En plena segunda ola de la pandemia, en Madrid se ha inaugurado un hospital de pandemias. La oposición está en contra. El Gobierno de España, cómo no. La prensa gubernamental, por supuesto. Grupos de personas se manifestaron a sus puertas en protesta. Gritaron a favor de la sanidad pública y, al tiempo, en contra de ese hospital público. Que los sedicentes defensores de la sanidad pública clamen contra un hospital público causará, de entrada, sorpresa. Pero no hay de qué. Basta pensar en quién. En quién ha decidido que ese nuevo centro exista.
No hay nada que haga el Gobierno de la Comunidad de Madrid que pueda contar con la aprobación, aun parcial, de sus oponentes. Hay que contar con su rechazo ruidoso y tumultuario. Por eso, qué le vamos a hacer, no hacemos otra cosa que hablar de Madrid.
Si los hospitales se saturan a causa de la epidemia, malo. Si se monta un centro para epidemias y otras emergencias, malo también. Se cuestiona su coste, se dice que es insuficiente y se alega que es innecesario. Esto último, dicho en plena segunda ola, y a las puertas de una posible tercera, es pura temeridad. La impresión, desde marzo, es que la epidemia nos cogió desprevenidos y sin capacidad de respuesta, que los hospitales se vieron desbordados al punto del colapso y que fueron, aquí como en otros países, focos de contagio. Pero si tan innecesario es un centro para pandemias, entonces nada de lo que vivimos fue real.
En 2014, cuando la crisis del ébola, se criticó duramente que la Comunidad de Madrid fuera a desmantelar el centro de referencia para enfermedades contagiosas en el Carlos III. A la vez, se denunció que no estaba preparado para tratar a los afectados. Hasta hubo un reportaje, hecho por un diario que hoy encabeza la oposición al Isabel Zendal, para demostrar que cualquiera podía entrar en la planta destinada a los contagiados, por ausencia de controles y aislamiento. Hoy, sin embargo, los que hicieron aquellas airadas denuncias dicen que no es necesario disponer de un centro diseñado para afrontar virus súper contagiosos y otras situaciones de excepción.
En este reñidero no se habla de cómo es posible que la epidemia siga entrando en las residencias. No se investiga el fracaso del sistema de detección precoz y rastreo durante el verano. No se debate sobre qué estrategias de contención son eficaces. No se pone el foco en estos asuntos ni en otros de cierta importancia para afrontar lo que queda, que no es poco. Pero sobre lo que hace el Gobierno madrileño, sobre eso no se deja de discutir. Los mismos que censuran el protagonismo de su presidenta, se lo dan cada día con su oposición ciega y ruidosa. Se diría que sólo ven dos virus a erradicar: Madrid y Ayuso.