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Miguel del Pino

Filomena y el gran desastre de los pájaros

Los ornitólogos tratan de evaluar las dimensiones de la gran mortalidad de pájaros que ha producido la enorme nevada de la borrasca “Filomena”.

Los ornitólogos tratan de evaluar las dimensiones de la gran mortalidad de pájaros que ha producido la enorme nevada de la borrasca “Filomena”.
Gorriones en la nieve | Twitter

En estos momentos, los ornitólogos tratan de evaluar las dimensiones de la gran mortalidad de pájaros que ha producido la enorme nevada que ha acompañado a la borrasca “Filomena”. La primera impresión es realmente descorazonadora.

Indefensos ante el manto blanco

El peor factor ambiental para los pájaros, especialmente los de pequeño tamaño, es un manto de nieve generalizado que sepulte los recursos alimentarios que necesitan para sobrevivir. La gran mortandad de aves que suele acompañar a las grandes nevadas, y esta ha sido la mayor del siglo, no se produce por el frío, sino por el hambre.

Las aves no pueden permitirse acumular grandes reservas de grasa en sus organismos, ya que un aumento notable de peso impediría su facultad de volar: viven al día en sentido nutricional y en invierno necesitan alimentarse nada más despuntar el día, ya que comer o ayunar en las primeras horas de la mañana suele ser cuestión de vida o muerte.

Los pájaros desconcertados ante el manto blanco en el que buscan desesperadamente comida suelen perecer durante la noche si fracasan en su búsqueda; unas simples miguitas de pan puestas estratégicamente en el alféizar de una ventana pueden permitirles sobrevivir en espera de que en la siguiente jornada la nieve haya comenzado a derretirse.

La relación entre volumen y superficie corporal tiene gran importancia en este juego de supervivencia: los pequeños pajarillos están en desventaja respecto a las aves de mayor tamaño y son los carboneros, herrerillos, petirrojos, currucas y también los familiares gorriones, quienes salen peor parados de un episodio de nevada intensa; no digamos ya de una catástrofe climática como ha supuesto “Filomena”.

La primavera silenciosa

La primera impresión que describen los ornitólogos que están empezando a evaluar las dimensiones de la catástrofe ornitológica, es de verdadero terror ante el silencio que se impone donde antes se escuchaba la multitud de cantos que Félix llamó “la música del bosque”; se trata de un silencio de muerte que parece presagiar la “primavera silenciosa” que nos amenaza. ¿Conseguirán las diezmadas especies de pájaros próximos al ambiente urbano reponer sus efectivos en el corto plazo de unos meses? Respecto a algunas de las especies hasta ahora más populares no podemos garantizarlo.

Viene a consolarnos saber que muchas aves pueden realizar cortos desplazamientos en escapatoria de catástrofes climatológicas cuando estas comienzan a manifestarse; estas minúsculas migraciones se llaman “movimientos de tempero”, y salvan la vida de los especímenes afortunados que escapan hasta el exterior de las zonas afectadas por las grandes nevadas o también de las zonas de calor o de los incendios. Perecen quienes se equivocan y no huyen a tiempo.

La naturaleza no deja indefensas a las aves ante el rigor de las condiciones climáticas de su entorno: cuando el terreno se cubre de nieve muchos arbustos ofrecen verdaderos “iglús” en el interior de sus copas y sus frutos invernales, generalmente de color rojo para ser más visibles, se convierten en recurso de supervivencia.

La cultura de la ayuda a las aves

En nuestro país es frecuente la alimentación callejera a las palomas por parte de personas llenas de buenas intenciones. Las autoridades tienen que poner coto a esta práctica, generalmente a nivel municipal estableciendo prohibiciones y sanciones para que los ciudadanos no fomenten el establecimiento en la ciudad de colonias de palomas.

Casi todas las grandes ciudades de Europa tienen palomas, ya que estas aves confunden nuestros edificios con los acantilados y taludes montañosos en que anidan colonialmente en la naturaleza. La costumbre de alimentarlas por parte de muchos ciudadanos fomenta la formación de grandes colonias urbanas que contaminan gravemente y terminan por convertirse en focos de enfermedades para las propias aves a las que se pretende proteger.

Las palomas son capaces de trasladarse a campo abierto si no son alimentadas de forma artificial en la ciudad, de manera que no tiene sentido atraerlas en gran número a nuestra proximidad urbana. Los pequeños pájaros que suelen buscar el ambiente próximo a las ciudades, así como los parques y jardines son tema muy diferente.

En muchos países, como los Estados Unidos y la mayoría de los de Europa, existe la cultura de alimentar a los pájaros por parte de los amantes de las aves que tienen la fortuna de vivir en ambientes ajardinados o en casas de campo, hasta el punto de que en los supermercados se encuentran alimentos para las aves silvestres de forma tan habitual como las dedicadas a los canarios o periquitos: son mezclas de semillas, cacahuetes y otros tantos recursos que, al atraer a los pájaros hasta nuestras terrazas, nos permiten disfrutar del placer de su observación.

En Estados Unidos el mes de Febrero es celebrado como “mes de la alimentación de las aves” y en el Reino Unido las organizaciones ornitológicas cuentan actualmente con más de un millón de ciudadanos con licencia de “observadores de aves”. No hablamos de rarezas de animalistas, sino de una verdadera cultura de protección de las aves del entorno urbano.

Es posible que si en España hubiéramos formado parte de esa cultura antes de la llegada de “Filomena”, muchos miles de pájaros habrían salvado sus vidas durante la gran nevada en caso de haber encontrado el recurso de unas migas, un puñado de alpiste o unos cacahuetes en los alféizares de las ventanas; no ha sido así, pero al menos parece que va pasando a la historia el triste empleo del tirador o de la escopetilla por parte de quienes pretender acercarse a los pájaros para obtener el triste trofeo de sus cadáveres. Algo es algo.

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