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El Club de los Viernes

Del críquet al ‘Brexit’: para entender la política británica

Lo que hace a un país libre, rico y próspero no son sus recursos naturales o la Providencia: es la calidad de sus instituciones y su sistema político

A veces, la política británica nos resulta extraña, sí, muy extraña. Será por su insularidad, por su idiosincrasia y por la nuestra; por su idioma, que, aunque cada vez nos resulta más familiar, cuando oímos hablar al inglés de la calle nos quedamos a cuadros. Debe de haber muchos motivos diferentes para este desconocimiento. Lo cierto es que las personas tendemos a admirar o querer imitar las cosas que comprendemos y, por el contrario, rechazamos o ignoramos lo que no. Ocurre con el críquet. ¿Quién de nosotros (a los españoles de a pie nos referimos) entiende las reglas de este juego tan British? Bueno, en El Club de los Viernes tampoco es que sepamos gran cosa del críquet, salvo lo visto en las noticias de la BBC y unos cuantos datos curiosos: que los jugadores juegan de blanco, con un bate (bat) y una bola. Que los partidos se dividen en wickets y que hay veces que pueden durar hasta 5 días. Eso sí, paran de vez en cuando para tomar el té.

Pero, críquet aparte, hay cosas de la política británica que deberíamos saber para conseguir entender y admirar a uno de los pueblos europeos con más tradición democrática, cuna de grandes hitos y personajes que han ayudado a configurar el mundo tal y como lo conocemos hoy.

Un sistema electoral muy diferente

Su sistema electoral es distinto y clave para explicar sus peculiaridades. En las últimas elecciones generales, de 2015, el territorio del Reino Unido se dividió en 650 circunscripciones. A cada una de ellas se presentan los aspirantes de los diferentes partidos a ocupar un puesto en la Cámara de los Comunes, su Cámara Baja. Del resultado de las votaciones sale un solo ganador o MP (Member of the Parliament), que ocupará el asiento asignado a ese territorio. Diferencia sustancial con España, donde, salvo en los territorios de Ceuta y Melilla, se eligen entre 2 y 36 diputados por circunscripción. Pues bien, estimados lectores: esta diferencia es capital para entender una de las situaciones de la política británica que nos resultan más extrañas: cuando el Gobierno se enfrenta al Parlamento para proponer la modificación de cualquier ley, puede encontrarse, y de hecho ocurre frecuentemente, con la oposición de miembros de su mismo partido. Los que se oponen son los denominados backbenchers. Estos serían algo así como los diputados de los asientos de detrás, los que no están en el Consejo de Ministros. El motivo por el cual estos MPs contradicen a sus propios compañeros es claro: se deben a los votantes de sus correspondientes circunscripciones y a sus promesas de campaña. Es decir, Pedro Sánchez allí no hubiera podido imponer su voluntad sobre las filas socialistas en las recientes votaciones de investidura. En un sistema como el británico, esos diputados habrían sopesado el sentido de su voto pensando en el ciudadano de su distrito electoral; no se habrían movido en manada a la voz del jefe que ordena y manda.

Cercanía entre políticos y ciudadanos

No sólo es en campaña cuando el político rinde cuentas y trabaja para ganarse el favor de sus votantes. Y prepárense porque aquí viene otra excentricidad británica: la posibilidad y la costumbre muy extendida de comunicarse directamente con el MP de la circunscripción propia para exponerle de primera mano los problemas de la comunidad. Normalmente se hace por escrito, vía correo electrónico, pero no son infrecuentes las reuniones conocidas como constituency surgeries. Estas reuniones pueden darse entre varios ciudadanos y su diputado local. A veces uno a uno.

Es costumbre además que los políticos hagan campaña yendo puerta por puerta para hablar directamente con el votante, o dando mítines a pie de calle, sin micrófonos, sin alharacas, en la plaza de cualquier pueblo o ciudad. ¿Se imaginan reunidos con el cabeza de lista del PP de la circunscripción de Madrid, por ejemplo? ¿Y si apareciera la Sra. Susana Díaz llamando al timbre de su casa para darles un mitin particular? Qué susto, ¿verdad? Pues así sería si copiáramos estas costumbres. Ahora se explican ustedes por qué se habló tanto durante la campaña del Bréxit de los políticos europeos "sin rostro". "The faceless politicians" les llamaban. La prensa inglesa estuvo llena de expresiones de este tipo porque están acostumbrados a conocer a quienes les gobiernan. Los ciudadanos se sienten sus jefes, y los señores de Bruselas o Estrasburgo les son completamente desconocidos e inaccesibles.

Manda el votante, no las circunstancias

¿Qué ocurre si queda libre un escaño en la Cámara de los Comunes? Pueden darse diferentes situaciones: renuncia, fallecimiento, condena judicial, etc. En la mayor parte de estos casos la vacante debe cubrirse tras la celebración de una nueva elección en ese distrito. Es la llamada by election. Así, tras la reciente renuncia a su acta de diputado del expremier David Cameron, deben ir a una nueva elección en su distrito, la circunscripción de Witney, en el noroeste de la ciudad de Oxford. Por tanto, nada de que la cúpula del partido en cuestión elija a dedo al sustituto. Nada de atajos ni prisas. Se vuelve a convocar a los votantes de la circunscripción y se elige de nuevo. Es lo justo. Es lo democrático. Así tiene algo más de certeza el ciudadano de que quien le representa en Westminster es alguien que trabaja para las personas de su comunidad.

Concluyendo: aunque la suma de las actuaciones individuales de cada una de las personas que forman una nación es importante para que en ella se viva mejor o peor, no es menos cierto que el sistema político marca la diferencia. Lo que hace a un país libre, rico y próspero no son sus recursos naturales o la Providencia: es la calidad de sus instituciones y su sistema político. De nada nos serviría llenar el Congreso de políticos liberales si el sistema no favorece que las buenas medidas prevalezcan sobre las malas, aunque ambas emanen del mismo lugar.

Esperamos que estas líneas hayan servido para acercarles el extraño mundo de la política británica. Casi tan extraño como el críquet, y a la vez tan apasionante.

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