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Miguel del Pino

Tres valores en la escuela... y ni uno más

La inclusión en los programas de asignaturas cargadas de la ideología afín a la de los políticos en el poder es sencillamente una canallada.

La inclusión en los programas de asignaturas cargadas de la ideología afín a la de los políticos en el poder es sencillamente una canallada.
Ana Varela / Xunta de Galicia

Han sido varias las ocasiones en que determinadas colectividades formadas por personas de formación cultural elevada han intentado plantear la experiencia de enseñar a sus hijos en su propia casa los contenidos propios de las diferentes materias que conforman los programas de las enseñanzas primarias y medias. Nunca han llegado a término tales intentos.

Verdaderamente son muchos los progenitores que serán capaces de sustituir a maestros y profesores de secundaria en la parte técnica de las enseñanzas, especialmente cuando el padre y la madre se complementan en las respectivas áreas de las ciencias y las letras, pero por grande que sea la formación y las capacidades pedagógicas de uno y otra, es mejor no jugar con experimentos tan peligrosos como el que estamos planteando.

Socialización, respeto y esfuerzo por la excelencia. Tres valores en la escuela.

Niños y adolescentes tienen que socializarse y este objetivo fundamental para su futuro solo puede conseguirse mediante la convivencia; el modelo de separación de sexos frecuente hasta hace pocos años parece desplazado por el de enseñanza mixta cuyas ventajas pedagógicas, y sobre todo sociales, parecen superar a sus inconvenientes.

En cualquier caso no se puede someter al aislamiento a criaturas inmaduras; la convivencia en las aulas con sus semejantes viene a resultar imprescindible para evitar el desarrollo de conductas sociales indeseables en la edad adulta, aunque tal convivencia pueda plantear en ocasiones problemas de compleja solución que suelen poner a prueba las capacidades pedagógicas de los docentes, nunca suficientemente valorados por la sociedad.

Sin duda la socialización empieza en la guardería, donde se canalizan las primeras disputas de posesión por un juguete o de dominancia, que ambas tendencias son muy precoces; pero los verdaderos problemas comienzan más adelante y se acentúan en la adolescencia, verdadero caldo de cultivo de conductas sociales y terreno abonado para la siembra de ideologías por parte de políticos y sociólogos poco o nada escrupulosos o dotados con la condición de miserables.

Junto a la socialización los niños y los adolescentes tienen en la escuela la gran oportunidad de aprender a respetar. El respeto al profesorado les enseñará, de manera tan progresiva como natural, a respetarse a sí mismos y a sus compañeros. Es a estas edades cuando debe aprenderse que no se pueden celebrar "botellones" ignorando las medidas contra las pandemias, ni mucho menos faltar o atacar a los policías que tratan de poner orden o molestar hasta la extenuación a los vecinos.

El tercer valor imprescindible que la escuela tiene que aportar es el esfuerzo, el esfuerzo en el sentido de lucha por conseguir la excelencia en el aprovechamiento de las materias objeto de estudio. Es imprescindible que entiendan que las dificultades a que deben enfrentarse en esta edad es un entrenamiento imprescindible para su futuro no solo como profesionales, sino como ciudadanos preparados para sobrevivir en un futuro laboral más próximo de lo que imaginan.

La lucha por la excelencia no implica falta de solidaridad: el profesor capacitado y vocacional debe fomentar la serie de virtudes que en la escuela podemos llamar "Compañerismo", semilla de futuros ciudadanos solidarios. Ayudar entre todos al que se queda atrás es un principio fundamental en la escuela; en esta edad no debe haber lugar para la discriminación ni mucho menos para el desprecio al débil o al diferente.

Las leyes demagógicas y el desprecio de la patria potestad.

Nunca deberíamos olvidar las apariciones televisivas de la exministra Celaá y sus terroríficas declaraciones en las que llegó a afirmar que "los hijos no son de los padres"; con una puesta en escena y una comunicación gestual y virtual más que preocupante por el carácter dictatorial que emanaban, los principios de la "Ley Celaá" abrían la puerta al final de la lucha por la excelencia y a la implantación de toda clase de supuestos valores sectarios.

Aprobar con no sé cuántos suspensos no engaña ni a los estudiantes más pícaros y avanzadillos en el escaqueo; aunque de momento se alegren saben en el fondo que les están tomando el pelo y eso, todos los que hemos convivido largos años con adolescentes sabemos que no lo perdonarán en el futuro.

La inclusión en los programas de asignaturas cargadas de la ideología afín a la de los políticos en el poder es sencillamente una canallada. ¿Reaccionarán los padres en un futuro próximo como los de aquellas colectividades que en el pasado pretendieron no llevar a sus hijos a la escuela?

La escuela no puede ser considerada como un "vivero de futuros votantes". Tengan cuidado los demagogos y los faltos de escrúpulos porque se ha dado con frecuencia el fenómeno de los "efectos rebote" y estamos hablando de un mundo de niños y adolescentes que lejos de significar un futuro mejor puedan, si se trata de aleccionarlos en la indolencia y el absurdo, constituirse en un peligro que empezará con volverse contra la mano que pretende adularlos.

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