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José García Domínguez

Italia sabe tratar a los luteranos

Los luteranos a España no le tienen ningún miedo porque la conocen y les consta que es un país que se autodesprecia en la intimidad.

Los luteranos a España no le tienen ningún miedo porque la conocen y les consta que es un país que se autodesprecia en la intimidad.
Giuseppe Conte, primer ministro de Italia | EFE

¿Qué le debe la Civilización a Holanda? Más allá de algunos lienzos notables de cierto pintor chiflado empeñado en cortarse una oreja, amén, huelga decir, de las piernas prodigiosas del muy frugal y austero Johan Cruyff, bien poca cosa. Al punto de que ni siquiera las víctimas de su expansión colonial concedieron nunca adoptar su idioma, una jerigonza impronunciable que vegeta circunscrita dentro de sus estrechas y húmedas lindes fronterizas. En la cumbre europea del otro día, Holanda iba de farol. Y lo único que en realidad quería el enmadrado Rutte era ahorrarse cuatro perras en su contribución particular al presupuesto ordinario de la Unión. Apenas eso. Rutte o la nada con sifón. Un bluf en bicicleta. Quien, sin embargo, no es ful ni iba de farol durante toda la crisis se llama Giuseppe Conte. Porque si los europeos del Sur nos vamos a salvar ahora de una ruina que parecía cierta, el gran responsable del milagro, al margen de la lucidez histórica que esta vez sí han acreditado Merkel y Macron, ha sido Conte. Sin él, sin su insólita audacia escénica, sin su determinación tan verosímil, los siempre mezquinos luteranos del Norte, que son como los catalanistas pero sin barretina, no habrían soltado el dinero. Nadie lo dude.

Los luteranos a España no le tienen ningún miedo porque la conocen y les consta que es un país que se autodesprecia en la intimidad. De ahí que puedan hacer siempre cuanto se les antoje con ella."Ya se sabe cómo somos los españoles", que suelta el tertuliano de turno cada vez que se apresta a lanzar estiércol sobre sí mismo y sobre los suyos. Pero los italianos no son como nosotros, los españoles. Entre otras razones, porque ellos no tienen el complejo del pariente pobre que ha sido, al fin, admitido en la mesa de los ricos y virtuosos. Una imagen que YouTube guardará ya para la historia heló la sangre en las venas de los generales del Cuartel General de la OTAN el pasado 26 de marzo, en pleno clímax del confinamiento y la expansión incontrolada del virus a lo largo de Italia. Eran los convoyes del Ejército Rojo de Putin, con su inconfundible estética soviética, entrando en Roma para ofrecer la ayuda que le había pedido el Gobierno de Roma. Rusos en uniforme de combate paseando por el centro de la capital del Imperio Romano de Occidente. El mensaje a Berlín no podía ser más claro. Y Berlín lo entendió. Conte, a diferencia de Rutte, iba en serio. Muy en serio. Porque Italia sabe tratar a los luteranos.

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