Pablo Iglesias salta al ruedo con una sola idea en la cabeza: puerta grande o enfermería. Después de más de un año en el Gobierno sin que se le conozca una sola aportación positiva, se tira a la piscina sin comprobar si hay agua, como un auténtico kamikaze, probablemente enfebrecido después de un maratón de series políticas y con la única idea de convertir la campaña de Madrid en una suerte de Batalla del Ebro de Podemos.
De sus primeras declaraciones ya se puede inferir cuál será el tono de la campaña:
Hay que impedir que estos delincuentes, que estos criminales que reivindican la dictadura, que hacen apología del terrorismo de Estado, que promueven la violencia contra los migrantes, contra los homosexuales y contra las feministas, que cuando unos militares hablan de fusilar a 26 millones de rojos dicen que son su gente, puedan tener todo el poder en Madrid, con todo lo que eso implica para el resto del país.
Esa sarta de miserables falsedades e insultos son y serán la sustancia del desempeño del hombre del moño, un fajador acomodado al juego sucio, a la política como garrotazo y cuya carrera ya no daba más de sí en el Gobierno. Pero lo que se dirime en Madrid es demasiado importante como para que pueda quedar condicionado por la retórica guerracivilista de semejante personaje, un tipo programado para mentir y difamar, un fabulador con un trastorno narcisista cuyo principal problema es que se cree sus propias mentiras. En Madrid están en juego trabajo, prosperidad, salud, libertad, futuro y democracia, todo aquello que no existe donde mandan los amigos y referentes de Pablo Iglesias.
Las primeras cábalas apuntan a que la intención de Iglesias es provocar un terremoto demoscópico que dificulte la victoria de Isabel Díaz Ayuso. Habrá que estar muy atentos a las manipulaciones del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Lo ocurrido con Illa en Cataluña puede ser una broma al lado de lo que perpetre Tezanos para la ocasión.
La maniobra que protagoniza el líder de Podemos demuestra además que Murcia era el primer paso en una operación de largo alcance con Madrid como punto de destino. Se trata de arrebatar a la derecha la capital sea como sea. Fracasada la moción de censura, es el turno del plan B, Iglesias, de modo que se lanza sobre Madrid a quien encarna lo peor de la política, a un personaje del que cabe esperar cualquier cosa, de la crispación más absoluta a los enfrentamientos físicos en la calle pasando, claro está, por el mayor despliegue de noticias falsas y manipulación en redes sociales de la historia.
El riesgo de que las elecciones se conviertan en una partida trucada es más que evidente. Comparece en ellas un individuo mal relacionado con la realidad, atravesado por una vanidad enfermiza y que en sus declaraciones se muestra predispuesto a superar todos los límites morales en pos de su objetivo, la eliminación radical de la derecha, ya sea por lo civil o por lo criminal.
Díaz Ayuso ha encajado el aterrizaje en Madrid del torpedo podemita con acertada flema. España le debe una, sí, pero que vaya con cuidado. Un análisis detenido del mensaje emitido por Iglesias para anunciar su candidatura muestra a un tipo desatado, fuera de sí, descontrolado, nervioso, tenso, con la mandíbula tiesa y con evidentes dificultades para no liarse a puñetazos con la mesa. Los demás candidatos deberán ser muy prudentes en el trato con este sujeto, un provocador nato, de lo peor que ha pasado por la política en España desde la restauración de la democracia.
Dicen que Sánchez es uno de los grandes beneficiados del paso dado por Iglesias, pues ya no tendrá que compartir espacio con el líder podemita. El presidente del Gobierno está acostumbrado a caer de pie. De su fallida carambola murciana surge el inesperado rebote de la salida de Iglesias del Gabinete. Por lo demás, todo son perjuicios. Eso sí, se abre la oportunidad de desterrar de la política a Pablo Iglesias. Es un reto para el que Díaz Ayuso no necesita según qué ayudas.