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Javier Arias Borque

Los grandes retos de la negociación Ucrania-Rusia: Crimea, Donbás, OTAN y la supervivencia

El Gobierno de Kiev es el que tiene difícil negociar un acuerdo que no provoque decepción tras su heroica resistencia al invasor ruso.

El Gobierno de Kiev es el que tiene difícil negociar un acuerdo que no provoque decepción tras su heroica resistencia al invasor ruso.
Macron junto a Putin y Zelenski en una reunión en 2019 | Imagen TV.

Una vez superado el primer mes de guerra, los negociadores de ambos bandos han vuelto a sentarse alrededor de la mesa para tratar de cerrar un acuerdo que ponga punto y final a la invasión rusa de Ucrania. El escenario ha sido, por segunda vez, Turquía, un socio de la OTAN con unas tensas pero relativamente buenas relacionadas con Moscú. Un país que en el Kremlin saben perfectamente que, en un momento dado, es capaz de llevar la contraria a Estados Unidos.

El gran problema que afrontan los equipos de interlocutores es que es inviable llegar a un acuerdo de paz si ninguna de las dos partes cede en alguna de sus principales pretensiones. Si ambas partes se mantienen en sus posiciones de máximos la guerra continuará de forma indefinida, hasta que alguno de los contendientes termine colapsando, o quedará enquistada como ha pasado los últimos ocho años con el conflicto del Donbás.

Toca pues jugar al complejo juego de los equilibrios geoestratégicos. Diseñar un sudoku político que permita a ambos bandos venderlo como algo positivo a su ciudadanía y a la parte de la comunidad internacional que le ha apoyado. Porque, aunque parezca mentira, la realidad es que Rusia no ha estado tan sola como podría parecer. Sus relaciones con Centro y Sudamérica, África y Asia, a excepción de algún país, siguen como si nada hubiera pasado en Ucrania.

Moscú se ve en la necesidad de llegar a un acuerdo que justifique su intervención armada en el país vecino. Puso sobre la mesa de inicio la necesidad de "desmilitarizar" y "desnazificar" para frenar un supuesto genocidio en el Donbás, dos conceptos abstractos en los que pueden englobar muchos posibles resultados militares. Kiev debe hacer valer de algún modo el haber podido sobrevivir a la invasión de una potencia militarmente superior, haber plantado cara como nadie esperaba.

Hay cuatro puntos que van a centrar estas negociaciones y que van a ser fundamentales para llegar a un acuerdo. Por un lado, los temas territoriales, es decir, qué va a pasar con Crimea –Rusia se anexionó unilateralmente la península ucraniana en 2014– o con el Donbás –Moscú inició la guerra reconociendo la independencia de Donetsk y Lugansk–. Por el otro, la posible entrada de Ucrania en la OTAN y la UE e, incluso, la garantía de la propia supervivencia de Ucrania como país.

El Kremlin tiene unos mínimos a los que no puede renunciar bajo ningún concepto. Son las claves que justifican la intervención según la propia narrativa que ellos mismos han creado. No puede renunciar a controlar la península de Crimea ni a los territorios que conforman el Donbás, en cuya supuesta situación catastrófica justificó la invasión. Por tanto, no puede salir de la negociación respetando la integridad territorial de Ucrania. Es su axioma para cantar una victoria militar.

Tampoco puede aceptar bajo ningún concepto que Kiev pueda ingresar en la OTAN. Es una línea roja que marcó hace años y que ha reiterado insistentemente en los últimos meses. Sería abrir la posibilidad a que los países aliados pudieran establecerse con fuerza de nuevo en lo que Rusia siempre ha considerado su espacio de influencia –todo el antiguo espacio del Pacto de Varsovia–. Esta es la clave para que el Kremlin pueda vender también una victoria política.

