
Acabó con una fiesta mayúscula, pero fue un día de resistencia e inteligencia emocional en el Wanda Metropolitano. Hablo por supuesto del choque del pasado sábado ante el Valencia que pasó de un 0-2 al descanso a un delirante y apasionante 3-2 en el descuento. El Atlético necesitaba algo así, Simeone lo necesitaba más que nadie, la afición lo anhelaba también y, por supuesto, lo necesitaban desesperadamente los jugadores. Unos futbolistas que, por momentos, parecieron vagar sin rumbo alguno durante los 5 minutos posteriores al 0-2 del Valencia antes del descanso. Fue ahí cuando, después de 10 años de cholismo, reapareció un Atlético que bien podría asemejarse a aquel que cada temporada luchaba por entrar en la Intertoto. En serio, no es una exageración, era un Atlético muerto.
Como digo, el sábado no fue un día fácil para ser seguidor del Atético de Madrid y plantarse en el Wanda Metropolitano a las nueve de la noche con un frío que te pedía quedarte en casa, sin embargo, ahí estuvieron los seguidores rojiblancos. Una muy buena entrada, por cierto. Y no solo estuvieron ahí sino que dieron una lección de cómo entender el contexto de lo que estaba sucediendo. Lo explico. En cualquier otro momento y seguramente sin alguien como Simeone en el banquillo, la parroquia colchonera habría estallado de furia e ira después del 0-2 del Valencia. Justo ahí, antes del descanso, lo lógico y lo entendible incluso es que la afición se hubiera quedado a gusto pitando el mal rendimiento de los suyos. Nada más lejos de la realidad. El público entendió que con su equipo agonizando a pocos metros de sus miradas, de nada servía ponerle el pie en el cuello. No lo hicieron y el equipo se mantuvo sereno gracias a esa inteligencia ambiental que decidió no poner el dedo hacia abajo en lo alto del coliseo rojiblanco. Por eso, el gladiador pudo levantarse al final.
Repito, no fue fácil para el aficionado colchonero contener sus ganas de estallar contra el equipo. Otra vez y ya van incontables, el conjunto de Simeone se dedicó a verlas venir en la primera parte con una defensa de papel maché y con jugadores como De Paul fallando pases que, en días normales, hacen con los ojos vendados. Eso sí, el Atlético este año hace padre a un eunuco y ganador de un Grammy a Paquirrín, porque el Valencia tiró dos veces, atacó dos veces y marcó dos goles. El resto, pérdidas de tiempo, palos, jugadores en el suelo y un portero como Jaume experto en montar un espectáculo de variedades cada vez que le tocaba sacar de portería. ¿Lícito jugar así? Por supuesto. ¿Lícito decir que jugar así es muy cuestionable? Por supuesto también.
Con todos esos elementos puestos en la coctelera del partido, la afición del Atlético se mantuvo todo lo paciente que se podía mantener en un escenario así y se lo aseguro, un servidor alucinaba. No es lo normal en el mundo del fútbol. Lo habitual es la fiesta en la victoria y la ira en los momentos complicados, sin embargo, el Metropolitano se mantuvo cauto en su toma de decisiones. Hasta que llegó el momento del cambio de Joao Félix que, de nuevo, fue otra lección de la afición colchonera. ¿Les gustó el cambio? Ni mucho menos y por eso dedicaron una soberana pitada a Simeone. Soberana y contundente pitada. La escucharon en Móstoles. Eso sí, una vez le dejaron claro al entrenador que el cambio no era de su gusto, la afición local volvió a centrarse en su equipo como diciendo "vale, hemos dejado claro lo del cambio y ahora toca ver si aquí ocurre un milagro". Y ocurrió. El Atlético cambió la fantasía y verticalidad de Joao Félix por acumular atacantes arriba como Cunha y Correa. Además, Simeone pobló el campo contrario con jugadores de buen pie que surtieran de centros y balones precisos a sus puntas. De ahí que Herrera fuera importante. También lo fueron Carrasco y Correa, los mejores en lo que va de curso. Y lo fueron Felipe y Giménez, encargados de cortar cada salida de balón del Valencia para que el Atlético siguiese con el asedio. En conclusión, el cambio fue descorazonador, pero al Cholo le salió la jugada redonda.
Poco a poco fueron cayendo el 1-2 de Cunha, el 2-2 de la leyenda Correa y el 3-2 del redimido Hermoso para delirio colchonero y para otorgar un merecido premio a la actitud inteligente de la mayoría de seguidores rojiblancos que no pararon de animar en ningún momento. Los hubo que sí, de forma insostenible en modo y razones, pero la mayoría recibieron el premio de una gran remontada tras cumplir la petición de Simeone un día antes. El Cholo les dijo que su equipo les necesitaba como nunca y ellos respondieron como siempre. Por eso, porque la afición rojiblanca merecía celebrar esa remontada como les diese la real gana, se antoja complicado ver a gente especial, muy especial, tremendamente especial diría yo, volver a liderar el denominado Comité de las Celebraciones. Sí, el que decide lo que se debe celebrar y lo que no. Porque, según los expertos, no se puede celebrar remontar un 0-2 y ganar 3-2, pero sí celebrar un empate de 0-2 a 2-2. Lo dicho, especiales, tremendamente especiales.
Ahora, un poco de calma para templar los ánimos, olvidar lo malo y reforzar lo bueno. Le quedan al Atlético dos semanas por delante para, como dijo Giménez en zona mixta, creerse de verdad que esto es un punto de inflexión, no como pasó después de ganar en Oporto. Por cierto, que no se me olvide un matiz más. La remontada colchonera fue preciosa, pero con un escudo y con una equipación como la que lucían el sábado, mucho más. Fue, sin duda, el ADN del Vicente Calderón en el Wanda Metropolitano para resucitar al Atlético y eso, digan lo que digan, bien vale una gran celebración.