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Javier Arias Borque

Los pirómanos de la Moncloa, la claudicación ante Marruecos y el desastre con Argelia

En Moncloa sabían que el cambio de postura sobre el Sáhara iba a clavarse como un puñal en el orgullo propio argelino y que habría consecuencias.

En Moncloa sabían que el cambio de postura sobre el Sáhara iba a clavarse como un puñal en el orgullo propio argelino y que habría consecuencias.
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español | Cordon Press

¿Puede un Gobierno hacerlo todo absolutamente mal? La lógica haría pensar que, aunque solo fuera por la providente aparición de un porcentaje mínimo de aleatoria fortuna, los mandatarios de un país tomarán al menos un decisión acertada entre el torrente de elecciones que deben acometer sobre un determinado tema. La realidad, en España, es que el Gobierno no ha acertado en ni una sola decisión en lo que a la relación con el Magreb se refiere. Es totalmente imposible hacerlo peor.

Es cierto que España está en una situación difícil. Tiene que gestionar sus relaciones con dos países que viven históricamente enfrentados, pero nunca en nuestra reciente democracia se había llegado a una situación tan compleja. Y nunca España ha tenido que gestionar un problema en su frontera sur con tan pocos ases en la manga. Y lo peor es que la situación ha sido creada de forma artificial por las mentes pensantes del Palacio de la Moncloa, que han actuado como pirómanos.

Pedro Sánchez y su equipo han dejado casi vendida a España en su relación con Marruecos. En los dos últimos meses han decidido claudicar ante Mohamed VI y regalar la gran baza negociadora de nuestro país frente al régimen alauí: el Sáhara Occidental. La posición histórica de España era la de apoyar un referéndum de autodeterminación dirigido por la ONU y nunca aceptar la integración en Marruecos sin que lo hubieran decidido los propios saharauis.

La anexión definitiva y legal del Sáhara Occidental es una prioridad absoluta para Marruecos. Y en ello España es fundamental. Lo es porque según la legalidad internacional sigue siendo la "potencia colonizadora" y es la que tiene que pivotar la transición al futuro de este territorio. Los españoles pueden pensar que ceder con el Sáhara da lo mismo porque en España importa poco el Sáhara, pero la importancia y el valor real de esa baza negociadora la da el interés extremo de Marruecos.

No se trata de temas morales o de supuestas deudas históricas de responsabilidad con el pueblo saharaui. No hay que olvidar que el Frente Polisario intentó expulsar a España del Sáhara a base de bombas y asesinatos. En total, 298 atentados contra españoles que a día de hoy siguen impunes y cuyo sumario duerme el sueño de los justos en la Audiencia Nacional, pese a los desesperados esfuerzos de la Asociación Canaria de Víctimas del Terrorismo (ACAVITE).

Lo más terrible de todo es que Sánchez y sus asesores políticos han entregado la gran baza española a cambio de nada, para tratar de calmar uno de los múltiples chantajes espasmódicos que a lo largo de las últimas décadas han lanzado desde Rabat. No se ha conseguido a cambio que renuncie a sus aspiraciones anexionistas sobre Ceuta y Melilla y a las islas y peñones. O que renuncie a sus aspiraciones sobre el monte subterráneo Tropic, rico en minerales tecnológicos.

Es lógico, por tanto, que vuelvan a planear sobre esta catástrofe geoestratégica los fantasmas del reconocido robo de datos del teléfono de Pedro Sánchez en mayo de 2021 y que todo apunta a que fue ordenado desde Marruecos. ¿Estamos ante la mayor crisis internacional del Gobierno de España con sus vecinos del Magreb en décadas por culpa del contenido del móvil presidencial?

Sánchez ha tomado la decisión en un momento en el que Argelia está especialmente irritada con Marruecos. Hace unos meses, Argel cerró el gasoducto que trasladaba gas desde el desierto argelino a la Península Ibérica a través de territorio marroquí para que Rabat dejase de acceder de forma gratuita a una parte de ese gas. Y tampoco andaba muy bien con España, hasta el punto de que Argel amenazó con cortar el gas a España si en la Moncloa se atrevían a suministrar gas argelino a Marruecos, como estaban planificando.

Por si fuera poco, Argelia es la gran defensora de que el Sáhara Occidental sea un país independiente. En su desierto, al suroeste del país, se encuentra el campamento de Tindouf, donde están los saharauis que salieron huyendo de su territorio tras la invasión marroquí y el centro de decisiones del Frente Polisario. Sabían a la perfección que la decisión iba a clavarse como un puñal en el orgullo propio argelino y que habría consecuencias.

Y, pese a ello, Pedro Sánchez no ha hecho ningún esfuerzo importante en tratar de reconducir las relaciones más que erosionadas con Argelia. En el país norteafricano esperaron hasta ayer para tomar sus decisiones. Hasta la comparecencia del presidente español en el Congreso para tratar el giro de la posición histórica sobre el Sáhara. Como advertencia lanzaron antes una oleada de pateras sobre las Baleares. Tras escucharle, suspendieron el tratado de Amistad que se firmó hace 20 años.

Para terminar de hacerlo mal, rematadamente mal, la decisión de Sánchez ha llegado en un momento en el que el gas y el petróleo están disparados de precio por la invasión rusa de Ucrania. En el momento el que toda Europa busca vías de acceder a estas materias primas sin enriquecer los bolsillos de Vladimir Putin. En el momento justo en el que España hacía castillos en el aire sobre la posibilidad de convertirse en una vía de paso vital para que el gas argelino abasteciese a la UE.

El hecho en sí de que el Gobierno de España y las grandes empresas energéticas estuviesen vendiendo esa posibilidad a los medios de comunicación es un reflejo claro de que estaban viviendo en la inopia. De que no eran conscientes -o no querían serlo- de que los actos tienen consecuencias y de que, tarde o temprano, Argelia iba a reaccionar ante lo que a sus ojos es una gran traición del que era su amigo español.

Ahora se abren dos posibilidades. Una grave y otra extrema. La primera es que Argelia suba de forma considerable el precio del gas que suministra a nuestro país y provoque una grave crisis energética. La otra, que corte el gas que suministra -ya ha prohibido las importaciones desde España- y que provoque una gravísima crisis energética. Toca rezar para que la Unión Europea solucione el problema en el que España se ha metido solita.

Entre metida de pata y metida de pata, España sigue mirando hacia otro lado ante sus problemas energéticos. La Estrategia Nacional de 2013, la primera elaborada en España, recogía entre los "riesgos y amenazas para la Seguridad Nacional" el hecho de que nuestro país dependiese para proveerse de gas y petróleo de países que están en zonas altamente inestables y de países con gobiernos más que cuestionables.

Cuatro años después, en la Estrategia Nacional de 2017, ya había un apartado específicamente dedicado a la "Vulnerabilidad energética". En el mismo se decía, entre otras cosas, que "el suministro energético es clave para un país como España, que depende para su abastecimiento en gran medida de zonas como África del Norte o el Golfo de Guinea", que tienen una "importante inestabilidad geopolítica". Nada se ha hecho desde entonces para mejorar la situación.

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