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Enrique Navarro

¿Que está pasando por la cabeza de Putin y de sus jefes militares?

¿Estará Putin dispuesto a apretar el botón nuclear o químico para tener una victoria política, asumiendo el coste y los riesgos de esa operación?

¿Estará Putin dispuesto a apretar el botón nuclear o químico para tener una victoria política, asumiendo el coste y los riesgos de esa operación?
El presidente ruso, Vladimir Putin. | Europa Press

Por primera vez desde que comenzó la guerra, todas las informaciones de los frentes que recibimos son contradictorias, hasta tal punto que no sabemos si estamos ante el final del principio o el principio del final.

Todos somos muy conscientes de los problemas logísticos rusos, de la fortaleza moral de los ucranianos en la defensa de su país, de los enormes errores operacionales rusos que han implicado un número de bajas que duplica a las de los defensores, lo que es una barbaridad viendo la disparidad de fuerzas. Los frentes no sólo están congelados hace tres semanas, sino que incluso los rusos han sido incapaces de tomar Járkov y Mariúpol que eran objetivos para las primeras 72 horas de batalla. Los planes rusos es que a estas horas, Kiev ya habría caído y Rusia habría ocupado toda la franja costera ucraniana hasta Moldavia y están muy lejos de conseguir estos objetivos.

También podemos tener un consenso de que Rusia no esperaba la unanimidad occidental ni el tremendo soporte a Ucrania, y que subestimó la capacidad de reacción de Occidente con las sanciones que terminarán ahogando a la economía rusa. Hemos pasado de la salida que subrepticiamente propuso Biden de: "quédate con tus repúblicas prorrusas y la reacción será pequeña", a un mensaje subliminar a la Nomenklatura moscovita el pasado sábado en Varsovia: "cargaros a Putin y todo volverá a ser cómo antes; los yates, las cuentas bancarias, los viajes y los dólares volverán a fluir si hay una involución política en Moscú".

En las últimas horas nos debatimos entre la concentración de fuerzas en el norte para tomar Kiev, y en la partición del país anexionando a Rusia el Donbass. Tenemos que volver a echar mano de los Kremlinólogos que durante la URSS se dedicaban a estudiar los gestos y movimientos que acontecían en la cabecera del PCUS, para saber quién era defenestrado y quién elevado. Desde que Lavrenti Beria fue detenido en plena reunión del Politburó por el mariscal Zhúkov, y ejecutado, junto a cientos de sus seguidores, no habíamos visto un regreso a los mejores tiempos de la política soviética. La muerte y resurrección del ministro de defensa Shoigu, es el mejor ejemplo de lo que ocurrió en el ascenso de Jrushchov al poder, que acabó con Malenkov de gerente de una presa en Kazajistán y con el matón de Stalin ejecutado. Todo indica que hoy en el Kremlin no existe la unanimidad y fortaleza que había el pasado veinticuatro de febrero.

En estos momentos, adivinar qué está pasando en la pequeña dirección que participa de las tomas de decisión resulta muy complejo, pero no nos cabe duda de que en estos momentos en la cabeza de Putin reina más la furia que la inicial incomprensión por la marcha de las operaciones. Ahora mismo sólo el presidente ruso y su guardia pretoriana no militar, defiende la opción primera, es decir invadir totalmente Ucrania y anexionarla o colocar un gobierno títere como el de Bielorrusia. Ningún jefe militar apoya ya esta decisión. Las filtraciones en medios rusos de datos de víctimas con origen en las fuerzas armadas, las crecientes críticas internas a la operación, el abandono de tropas rusas de sus posiciones que ha permitido los avances ucranianos, nos muestran que existe una corriente interna que vería con buenos ojos la propuesta de Biden que "equivocadamente" dio a entender. Esta idea se refuerza con el hecho de que la vigilancia militar alrededor de los edificios gubernamentales más importantes se ha incrementado así como la seguridad alrededor del presidente en las últimas cuarenta y ocho horas.

Ningún militar en Rusia apoya hoy la guerra total de Ucrania; a la vista de la reacción occidental y de la capacidad de movilización ucraniana, una invasión del país requeriría destruir las ciudades y una ocupación imposible de sostener en el tiempo. La victoria militar sólo es posible con una movilización a gran escala que no pasaría inadvertida a la opinión pública rusa; pero la derrota posterior a medio plazo dejaría a toda la actual clase política y económica fuera de juego. Un riesgo que sólo Putin está dispuesto a correr.

Por muchas fuerzas que concentren los rusos, sin moral de victoria será imposible que cumplan las órdenes de destrucción total. Hitler no entendió esto hasta el día de su suicidio, una decisión que ocasionó un dolor del que la sociedad todavía no se ha recuperado. Por supuesto que Rusia puede invadir Ucrania pero el coste puede ser inasumible en vidas y en coste económico y diplomáticamente dejaría a China sin argumentos para apoyar económicamente a Moscú.

La idea de Putin es muy simple, utilizar a las fuerzas de Bielorrusia para hacer el trabajo sucio de tomar Kiev, pero las informaciones que llegan de Minsk tampoco son muy halagüeñas; los militares se niegan a conducir una operación que puede tener un altísimo coste en vidas humanas, además de condenar a un país tremendamente vulnerable como Bielorrusia a unas sanciones inasumibles. La toma de Kiev desde Bielorrusia, a apenas unos cien kilómetros de la frontera, plantearía menos problemas logísticos, pero serían necesarios al menos doscientos mil hombres para abordar con éxito la operación y al menos, semanas de asedio.

Así que la lógica militar apunta por reforzar las posiciones en el Este, y terminar la guerra con un alto fuego provisional sin ningún otro acuerdo, que permita a Rusia una cierta victoria moral al recuperar las repúblicas de mayoría prorrusa y enlazar Crimea con Rusia por tierra. Para Zelensky, sería una gran victoria moral, y para Ucrania supondría asegurar su independencia con una teórica neutralidad finlandesa apoyada militarmente por Occidente.

Lo más grave de todo esto para Rusia ya se ha evidenciado; Occidente no debe temer a las fuerzas armadas convencionales rusas; se han demostrado incapaces de someter a Europa a ninguna presión militar. Continuar la guerra con un fracaso mayúsculo sería un golpe demasiado fuerte para el orgulloso ejército ruso, que si quiere mantener su prestigio y ascendencia en la política rusa no puede permitirse una derrota mayor.

La lógica política apunta a la toma de Kiev, el único hecho que le permitiría a Putin seguir en el poder con su agenda; éste es el principal peligro de la situación actual. ¿Estará Putin dispuesto a apretar el botón nuclear o químico para tener una victoria política, asumiendo el coste y los riesgos de esa operación? Y ¿estarán los militares rusos y bielorrusos dispuestos a una sangría para una batalla de resultado incierto? Mi respuesta es negativa en ambas cuestiones.

Si Rusia toma Mariúpol, que es ahora mismo la clave del conflicto y se asienta en el Este, podríamos tener una propuesta de alto el fuego la semana que viene. El acuerdo ahora mismo es imposible para las dos partes, pero al menos, volver a 2014 en las circunstancias actuales, sería lo mejor para todos, aunque nadie lo admita. En condiciones normales esto sería sembrar las bases para una nueva guerra en cinco años, pero ¿quién sabe donde estará Putin y estaremos todos a la velocidad que van los acontecimientos?

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