Sí podría abrir la puerta, por ejemplo, a la futura entrada ucraniana en la UE. No la entrada, sino la simple asociación a la UE, abortada por Moscú, provocó todo el terremoto político que terminó con la revolución del Maidan, el levantamiento rebelde en el Donbás y la anexión unilateral de Crimea entre 2012 y 2014. Pero es posible que lo que realmente temiese Moscú en ese momento es que ese acuerdo con la UE terminase en un futuro en una entrada en la OTAN que no pudiese evitar.

La entrada en la UE también supone un problema para el Kremlin, pero mucho menor. El apartado 7 del artículo 42 del Tratado de la Unión Europea incluye desde 2009 una cláusula de apoyo mutuo en caso de que un país miembro sea agredido militarmente. Pero esa cláusula no obliga a que esa asistencia sea de carácter militar, por lo que conociendo el guirigay que es la UE, no garantiza de forma efectiva que Ucrania contase con el apoyo de sus socios en caso de que Rusia vuelva a atacar.

Precisamente, esa posibilidad de no prestar apoyo militar a otro socio en caso de ser atacado es lo que posibilita que países que son neutrales como Austria, Finlandia, Irlanda y Suecia puedan aceptar ese apartado del tratado europeo. Si Moscú consigue que Ucrania fije su neutralidad militar en su Constitución podría perfectamente dar vía libre a que el Gobierno de Kiev integre a su país en la organización supranacional europea y poder seguir vendiéndolo como una victoria.

En el caso de Ucrania, la situación es mucha más complicada. No claudicó antes de la invasión ante las exigencias rusas de fijar su neutralidad militar, es decir, vetar por ley que el país pueda entrar en la OTAN, o ante las exigencias rusas de conceder la independencia del Donbás. Por tanto, si ahora pacta con Moscú su neutralidad militar y no mantiene la integridad territorial que exigía –el Donbás y Crimea bajo su control– dará la sensación de que derrota absoluta. Sensación de que su resistencia feroz al invasor no ha servido de prácticamente nada.

Necesita, al menos, una fórmula con la que Moscú reconozca su derecho a existir como naciónVladimir Putin les negó ese derecho en el discurso que anunciaba los preparativos para la invasión– y que les garantice su supervivencia como país. Una seguridad que venga avalada por el exterior, que esté amparada por el poder militar de terceros países y no sólo en la palabra de los que mandan en el Kremlin.

Por eso ha propuesto en las últimas horas, durante la reunión en Estambul, que Rusia acepte que, pese a una posible neutralidad, sean países como Estados Unidos, Francia, Turquía, Alemania, Canadá, Polonia e Israel los que garanticen su independencia territorial en caso de ataque, en una especie de artículo 5 de asistencia militar como la que tienen los países que son miembros de la OTAN. Un acuerdo avalado por los parlamentos de los citados países que les obligue a atacar a Rusia si vuelve a atacar el territorio ucraniano. Parece complicado que Putin lo acepte.

Kiev sabe perfectamente que no se puede fiar de los acuerdos firmados con Moscú si no hay una amenaza militar detrás. En 1994, ambos firmaron el Tratado de Budapest, por el que Ucrania entregaba a Rusia todo el armamento nuclear heredado de la disuelta Unión Soviética a cambio de que el Kremlin reconociera, respetase y garantizase su integridad territorial. Algo que Moscú no hizo en 2014 anexionando Crimea o armando a los rebeldes del Donbás. Y mucho menos en este 2022 con una invasión por cinco frentes diferentes.

Necesita no sólo un acuerdo que garantice su propia supervivencia y su posible entrada en alguna de las organizaciones supranacionales que hace unos meses vetaba Moscú –la UE podría ser una salida honrosa–, sino también tratar de ganar algo en el tema de la integridad territorial, obteniendo algún tipo de acuerdo que le permita mantener algún tipo de control real o ficticio sobre el Donbás o no dar por perdida la península de Crimea. Tiene que obtener una victoria en el tema territorial que compense su resistencia numantina. Algo que Putin tampoco va a poner fácil.

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