La llegada del cardenal Omella a la presidencia de los obispos es una gran noticia para Sánchez y su Gobierno, grandes defensores de la Iglesia, como es bien sabido.
El proceso separatista ha sido la última piedra de toque de la insignificancia política española en la Unión Europea, con Alemania, Bélgica y ahora Francia a la vanguardia del desprecio.