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José García Domínguez

La izquierda que abjura de la izquierda

Que después no nos lloren si los populistas de extrema derecha comienzan a llenar las urnas de votos.

Que después no nos lloren si los populistas de extrema derecha comienzan a llenar las urnas de votos.
La alcaldesa de París, Anne Hidalgo. | Alamy

El último rincón de poder no estrictamente testimonial e irrelevante que aún le queda a la izquierda francesa, no hace tanto tiempo la más potente del mundo occidental junto con la italiana, por más señas el Ayuntamiento de París, que dirige la socialista Hidalgo, acaba de ser condenado a pagar 90.000 euros por un tribunal local. El motivo alegado por los jueces ha sido que el consistorio contrata de forma sistemática a mujeres para ocupar los empleos de mayor cualificación frente a los candidatos masculinos, orillados por rutinaria norma en los procesos de selección laboral. Un abierto sesgo discriminatorio contra los hombres, homosexuales masculinos incluidos, que la alcaldesa Hidalgo no sólo reconoce, sino del que dice mostrarse en extremo satisfecha. Yo, que fui de izquierdas cuando joven y que (a pesar de todo) lo sigo siendo de viejo, he cantado cientos de veces La Internacional a lo largo de mi vida, canción en la que se habla de la liberación de un solo género, el humano. Eso era la izquierda, apelar al género humano, único por definición, no a las mujeres, a los gays, a los transexuales, a las lesbianas y a cuatro o cinco docenas más de identidades particulares agraviadas.

Pero lo muy poco que todavía queda en pie de lo que fue la izquierda al otro lado de los Pirineos, al igual que la de aquí, abjura hoy de su principal seña de identidad histórica, la que sirvió para reconocerla durante casi dos siglos. Así Hidalgo, tan orgullosa de primar a una inútil con vagina frente a cualquier cerebro brillante que arrostre el estigma de portar adherido un pene. La discriminacion positiva, como todas las grandes estupideces de nuestra época invento de las universidades de élite norteamericanas, es el ataque más abierto que ha sufrido uno de los grandes principios irrenunciables que siempre había defendido la izquierda clásica no comunista: el igualitarismo meritocrático que considera legítima la estratificación social solo si se fundamenta en la igualdad de oportunidades y el valor individual, nunca en el origen de clase, la herencia o cualquier otro privilegio parejo. Que sigan, tanto allí como aquí, por ese camino, que sigan. Pero, eso sí, que después no nos lloren si los populistas de extrema derecha comienzan a llenar las urnas de votos.

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