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Agapito Maestre

¿Bloqueo político o revolución stalinista?

Si no se consigue el 11-N un Gobierno estable, estaremos ante el mayor fracaso político de nuestro tiempo.

Nadie confunda el conflicto, inherente y necesario a toda sociedad libre, con la situación canalla y miserable a la que está sometida España por falta de un Gobierno normal. España no tiene Gobierno. La nación está desgobernada. No utilicemos eufemismo baratos del tipo "Gobierno en funciones" y cosas así. Este proceso electoral es una repetición ridícula, un esperpento, de las elecciones celebradas el 28-A. El debate entre los candidatos fue la constatación de un proceso imparable de degradación de la vida democrática. La actitud de Sánchez sobre su idea de nación española y, sobre todo, su negativa a responder sobre si seguirá apoyándose en los golpistas catalanes y separatistas vascos revelan algo al alcance de cualquier sencillo ciudadano: España está desgobernada. El desgobierno es la primera fase de todo proceso revolucionario. Ninguno de los participantes en ese debate, salvo algunas pinceladas de Abascal, tocó los grandes principios y fundamentos de la democracia española.

Y, además, después de ver los balbuceos de Sánchez ante la idea de España, pocos pondrán en duda de que el presidente del Gobierno lo han puesto, sí, quienes solo tienen un objetivo: destrozar España. Bastaba ver a Sánchez cómo respondía o, mejor dicho, cómo no respondía a las preguntas más elementales de los otros candidatos para saber que estamos ante un títere político al que no le importa nada España. Su liderazgo es imposible sin los golpistas catalanes. Sánchez solo mostró arrestos para seguir sacando muertos de las tumbas y dar justificación a los separatistas catalanes a través de las tesis stalinistas de las nacionalidades. Ya no se trata de rebajar la conciencia nacional española para potenciar los famosos hechos diferenciales, sino de apostar por un proceso revolucionario que acabe con el Estado-nación, España. En este punto tenía razón Iglesias, cuando instaba a Sánchez a que proclamara al mundo entero, como hacía él sin pudor alguno, la revolucionaria idea de que España no es es una nación sino un conglomerado de nacionalidades, siguiendo las tesis stalinistas que siguió la izquierda española antes de la guerra civil.

Sánchez sin embargo calló, por motivos tácticos. Prefirió seguir engañándonos con el rollo del bloqueo político y los vetos antes que reconocer lo evidente: su colaboración política con los golpistas forma parte de un proceso revolucionario que pasa por destrozar el Estado-nación, España. Los vetos y los bloqueos son, naturalmente, otra fase del proceso revolucionario. ¿Por qué no se dan cuenta de este asunto los partidos genuinamente democráticos? El PSOE no es, sin embargo, el único irresponsable de lo que aquí está pasando. Ninguno de los candidatos quiere amoldarse a la realidad para resolver el principal problema de España: la conformación de un Gobierno estable para toda la nación es la única manera de parar el golpe de Estado en Cataluña y, por supuesto, el proceso revolucionario que está dando al traste con las instituciones democráticas. Éste es el problema más urgente que tienen que resolver todos los partidos políticos. Sin embargo, huyen de él como de la peste sin querer reconocer sus culpas y responsabilidades. El radicalismo político a la hora de negar este asunto empieza a ser el denominador común de todos los partidos.

Es obvio que la irresponsabilidad del presidente del Gobierno en funciones es mayor que la del resto de los partidos, porque ha preferido convocar nuevas elecciones antes que intentar un pacto serio con sus adversarios y enemigos políticos. Pero tampoco los obstáculos y vetos puestos por los otros partidos hablan demasiado bien de ellos. La vanidad de los actuales líderes políticos, unos jóvenes viejísimos en el sucio arte del encanallamiento, o sea en hacer pasar por normalidad la anormalidad, impide hacerse cargo de lo real, de la situación de desgobierno de España: elecciones generales cada año; un Poder Legislativo ausente de la vida política; un presidente del Gobierno puesto en el poder por la entente entre los separatistas, los antiguos terroristas y los comunistas; una región entera, Cataluña, en rebeldía; las mayoría de las comunidades enfrentadas al Gobierno en funciones por razones presupuestarias; un Poder Judicial, especialmente la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, dependiente del Ejecutivo; la chusma de Cataluña vejando al Jefe del Estado un día sí y otro también sin que el Gobierno en funciones ejerza su legítimo poder, etcétera, etcétera.

Así las cosas, es urgente denunciar la fe absurda que tienen en sus propias razones los cinco candidatos a la presidencia del Gobierno sin reparar en lo inmediato: la carencia de un Gobierno estable nos lleva al abismo. Si no se consigue el 11-N un Gobierno estable, estaremos ante el mayor fracaso político de nuestro tiempo. La democracia ha fracasado y en su lugar aparece el stalinismo de la izquierda y los separatistas. Mas, si es cierto lo que dicen las encuestas, y las cosas el 10-N, o sea los resultados electorales, siguen más o menos como ahora, tendríamos que preguntarnos: ¿Sánchez ha convocado las elecciones para ocultar su fracaso o, por el contrario, para dar un golpe definitivo a la nación española y formar un Gobierno revolucionario con los separatistas?

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