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Carmelo Jordá

Por qué Pedro Sánchez no va a hacer ministro a Pablo Iglesias

La negociación entre el líder del PSOE y el de Unidas Podemos enfrentará a dos contendientes demasiado desiguales. Sánchez tiene todas las de ganar.

La negociación entre el líder del PSOE y el de Unidas Podemos enfrentará a dos contendientes demasiado desiguales. Sánchez tiene todas las de ganar.
Sánchez e Iglesias en una reunión en Moncloa. | EFE

En junio de 1993 se celebraron unas elecciones que venían marcadas por la profunda crisis económica, la corrupción del PSOE y el ascenso del PP de José María Aznar, ¡qué tiempos aquellos! Por primera vez desde 1982 no estaba clara la victoria de los socialistas y el por entonces jefe de la oposición le había dado un considerable repaso al entonces intocable presidente en el primer debate electoral en televisión de nuestra historia, si bien Felipe González se recuperó considerablemente en el segundo.

La batalla electoral estaba más reñida que nunca y, finalmente, el PSOE perdió la mayoría absoluta que llevaba disfrutando más de una década, se hacía necesario, por primera vez desde 1979, algún tipo de pacto para nombrar un presidente del Gobierno.

En aquel momento Julio Anguita -cuyo resultado electoral era el mejor de los comunistas en los últimos 14 años pero había sido algo decepcionante al no cumplir muchas expectativas- se postuló insistentemente como el socio de gobierno que el PSOE necesitaba. Quizá no estoy usando la palabra más adecuada: no es que se postulase, es que se arrastró, suplicó, se humilló, lloró y se lamentó como en una canción de amor. Y como en una canción de amor fue despreciado por Felipe González, que firmó un pacto de investidura y legislatura con la CiU de aquel Pujol que unos años después sería "hombre del año".

Les cuento todo esto porque últimamente cada vez que veo a Pablo Iglesias su cara me recuerda al rostro, es cierto que más agraciado y con un toque califal, de aquel Julio Anguita que imploraba por un pacto de izquierdas al que González despreció como se desprecia a la mala mujer en las coplas, políticamente hablando, por supuesto.

Sánchez no es González

Por suerte o por desgracia para España -estoy bastante convencido de lo segundo- Pedro Sánchez no es Felipe González, pero Pablo Iglesias sí creo que será como Julio Anguita, y eso que el marqués de Galapagar sigue teniendo en esta legislatura una fuerza parlamentaria con la que el cordobés no podía ni soñar.

La situación tampoco es exactamente igual que entonces: en aquel momento y tras tanta mayoría absoluta no se podía concebir un Gobierno sin un apoyo parlamentario que permitiese sumar más de 175 escaños; ahora el panorama es que ha estallado el bipartidismo y venimos de una legislatura en la que tanto Rajoy como el propio Sánchez han gobernado en clara minoría, por lo que parece que todos asumimos que los gobiernos necesitan ser menos robustos que antaño.

Es decir, que entonces González encontró ese apoyo necesario en CiU como ahora Sánchez podría encontrarlo en Ciudadanos, pero ahora el socialista puede plantearse también -y de hecho es a lo que por lo pronto parecen señalar los diferentes miembros del Gobierno que han hablado del tema- gobernar en solitario con una versión remodelada de su 'Gobierno bonito' e ir improvisando sus apoyos según vaya requiriendo la ocasión.

¿Qué prefieren los votantes?

Una de las noticias de la noche electoral fueron los gritos -"¡Con Rivera no, con Rivera no!"-que se oyeron frente a la sede del PSOE en Ferraz y que luego se repitieron en las raquíticas manifestaciones sindicales del 1 de mayo. Está claro que los sectores más afines a los socialistas se oponen por ahora a un acuerdo con el partido naranja, pero ¿qué dicen de un posible Gobierno en solitario?

La primera pista al respecto la ha ofrecido LaSexta en un barómetro sobre pactos postelectorales que ha hecho público este viernes. Según el sondeo la opción que más respaldo recibe es la de un pacto entre el PSOE, Unidas Podemos, el PNV y "otros partidos" -sería necesario al menos un cuarto socio-, con un 37,5% de apoyo. En segundo lugar estaría el pacto entre los socialistas y los de Rivera y, finalmente, la opción que menos gente elige es un gobierno del PSOE en solitario con el 22,6% a favor.

No obstante, hay que ir un poco más al detalle y ver qué prefieren los votantes de cada partido. Así descubrimos que él éxito de la primera posibilidad se debe sobre todo a que es apoyada masivamente por los que han votado a Unidas Podemos: un 96,2% se decanta por esta opción. Del mismo modo es el apoyo de los votantes de Ciudadanos, con un 68%, a que su partido sea parte del Gobierno lo que hace que esta combinación se eleve al segundo lugar.

Los votantes del PSOE, por su parte, también apoyan la opción de pactar con Unidas Podemos y el PNV, pero la diferencia es mucho menor: el 43% se decanta por esta posibilidad, pero la preferencia por gobernar en solitario se queda muy cerca: en un 41,4%. En resumen, que por lo que respecta a lo que a Pedro Sánchez de verdad le puede importar, su propio público, le va a costar muy poco convencerles de que hace lo correcto.

