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Pablo Planas

Espías y guerra psicológica en Cataluña

Los dirigentes separatistas no sólo mienten a sabiendas de que mienten sino que se revuelcan en sus mentiras con creativo alborozo.

Los dirigentes separatistas no sólo mienten a sabiendas de que mienten sino que se revuelcan en sus mentiras con creativo alborozo.
El golpista prófugo Carles Puigdemont | EFE

Los dirigentes separatistas no sólo mienten a sabiendas de que mienten sino que se revuelcan en sus mentiras con creativo alborozo. El fugado Carles Puigdemont, por ejemplo, acaba de alumbrar una de las mentiras más delirantes de los últimos tiempos, cual es que la Constitución es inconstitucional. Estaba el hombre deponiendo por videoconferencia ante la comisión de investigación sobre el 155 del Parlamento catalán cuando vertió semejante mojón. Dijo Puigdemont que el artículo 155 se aplicó vulnerando la legalidad, que los padres de la Carta Magna no previeron que tal artículo sirviera para intervenir Administraciones autónomicas y que lo que dice en realidad ese artículo es que hay que dialogar.

No es el mundo al revés sino el mundo de Puigdemont, la constelación separatista en la que todo lo que hacen ellos es legal y está bien y las consecuencias de sus actos son ilegales y están mal. Pero aunque parezca mentira, Puigdemont no es ni de lejos el más falaz de los dirigentes separatistas. Según se baja en la escala de notoriedad aparecen personajes cuyo siguiente paso sólo puede ser el de ir por la calle con un colador en la cabeza. Hay reputados historiadores que sostienen que Jesucristo era ampurdanés y celebrados economistas que no tienen el menor empacho en insistir en aquello de "Espanya ens roba".

En el gremio de la política, Eduard Pujol, exdirector de la radio de Godó (el grande de España que da cobertura al separatismo por cuatro perras), llegó a denunciar en TV3 que le seguía un espía del CNI que utilizaba un patinete para su misión de vigilancia. Como todo su entorno se lo tomó en serio, el hombre creó escuela. Una de sus discípulas más notables es la exdiputada de la CUP Mireia Boya, quien en el mismo escenario que Puigdemont deleitó a la concurrencia con el truculento relato de los tipos que le esperaban en el portal de su casa o le insultaban por la calle durante el golpe de Estado de octubre de 2017.

En aquellas fechas, dijo Boya, el fascismo corría desatado por las calles de Cataluña y elementos incontrolados campaban a sus anchas atemorizando a los políticos independentistas, quienes debían refugiarse en los bares, pedir ayuda a los camareros y esperar a que les fueran a rescatar. Literal. Una cosa de no creer, pero que en Cataluña goza de una credibilidad total, hasta el punto de que la señora Boya no tiene ni que presentar las denuncias o requerir a los testigos para que quede constancia de que turbas de espías y de fascistas practicaban en Barcelona lo que ella mismo denominó "guerra psicológica" del Estado, asustando a las mujeres a las puertas de sus casas e insultando por la calle a los diputados independentistas.

Y no es que si cuela cuela, sino que cuela.

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