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Cristina Losada

La mesa de la ignorancia histórica

Durante más de tres décadas el nacionalismo catalán fingió lealtad constitucional y 'sentido de Estado', y mantuvo su separatismo en la intimidad.

Durante más de tres décadas el nacionalismo catalán fingió lealtad constitucional y 'sentido de Estado', y mantuvo su separatismo en la intimidad.
Jaume Asens | EFE

Entrevistaron el otro día a Jaume Asens, 47 años, diputado, portavoz de los comunes y amigo del separatismo catalán y del vicepresidente. De su conocimiento de las últimas cuatro décadas de la política española y de las últimas cuatro décadas del nacionalismo catalán dejó la siguiente prueba. Dijo de la mesa de Gobiernos pactada por el PSOE y Esquerra: "Es una oportunidad histórica que no ha existido en 40 años". Las razones por las que no tuvieron tal oportunidad los separatistas catalanes en cuarenta años son varias, pero una de ellas, capital, es que no la reclamaron. No reclamaron una mesa de negociación sobre el conflicto político catalán porque hasta 2012 no se pusieron a provocar, seriamente, tal conflicto. Es más: el separatismo catalán, hasta ese momento, era oficialmente minoritario.

Es posible que el diputado Asens no lo recuerde, porque el nacionalista irredento prefiere la niebla del mito a la realidad de los hechos, y todo cuanto tiene que ver con su sentimiento identitario lo supone sustentado no ya por décadas, sino por siglos de Historia. La suya es una irrealidad eterna e intemporal. Pero hasta el instante en que CiU, con Artur Mas al mando, se pasó al lado oscuro de la insurrección contra el orden constitucional, el nacionalismo catalán se mantuvo en una aparente lealtad. La lealtad que había marcado, hace casi exactamente cuarenta años, la posición de Pujol sobre la Constitución. Para informarse, puede leer Asens los discursos que pronunció en el Congreso de los Diputados en 1978, explicando el voto a favor de su grupo, mostrando su voluntad de "entendimiento", de "integración en el quehacer del conjunto español" y de "colaborar en la construcción de una España de todos".

Sí, la mesa de negociación que hubo hace cuarenta años fue la mesa en la que se negoció la Constitución. Allí estuvo, como ponente, el señor Roca i Junyent, del partido Convergencia. Igual que estuvo, con posiciones distintas, Jordi Solé Tura, del PSUC. Y se aceptaron propuestas muy discutibles, como la incorporación del término nacionalidades al texto constitucional, sólo o principalmente con el fin de contentar a los nacionalistas catalanes y vascos. De contentar a los que no quieren contentarse, como dijo en frase célebre el senador y filósofo Julián Marías. El resultado de aquellas negociaciones, es decir, la Constitución, obtuvo en Cataluña uno de los porcentajes de apoyo más altos de toda España, sólo superado por Andalucía, Canarias y Murcia.

Hubo, después, muchas más transacciones con el nacionalismo catalán, muchas más mesas, muchas más concesiones. Las hubo, las más importantes, cada vez que, para formar el Gobierno de España, PP o PSOE necesitaban los votos de los nacionalistas. Y bien que les sacaron el jugo, fuese amarrando transferencias, consiguiendo privilegios o logrando que no se interfiriera con su proyecto político, que siempre fue, ése sí, el mismo. Pero durante más de tres décadas el nacionalismo catalán fingió lealtad constitucional y sentido de Estado, y mantuvo su separatismo en la intimidad. Fue así aproximadamente hasta 2012 –insistimos para Asens–, cuando los convergentes, asediados por las protestas de la crisis y por los casos de corrupción, tomaron ya la enseña y la senda separatistas sin disimulos, lanzaron su desafío y acabaron dando el golpe de octubre de 2017, con la indispensable colaboración de la Esquerra. Y, como es notorio, con la simpatía de nacionalistas embozados –o no tanto– como el propio Asens. Los mismos que, junto al PSOE de Sánchez, van a dar ahora al supremacismo separatista esa histórica oportunidad, entre otras cosas por ignorancia de la Historia.

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