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Daniel Blanco

Brasil - Alemania 2014: la mayor humillación jamás vista en un Mundial

Se presentaba Brasil sin Neymar ni Thiago Silva. Alemania fue un rodillo espectacular aquella noche de julio (1-7).

Se presentaba Brasil sin Neymar ni Thiago Silva. Alemania fue un rodillo espectacular aquella noche de julio (1-7).
Müller marca uno de sus dos goles ante la mirada de Marcelo, David Luiz y Julio César. | EFE/Archivo

La tristeza era palpable en Río de Janeiro y en las principales arterias de Brasil. La noche del 8 de julio de 2014, en Belo Horizonte, algo sobrehumano iba a suceder. El resultado, la desesperación de un país que vive el fútbol como una cuestión de estado. Alemania acaba de infligir a los cariocas la mayor goleada que se recuerda en una ronda eliminatoria de un Mundial de fútbol. Aquel 1-7 dejaba bien a las claras el techo al que acababa de llegar una selección portentosa.

Aquella noche, antes del encuentro, el estadio bailaba y botaba sin control. Brasil estaba a punto de culminar el objetivo mínimo que se había marcado al comienzo de su Mundial. Llegar a la final. Para eso estaba diseñada aquella selección, sin tanto talento como la de España'82 o México'86, pero potente, armada atrás como principal característica.

Empezó a torcerse todo para la selección local cuatro días antes en el partido de cuartos ante Colombia. Sacado con un sufrimiento absoluto, angustioso. Lo peor, la tarjeta amarilla para Thiago Silva que le impediría al central jugar días más tarde. Lo trágico, la lesión de Neymar que le sacó del Mundial. Sin la columna vertebral tenía que afrontar la Brasil de Scolari un partido de esas dimensiones.

Lo que se vio en el estadio Mineirao es historia del fútbol. Un equipo demoledor que en el descanso ganaba 0-5. Alemania entraba por todos los lados, tocaba, defendía, materializaba las ocasiones. Kroos, ya jugador del Madrid, Khedira, Özil, Schweinsteiger como centro del campo, pocas veces algo tan sólido, tan genial. Era un rodillo como nunca antes habíamos visto. Klose, Müller, dos veces Kroos y Khedira masacraban a los locales. Fútbol puro, de otra galaxia.

En la reanudación dos goles más de Schürrle y la consolación de Oscar. Un 1-7 que descosía a un país. Una crisis de estado provocada por el opio del pueblo. El fútbol, tantas veces maravilloso y balsámico en Brasil, otras tantas brutal, descorazonador. Fue la descomposición de un equipo que no se levantó y que aún tiene que coser las heridas. Ganó el verano pasado la Copa América, algo insuficiente para una selección con ganas de Mundial. Brasil decepcionó en el suyo, pero no ha pasado de cuartos desde 2002, año en el que le ganó precisamente a Alemania la gran final.

De los alemanes queda el título conseguido días después ante Argentina en una final antagónica al encuentro que nos trae por aquí. Ganada en la prórroga y con un fútbol diferente. Siempre se dijo que Joachim Löw tenía varias opciones en su fútbol y que por eso ha tenido tanto éxito con Die Mannschaft, por eso siempre se han justificado los 12 años que lleva en el cargo y por eso mismo, por la esencia de su fútbol y por la historia reciente, se le renovó a pesar del rotundo fracaso del Mundial de Rusia.

Quedan en el recuerdo de esa noche en Belo Horizonte, las lágrimas de David Luiz al final del partido, pidiendo perdón a sus aficionados. En Brasil esto no se permite, llevas en la camiseta la obligación moral de rendir y de llegar a lo más alto. Despachar este partido es una traición al que te está viendo, algo con lo que es complicado convivir. A David Luiz le ha costado volver a ser ese central que fue. Como a todo Brasil le ha costado digerir una humillación tan grandiosa.

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