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Miguel del Pino

La vaca que ríe y el bebé que llora, o la intolerancia vegana

La intolerancia de los radicales veganos olvida el principio elemental de atención al cachorro de la propia especie.

La intolerancia de los radicales veganos olvida el principio elemental de atención al cachorro de la propia especie.
Pixabay/CC/arnolgs

Ha ocurrido recientemente en un restaurante vegano y la insólita noticia ha hecho correr a estas alturas ríos de tinta en la prensa, pero resulta complicado resistirse a añadir algunas consideraciones desde el plano estrictamente biológico.

En dicho local una comensal trataba de dar a su bebé un biberón lácteo, lo que provocó el escándalo, el rechazo y la prohibición del acto maternal por parte del personal del establecimiento.

Eso sí, con rigurosa cortesía explicaron a la asombrada mamá las causas de tal negativa: según el ritual del veganismo practicante, el disfrute del bebé humano implicaba el sufrimiento de la mamá vaca a la que se había arrebatado su preciosa secreción glandular para aplicar sus beneficios nutricionales a otra especie, la nuestra.

Parece inevitable la incursión en el terreno jocoso para comentar el tema, pero conocemos lo suficiente la intolerancia de estos radicales como para no comer sus caramelos envenenados y tomar a broma lo que carece de la más mínima gracia.

Si los argumentos "antiespecistas", como ellos dicen, de los radicales veganos pretenden ser ecológicos, o naturales, nada más lejos de la realidad al transgredir en este caso el más elemental principio de solidaridad intraespecífica reinante en el mundo de los animales: el que se refiere a la atención al cachorro de la propia especie.

Así que mientras el bebé llora desesperado en justa reclamación de su pitanza láctea, deben de suponer los fundamentalistas descerebrados que las vacas sonríen satisfechas, no sé de qué vaca se tratará, si de la Clarabella de los primeros tiempos de Disney o de la mamá de esa caricatura de toro bravo de dibujos animados con que se pretende ahora ridiculizar al toro y de paso a España.

Cada vez son más flagrantes las pruebas de que el veganismo extremo tiene poco que ver con la intención nutricionista. Se trata de una filosofía radical e intolerante que en los últimos años es abrazada con carácter de apostolado por los más extremistas movimientos de ultraizquierda. Póngase a salvo la minoría cargada de buenas intenciones que cree que a través de la alimentación exclusivamente vegetal podrá llegar a conquistar el elixir de la eterna juventud o la invulnerabilidad ante las enfermedades

Tengo que confesar que en algún momento yo también he caído en la trampa vegana tratando de responder con lógica científica a sus argumentos. Las respuestas y comentarios que he recaudado hablan claramente de personas deficientemente informadas cuando no equivocadas radicalmente al invocar principios nutricionales.

En muchos casos estas personas confundían calorías, vitaminas, proteínas y tantos otros nutrientes presentes en los alimentos. Sus médicos deberían hablar detenidamente con ellas, sobre todo si hacen a los niños a su cuidado víctimas de su propia confusión.

De poco sirven los argumentos: recuerdo un comentarista de uno de mis artículos en Libertad digital, que calificaba de "charlas de colegio" los argumentos que exponía el texto sobre los aminoácidos esenciales, que son imprescindibles para que cada organismo forme sus propias proteínas.

Recordando tan importante concepto, repasemos que las proteínas de origen exclusivamente vegetal sólo pueden proporcionar todos los aminoácidos esenciales necesarios si se consumen en la necesaria y compleja diversidad, vamos, no sólo con las verduras clásicas que a diario encontramos con facilidad en el mercado.

Quiero decir que una alimentación de este tipo, con tal variación de productos, algunos no precisamente de bajo coste, no debería figurar entre las reivindicaciones filosóficas de ciertas izquierdas, que se apoyan en el veganismo como materia de usar y tirar, en vez de considerarla como lo que es en realidad: unlujo propio de ricos deficientemente informados.

Al decir de "usar y tirar" estoy recordando con tristeza la utilización de las Fiestas de San Antón de 2016 por parte de la fracción podemita del Ayuntamiento de Madrid, cuando sustituyó la ilusión y la inocencia de las buenas gentes del barrio por conferencias antitaurinas y veganas. ¿Resultado? Este año ya no ha habido nada en las tradicionales Fiestas del patrono de los animales de consumo que fueron recuperadas por el alcalde Tierno Galván. Las utilizaron y las abandonaron.

Volvamos al biberón del desesperado y hambriento bebé del restaurante vegano. Suelen decir los radicales que la leche de vaca se hizo para criar terneros, no niños, pero por extensión, recordando que la insulina que salva a los millones de humanos diabéticos es de procedencia bovina, en función de su gran parecido con la humana, ¿Condenamos a los diabéticos para reír la gracia a estos intolerantes "no especistas"?

Pero hay algo más grave aún: en la condición liberticida de estos radicales. Coman ellos cuantas lechugas, palmitos, espárragos, cebollas, puerros, cereales, leguminosas y macedonias de las más exóticas frutas, algunas de cara importación, pero dejen en paz a los que no estamos dispuestos a seguir sus radicales reglas. No es por la nutrición, es por la libertad por lo que clamamos aún más alto que el llanto del niño.

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