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Miguel del Pino

Profesores, ¿dónde están las camisetas verdes?

Ante la polémica despertada por la Ley Celaá, se echan en falta las protestas de los profesionales de la docencia.

Ante la polémica despertada por la Ley Celaá, se echan en falta las protestas de los profesionales de la docencia.
La ministra de Educación, Isabel Celáa | EFE

Cuando los Sindicatos llamaban a la rebelión en “defensa de la Enseñanza Pública” contra cada una de las propuestas de lo que llamaban “derecha”, verdaderas oleada de docentes y supuestos docentes tomaban las calles en oleadas ataviados con camisetas verdes. ¿Están aquellas prendas ahora en el baúl de los recuerdos, ahora precisamente, cuando la Enseñanza pública por cuya salvación clamaban, está realmente al borde del precipicio?

El aspecto más preocupante y desmoralizador de la situación docente actual es precisamente esa falta de intensidad en la protesta que se observa en quienes más implicados deberían estar, los profesores que tendrán que aplicarla.

En tiempos del Ministerio Rubalcaba, los Catedráticos de Instituto nos lanzamos a la calle llegando a las mismísimas puertas del Ministerio de la calle de Alcalá para protestar por el inminente peligro de extinción en que se encontraba nuestro cuerpo en función de las acusaciones de “clasista” que sufría; la demagogia reinante en la época llevaba muy mal que hubiéramos tenido que superar una oposición de alto esfuerzo.

Aquellos Catedráticos manifestantes, que en la mayoría de los casos andábamos algo “pasaditos de edad” éramos mirados con asombro por la abundante dotación policial que el segundo de a bordo de Rubalcaba, Joaquín Arango, movilizó para amedrentarnos: nuestros lemas, expresados en pancartas de cuidada sintaxis y elegidos términos, como aquella que decía “Catedráticos aquellados”, tenían más de entusiastas que de eficaces.

Como cabía esperar, no nos hicieron ni caso y al final se llegó a una curiosísima solución: no nos extinguirían de momento, pero pasamos de ser Catedráticos, a “tener la condición de Catedráticos”, condición, que al abolir nuestra esencia nos desposeía de muchas de las atribuciones que en oposición libre habíamos conseguido.

Nada que ver tendría nuestra inocente protesta académica con las sucesivas oleadas de manifestantes que el mundo sindicalista conseguiría mover posteriormente en la supuesta defensa de la “Enseñanza pública”, que preconizaban al protestar contra los principios educativos no ya de la derecha, sino de quienes no abrazaran los de la izquierda, incluso la de la izquierda radical.

Ante la calma chicha de quienes renunciaron al precioso término de profesor para asumir con entusiasmo el horroroso de “enseñante”, no resisto la tentación de lanzar al aire una serie de cuestiones que pueden resultar muy comprometedoras para el futuro de quienes tendrán que secundar las ideas de la Señora Celaá, y que desde luego no afectarán a las hijas de esta, encaminadas por su señora madre hacia otro modelo de enseñanza en función de la libertad de la Ministra que es precisamente algo que queremos reivindicar. Preguntemos a los “enseñantes”.

¿Asumís la responsabilidad de mantener el orden docente ante adolescentes desmotivados por la devaluación de los títulos que vais a repartir sin tener en cuenta el principio del mérito?

¿Es posible que no asumáis de manera masiva la defensa del idioma español en la enseñanza pública, por supuesto con el mayor respeto a la diversidad lingüística de nuestra Patria?

¿Os consideráis poseedores de la ciclópea fuerza que sería necesaria para acoger la tremenda diversidad de casos que abarca la enseñanza especial y hacer vuestro trabajo mejorando lo que actualmente se viene haciendo en los centros diferenciados?

¿Podréis ilusionar y motivar a los alumnos que se esfuerzan y que superan las diferentes asignaturas de los “currículos”, vaya palabrita para sustituir a la clásica de “programas”? ¿No parece lógico pensar que se desmotivarán al ver que los perezosos, los vagos y los rebeldillos que han dado los progres en llamar “disruptores” quedan en igualdad ante ellos?

Queridos colegas: os encontráis al borde la caída en un peligroso abismo que es producto de viejas maquinaciones de la ingeniería social de la izquierda más radical: acabar con el principio de mérito y buscar una igualdad a la baja que tendrá de todo menos de progresista.

No os quepa duda de que la Sociedad, representada fundamentalmente por padres y madres de alumnos, os pedirá en el futuro cuentas a vosotros, no a unos “ingenieros sociales de la docencia” que harán lo posible por permanecer en la incógnita, como si fueran “asesores epidemiólogos” del ministro Illa.

Todo lo aquí expuesto hace referencia al maravilloso mundo de la Enseñanza Primaria, también al de la Enseñanza Media con inclusión en ella del Bachillerato; a todos los profesores os incumbe reflexionar sobre la gravedad del momento.

Las viejas camisetas verdes de la rebeldía contra el Ministerio Wert no poseían un diseño afortunado, pero podrían actualizarse para protestar contra la Ministra Celaá; se trata de sacarlas del armario, lustrarlas y esperar que no se encuentren demasiado descoloridas: venga, a animarse todos.

Claro que, en defensa de la categoría social y del ejemplo de educación esmerada que debe ofrecer todo profesor, las protestas deberían ser tan correctas como la de aquellos Catedráticos hoy jubilados que plantamos la pancarta en las puertas del Ministerio de Alcalá en tiempos de Rubalcaba; seguramente tampoco ahora el rodillo legislador socialista hará el menor caso, pero se trata de salvar la dignidad de una profesión ahora más “aquellada” que nunca, recordando que el verbo “aquellar” se emplea en sustitución de otro cuya significación se ignora o no se quiere expresar. Yo prefiero no expresar algunos que se me ocurren.

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