, hay cierta inquietud en los círculos del poder con la pujanza del PJD. Pueden coincidir en el modelo de Estado -monarquía, islam, unidad y reivindicaciones territoriales-, pero no en el de sociedad. Por lo pronto, el 18 de septiembre alguien organizó una manifestación en Casablanca contra la "islamización del país". Como tantas veces sucede con estas cosas, no se sabe a ciencia cierta de dónde salió el dinero para pagar los autobuses que llegaron desde todo Marruecos al centro económico de la nación, ni quién pagó a algunos de los asistentes ni quién distribuyó las pancartas que decían "Benkirane márchate". Por supuesto, Palacio negó toda relación con la protesta.

Sin embargo, el dato inicial de la abstención es inquietante. Buena parte de los que no se han inscrito son jóvenes de las grandes ciudades, que ya se manifestaron en el llamado Movimiento 20 de Febrero en el año 2011 al calor de las primaveras árabes. Contrarios a la reforma constitucional impulsada por el Rey, terminaron divididos y descabezados, pero no desaparecieron. Ese descontento sigue latente y uno no sabe hacia dónde puede encaminarse.

Por lo pronto, habrá que ver si Benkirane logra formar Gobierno.

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