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José Ramón Bauzá

La bandera seguirá ondeando

EE UU y la UE deben reflexionar sobre el 11-S a la luz de lo ocurrido en Afganistán.

EE UU y la UE deben reflexionar sobre el 11-S a la luz de lo ocurrido en Afganistán.
Atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, Estados Unidos. | EFE

Veinte años no pueden borrar de la memoria el horror del 11 de septiembre de 2001. Pero si son suficientes como para extraer una lección de la tragedia y de sus consecuencias, especialmente cuando la más inmediata de ellas, la invasión y posterior ocupación de Afganistán, ha concluido dejando la ineludible pregunta en el aire: ¿sirvió para algo?

Para empezar a responderla debemos recordar el objetivo inicial qué llevó a Estados Unidos y a sus aliados, España entre ellos, a Afganistán: destruir o incapacitar a Al Qaeda y a los talibanes que los ampararon, e impedir que este país volviera a servir de refugio para el yihadismo internacional.

La ironía es que EE UU y sus aliados lograron esos objetivos. La intervención militar aplastó a los talibanes en cuestión de semanas y la campaña global contra Al Qaeda logró reducir sus capacidades hasta el punto de que un atentado como el del 11-S está hoy fuera de su alcance. Los talibanes habrán retomado por el momento el control del país, pero ninguno de sus vecinos tiene interés en que el yihadismo se instale allí, por lo que hay razones para esperar que Afganistán no vuelva a ser el santuario que era antes de 2001.

Entonces ¿qué ha fallado? ¿Por qué, si se han logrado los objetivos que motivaron la intervención hace veinte años, se percibe hoy la salida de Afganistán como una derrota?

Cada sociedad observa el mundo a través de su propia experiencia. Estados Unidos lo contempla convencido de que la democracia es un valor universal cuya expansión es la mejor garantía para la seguridad global.

Guiado por esta visión, Washington decidió que la estabilidad futura de Afganistán, y por ende su seguridad, pasaba por la construcción de un Estado con los atributos que le son propios: instituciones comunes a todo el país, un gobierno elegido democráticamente y un catálogo de derechos fundamentales similar al de las sociedades occidentales, incluida la igualdad entre hombres y mujeres. Este fue el punto de inflexión.

Porque el error de esta estrategia es múltiple, comenzando por asumir que un concepto occidental de Estado nacional podía extrapolarse a una sociedad como la afgana, tan diferente, sin encontrar resistencia, y todo ello en un plazo aceptable para el ciudadano estadounidense. De un objetivo fácilmente identificable -- destruir Al Qaeda y evitar otro 11-S-- pasamos a uno tan amplio que resultaba imposible saber qué era una victoria y qué no.

Tras más de una década persiguiendo un propósito tan esquivo, y viendo en el auge de China una amenaza cada vez más acuciante, se acabó haciendo inevitable que los estadounidenses reclamaras una salida al laberinto afgano, lo que explica que dos administraciones tan distintas entre sí mantuvieran la decisión de abandonarlo.

Aquí podemos extraer la que quizás sea la lección más valiosa de 20 años de misión. Todo estadista que decida lanzarse a una empresa de la envergadura de la afgana solo puede hacerlo partiendo de objetivos claros e identificables --qué es lo que constituye una victoria-- y siendo muy consciente de las capacidades materiales y humanas de su nación, y de la voluntad política de sus compatriotas para alcanzar esa meta, el cómo y el cuándo.

En el momento en que EE UU perdió de vista el qué, el cómo y el cuándo, plantó la semilla de una victoria que solo podría saber a derrota.

Aun así, sería ingenuo dar por finiquitado el poder estadounidense, por más que sus enemigos -que también son los nuestros, conviene no olvidar-- se regocijen estos días. Cuando las dramáticas escenas de la evacuación en Kabul trajeron a la memoria la caída de Saigón y la derrota en Vietnam, muchos comentaristas obviaron que ese mismo Estados Unidos resurgiría quince años más tarde para ganar la Guerra Fría, y enterrar el comunismo. Sería ingenuo, y llevaría a errores como querer socavar a la OTAN alejando a Europa de Estados Unidos, en lugar de profundizar el vínculo transatlántico y reforzar nuestras capacidades de defensa en el marco de la Alianza Atlántica.

Han pasado dos décadas desde el trágico día que inauguró de verdad el siglo XXI, y el mundo es hoy muy distinto del que amaneció aquel 11 de septiembre de 2001, pero lo que no ha cambiado es la determinación estadounidense de defender la causa de la libertad en el mundo y los valores que comparte con la UE.

Estados Unidos volverá, no les quepa ninguna duda. Y de ese idealismo que está en sus orígenes --"la bandera estrellada triunfante ondeará sobre la tierra de los libres"-- y que en tantas ocasiones llevó al país más allá de lo que la realidad parecía permitir es de donde sacará la fuerza para resurgir.

José Ramón Bauzá es eurodiputado de Ciudadanos y miembro de la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento europeo y la Delegación Unión Europea -EEUU.

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