¿Interesa a Sánchez tener a Iglesias en el Gobierno?

En cualquier caso, y conociendo que los movimientos políticos de Pedro Sánchez se basan exclusivamente en su interés y que tiene la capacidad mediática para convencer a su electorado -y a buena parte de la izquierda- de prácticamente cualquier cosa, la pregunta que hay que hacerse es qué puede obtener Pedro Sánchez metiendo a Pablo Iglesias y algún miembro más de Podemos en el Gobierno.

El primer pago es evidente: con el apoyo de Podemos puede garantizarse la investidura e incluso sin tan siquiera contar con el voto favorable de ERC: sus 123 diputados más los 42 de Iglesias están aún a once de la mayoría absoluta, pero bastaría con la abstención de los de Junqueras y el PNV, por ejemplo, para imponerse por mayoría simple en la segunda votación, incluso aunque todos los demás partidos nacionalistas votasen en contra junto con PP, Cs y Vox.

Este apoyo imprescindible es, sin embargo, un arma de doble filo: por un lado es obvio que Iglesias podrá cobrarse un precio, pero por el otro Sánchez tiene en sus manos un arma de destrucción masiva capaz de dinamitar cualquier negociación: la amenaza de una repetición de las elecciones a las que Unidas Podemos iría con la 'medalla' de haber evitado la investidura de un gobierno progresista. No sería la primera vez y la pasada la broma le costó a Pablo Iglesias un millón de votos.

Si como todo parece indicar Sánchez logra superar la investidura tener a Podemos en el Consejo de Ministros sigue sin darle mayoría para, por ejemplo, aprobar unos presupuestos, y además hace mucho más compleja, por no decir imposible, la "geometría variable" de la que hablaba Isabel Celaá esta misma semana. Es decir, si el PSOE gobierna en solitario puede aprobar algunas iniciativas con Podemos y otros grupos, pero también tiene la posibilidad de girarse hacia Ciudadanos para superar el trámite parlamentario en otros asuntos. Los 57 parlamentarios de Rivera, además, garantizarían una mayoría absoluta, por lo que son un camino sencillo y tentador para cualquier proyecto legislativo y, cómo mínimo, una baza muy fuerte para Sánchez a la hora de negociar con Iglesias con ventaja, pues el ilustre residente de Galapagar siempre va a saber que su apoyo es prescindible.

Es cierto que a priori Ciudadanos quiere hacer la oposición dura a Sánchez que le permitiría aparecer como alternativa ante los ojos del electorado de centro derecha, pero quizá podría apoyar medidas concretas con un perfil ideológico más de centro que pudiese vender como éxitos políticos. Y si analizamos el funcionamiento del único pacto que han tenido hasta ahora socialistas y centristas, el que firmaron Susana Díaz y Juan Marín en 2015, esta forma de actuar ha sido bastante rentable para el partido naranja.

¿Y tras las municipales y autonómicas?

Muchos especulan con que cualquier tipo de pacto de Gobierno en España tendrá que coordinarse con otras alianzas autonómicas o municipales o, al menos, con un gran acuerdo global que permita los diferentes cambios de cromos que sean necesarios.

Este planteamiento me parece poco realista por dos razones: en primer lugar porque de nuevo y en cualquier lugar el miedo a la repetición de las elecciones funcionará como herramienta de presión de la que Iglesias y Podemos tienen casi imposible escapar.

Y en segundo lugar y más importante, porque no hay cromo que pueda compararse a la Moncloa, es decir, se trata de negociaciones que no pueden mantenerse al mismo nivel, por mucho que uno de los negociadores se empeñe. De esto tenemos también un precedente cercano: cuando en 2016 Iglesias se negó a apuntalar con su abstención el pacto entre Sánchez y Rivera en ningún momento peligraron los apoyos que el PSOE había prometido a las distintas franquicias de Podemos en ayuntamientos como Madrid, Valencia, Zaragoza o Cádiz.

El abrazo del oso

Por último, un hecho que parece innegable es que, a pesar de sus improvisaciones tácticas, Pedro Sánchez está aplicando una estrategia a largo plazo que pasa por lo que ya ha empezado a hacer en estas elecciones: recuperar el espacio electoral que Podemos había arrebatado al PSOE.

A este respecto, no puede haber ninguna duda de que la mejor forma de mantenerse en este empeño es evitar que Unidas Podemos esté en el Gobierno y reducirlos a la máxima insignificancia política que sea posible, apareciendo así como lo está esforzándose en ser y parecer desde junio del año pasado: la única alternativa real para que haya un Gobierno "progresista" en Moncloa.

Un Gobierno que obviamente sería de izquierdas, pero no radical y que podría distanciarse un poco de lo que hasta ahora ha sido su talón de Aquiles: la dependencia de los separatistas. En ese escenario y de no mediar una catástrofe económica -algo que tratándose del PSOE no podemos descartar- Sánchez podría garantizarse una cómoda reelección en tres o cuatro años, reduciendo a Podemos a lo que nunca debería haber dejado de ser: esa chillona pero alegre y confortable muleta que siempre fue Izquierda Unida para el PSOE.

Y, desde luego, no vamos a ser nosotros los que lo lamentemos.

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