
La izquierda norteamericana se ha dedicado en las últimas semanas a saltarse el confinamiento del coronavirus con el permiso de los gobernadores demócratas de sus estados; algunos para manifestarse, otros para destruir todo lo que encontraran a su paso. La excusa ha sido la atroz muerte de George Floyd a manos, o más bien a rodilla, de un policía de Minneapolis. Y como sucede en cualquier movimiento moderno de izquierdas, sus objetivos en la práctica son dos: dejar claro lo buenísimos que son los que forman parte de él y lo malísimos que son quienes no y tomar medidas puramente simbólicas que no van a mejorar la vida de nadie y que, de nuevo, sirven para dividir la población entre las buenas personas y los racistas redomados.
De modo que se dedican a tirar estatuas. No ya de generales y héroes confederados en la Guerra de Secesión, sino incluso de Abraham Lincoln con un esclavo liberado de sus cadenas porque está de rodillas. Pero al margen de la ira hacia Colón, que vivió algunos siglos antes de que los negros cuyas vidas importan pisaran América, las protestas se han centrado en Robert Lee y Nathan Bedford Forrest, entre otros militares sureños. Todos ellos tenían algo en común: defendieron la causa de la esclavitud. Como el Partido Demócrata entonces, al que muchos pertenecieron.
Es curioso, pero en unos momentos en que se despide al jefe de Opinión del Times por publicar un artículo de un senador republicano que pedía que el Ejército interviniera contra la violencia en las calles, se anuncia que se cancelan las marcas comerciales Uncle Ben y Aunt Jemima por el extremo pecado de que su logo incluya el rostro de una persona negra, Forbes cambia su libro de estilo y ordenará escribir Negro en mayúscula pero blanco en minúscula y los Oscar anuncian nuevos estándares de diversidad para que las películas puedan optar por alguna estatuilla, lo único que esta cultura de la cancelación ha decidido no cancelar es el propio Partido Demócrata.
¿Por qué no? El gobernador de Minnesota es Tim Waltz; sus senadoras, Amy Klobuchar y Tina Smith; su fiscal general, Keith Ellison; su congresista más famosa, Ilhan Omar. El alcalde de Minneapolis es Jacob Frey; su jefe de policía, Medaria Arradondo. No hay un cargo político en el estado o la ciudad que no sea del Partido Demócrata. Cuando los concejales de la ciudad votaron eliminar la Policía, supimos que doce eran demócratas y el único que se salvaba pertenecía al Partido Verde. Y no es algo excepcional. Cuando sucede algo como lo de George Floyd en Estados Unidos, se puede asumir que ha pasado en una ciudad gobernada por los demócratas en exclusiva desde hace décadas y pocas veces se falla. Y escribo "pocas" y no "nunca" por aquello de curarme en salud.
Nos dicen que hay "racismo estructural", que ya no vale siquiera permanecer callado; hay que posicionarse públicamente a favor del Black Lives Matter para no ser considerado racista. Pero resulta que las donaciones que se hacen a esa organización van directamente a las arcas de Act Blue, que reparte su dinero a las campañas de distintos políticos, demócratas todos ellos. Es decir, se trata de una organización que forma parte del frente amplio del partido políticamente responsable de la muerte de George Floyd. Si realmente alguien se creyera que existe el racismo estructural, tendría que echar un ojo a quién está a cargo de las estructuras de poder en aquellos lugares donde la policía mata a un negro desarmado. Y eso sí que es peligroso.
Al final es lo de siempre: eres racista si eres republicano, si eres de derechas; no lo eres si piensas votar por Joe Biden en noviembre, que es lo único que les importa. Mientras, el jefe de policía de Minneapolis seguirá siendo Medaria Arrandondo, su alcalde Jacob Frey. El gobernador de Minnesota seguirá siendo Tim Waltz, sus senadoras Amy Klobuchar y Tina Smith, su fiscal general Keith Ellison, su congresista más famosa Ilhan Omar. George Floyd seguirá muerto y todos los responsables políticos de su muerte seguirán en sus puestos. Porque son todos demócratas y, por tanto, están en el bando correcto.