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Javier Arias Borque

El caso Pegasus o el Gobierno que no previó la capacidad destructiva de su cortina de humo

Ningún miembro del Ejecutivo debió salir a los medios a confirmar el espionaje sin que estuviese claro quién debía ser el cabeza de turco.

Ningún miembro del Ejecutivo debió salir a los medios a confirmar el espionaje sin que estuviese claro quién debía ser el cabeza de turco.
Robles junto a Paz Esteban, directora del CNI | Europa Press

Sun Tzu fue uno de los mejores estrategas de la historia. Tal vez el mejor. Un general diminuto que dejó para la posterioridad un tratado sobre la guerra que ha sido libro de cabecera de los grandes militares de la historia. Lo escribió hace más de 2.500 años, pero sigue tan vigente como entonces. Sus enseñanzas y reflexiones no se han visto afectadas por la evolución del pensamiento, los nuevos descubrimientos o los avances de la tecnología.

El arte de la guerra es un breve manuscrito con enseñanzas para afrontar una guerra, pero también para enfrentarse a cualquiera de los problemas que puede plantear la vida. Una joya que todo país debería incluir en el currículum educativo para que ni un solo joven saliese a pelearse con el mundo sin haberlo leído. Un libro que deberían sentarse a leer en el Palacio de la Moncloa antes de volver a tomar decisiones a la ligera.

"Reflexiona deliberadamente antes de hacer un movimiento", escribió en su manual para la guerra. Explica el maestro Sun que uno de los factores principales del éxito radica en realizar una planificación meticulosa y llevar a cabo la ejecución de la misma de forma precisa. Antes de esa ejecución, hay que analizar los pros y los contras de cada paso y la reacción que puede causar en el adversario para anteponerse a la misma.

Esa previsión, que hace ya dos milenios y medio quedó por escrito en uno de los libros más famosos de la historia, no fue tenida en cuenta la pasada semana en el Palacio de La Moncloa. Allí hubo una mente pensante que planificó un golpe de efecto para tapar el problema que se les había abierto con los independentistas por el caso Pegasus, pero nadie previó la capacidad destructiva de su cortina de humo.

El Ejecutivo decidió confirmar que los teléfonos móviles de Pedro Sánchez y Margarita Robles habían sido espiados con el software malicioso Pegasus, pero nadie desarrolló un buen plan estratégico para ir sorteando los acontecimientos que se iban a desencadenar a continuación. Nadie hizo un estudio previo previendo qué reacción iban a tener los medios de comunicación ni el resto de los partidos políticos, incluido Podemos, el socio de coalición.

La comparecencia de Bolaños fue un gravísimo error. No sólo porque el relato del Gobierno dejase patente la debilidad de España como Estado –invito al lector a leer ese análisis si no lo ha hecho todavía–, sino también porque no midieron las consecuencias. En la Moncloa han pasado de tener un problema con sus aliados parlamentarios (ERC, Bildu…) por el espionaje a mantener ese problema y provocar una guerra de tres bandos en el Consejo de Ministros.

Era previsible saber que una vez confirmado el espionaje a Sánchez y Robles, todos los medios de comunicación y los partidos políticos iban a exigir al Gobierno datos sobre cómo podía haber pasado. Ningún miembro del Gobierno debió salir a los medios a confirmar el espionaje al presidente del Gobierno sin que estuviese claro quién iba a cargar con las culpas de la negligencia, sin saber quién iba a pagar el pato.

Y está claro que esa culpa no estaba repartida y acordaba. Lo confirma la guerra abierta que se ha iniciado en las últimas horas entre los ministerios de Presidencia y Defensa para evitar a toda costa convertirse en los cabezas de turco. Están tirándose las leyes a la cabeza para tratar de salvarse de la quema. Unas leyes, por otra parte, que de forma muy española son imprecisas y abiertas de las tan tradicionales duplicidades con las que tanto dinero se derrocha.

Leyendo las leyes está claro que la competencia es del Centro Criptográfico Nacional (CCN), un órgano que depende del CNI. Tan claro como que el artículo 13 de la ley de creación del Departamento de Seguridad Nacional (DSN) también le da esas atribuciones. Tan claro como que el CCN no puede hacer su trabajo si la Secretaría General de Presidencia, de la que depende el DSN, y que entonces dirigía Félix Bolaños, no le entrega el teléfono presidencial.

Y así es como, por arte de magia, la negligencia apunta a un Bolaños que jamás pensó que él podría terminar cargando con la culpa de la brecha de seguridad en el móvil de Pedro Sánchez cuando compareció el lunes en la Moncloa para lanzar la cortina de humo que pensaron que tan buena idea iba a ser. Lo que evidencia que nadie planificó las consecuencias, porque parece claro que Bolaños no pretendía inmolarse el pasado lunes.

Pero no pasa nada, porque Bolaños es político, y del PSOE, y amigo personal del presidente. Es mucho más fácil que los platos rotos los pague la directora del CNI, que es funcionaria de la casa y puede regresar a la estructura del centro sin que dimita sea un político profesional. Y además es objetivo prioritario de Podemos, el tercer bando de esta guerra en el Consejo de Ministros, que está intentando llevarse por delante a Robles desde hace tiempo.

"El general que gana la batalla hace mil cálculos en su templo antes de luchar. El general que pierde hace solo unos cuantos cálculos de antemano". Ya lo dijo Sun Tzu.

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