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Enrique Navarro

La decisión más importante en la historia de la Humanidad

La decisión parece ya tomada: salvaremos el presente cierto a costa de un futuro incierto

La decisión parece ya tomada: salvaremos el presente cierto a costa de un futuro incierto
Nancy Pelosi llega a Taiwán. | EFE

A lo largo de la historia se han adoptado decisiones estratégicas de gran calado global. La toma de Constantinopla, la división del imperio romano, la Hégira de Mahoma o la expedición de Colón. Las dos más recientes fueron adoptadas por Japón en diciembre de 1941 y por Hitler en el verano de 1939, que condujeron a la Segunda Guerra Mundial, y por Harry Truman el seis de agosto de 1945. Pero, por muy trascedentes que fueran estos hechos, no ponían en peligro la convivencia ni siquiera la supervivencia de la humanidad; sin embargo en el mundo nuclear, una decisión de esta envergadura nos conduciría al holocausto definitivo.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la geografía mundial se transformó como nunca antes, y este cambio se generó en un entorno de guerra fría nuclear, de manera que cada decisión implicaba alterar un statu quo de consecuencias impredecibles. Entre 1945 y el 2022, el número de países casi se duplicó, y en cada una de estas declaraciones de independencia hay una historia y un conflicto detrás. Ucrania y Taiwán son dos casos evidentes de un mundo construido a base de miedos y con escasa visión de sostenibilidad.

Como ocurrió en los años treinta, volvemos a tener dos potencias expansionistas y autoritarias, una en Europa y otra en Asia: Rusia y China, por cierto los dos grandes enemigos de las potencias del Eje, lo que no deja de ser curioso. Entre las dos acumulan 1.500 millones de habitantes y una extensión de 25 millones de kilómetros cuadrados, seis veces la de la Unión Europea. Su aliados agregan otros cinco millones de kilómetros cuadrados y otros 600 millones de personas.

Ante esta realidad, Estados Unidos y Europa se vuelven a ver ante la tesitura de mantener una guerra mundial en dos frentes, cada uno en las antípodas del otro y contra un enemigo dispuesto a todo para culminar sus objetivos, y sin las restricciones de la libertad de prensa o de las urnas.

Rusia como China llevan años preparándose militarmente para restaurar su viejo poder y acometer su visión imperialista, con un factor diferente. Esta vez ya no se trata de acometer "guerras indirectas": el Eje Moscú Beijing está dispuesto a una guerra directa contra Occidente, y la razón es evidente, se sienten ganadores.

Del estado militar de Moscú ya hemos hablado mucho en los últimos meses; la entrada en juego de actores como Irán, más allá de la aportación militar, es un salto cualitativo en esta nueva polarización del mundo que lo desliza al caos. Pero China y su balance con Taiwán y con los países occidentales en Asia es otro cantar. Todos los analistas consideran que a la velocidad actual del proceso de modernización chino, Beijing tendrá la superioridad militar en Asia en 2025 y en el mundo en 2035, y esto no se hace para mantener la cuota de exportaciones de juguetes a Occidente.

Una rápida ojeada a las fuerzas chinas y a su despliegue en el teatro del Sudeste Asiático da muestra de la magnitud de la fuerza desplegada, ante la cual Taiwán nada puede hacer sola.

Tratándose de una isla, lo relevante es observar el despliegue aeronaval chino para darnos cuenta de que se trata de la mayor aglomeración de fuerza militar de la historia. China tiene desplegados en este escenario 21 de sus 32 destructores, 41 de sus 48 fragatas, 33 de sus 50 submarinos convencionales, 4 de sus 6 submarinos nucleares y 49 buques de desembarco de 57, y sobre todo, tiene 2 de sus 3 portaaviones. A esto se añadirán para 2025 un cuarto portaaviones y los nuevos destructores de 13.000 toneladas tipo 55 con 112 misiles verticales, con una capacidad similar a los cruceros Ticonderoga. Frente a esta fuerza, Taiwán dispone de algunos destructores y fragatas de los años ochenta. Si hablamos de la aviación, China dispone de unos 800 cazas de combate de cuarta generación por unos 140 de Taiwán, y ya tiene unos 50 cazas de quinta generación, similar a los F-35. En dos años este número se habrá elevado a 200. Un abismo los separa.

Es cierto que la capacidad aeronaval de Estados Unidos en la zona más Japón, Corea del sur y Australia pone en igualdad a las dos fuerzas, pero, ¿realmente estamos dispuestos a una conflagración militar involucrando a todos estos países por una isla que nadie reconoce como territorio soberano? La respuesta parece bastante obvia si no fuera porque quizás China ya ha tomado la decisión por nosotros.

La recesión económica que se nos avecina a todos, de una virulencia que seguramente no recordamos, el sometimiento de la población europea a una economía de guerra, de la que los primeros recortes de energía, son solo un indicio de lo que está por venir, la amenaza militar, la presión energética, la disrupción de las cadenas de suministro que mantendrán la espiral inflacionista y la crisis industrial juegan en contra de decisiones arriesgadas. Por eso cuando todo está tan mal, la visita de Pelosi a Taiwán viene a complicarlo todo sin que se vean los beneficios.

Ante este panorama, Occidente debe tomar una decisión histórica y de unas consecuencias que producen mareo solo de pensarlas. Si las sociedades occidentales no están dispuestas al sacrificio que sí hicieron los jóvenes norteamericanos en las playas de Normandía para salvar a un continente que desconocían, ni a soportar la crisis económica; si los partidos políticos alternativos están dispuestos a hacer saltar por los aires los sistemas políticos democráticos en aras de un populismo entreguista sin que exista una conciencia en la población de que debemos persistir en los esquemas actuales, estaremos condenados a admitir sacrificios geoestratégicos para mantener la economía y el bienestar de nuestras naciones. En esta tesitura, deberíamos considerar resolver la cuestión con la entrega de Ucrania y Taiwán a sus acosadores, y ganar algo de tiempo en espera de que algo pase en Moscú o Beijing que cambie el panorama. La experiencia nos dice que estos milagros nunca se producen. El efecto económico positivo sería tan inmediato que es un caramelo demasiado apetitoso para los gobiernos occidentales cuando llegue el crudo invierno y falte el gas, la gasolina y el grano.

La alternativa churchilliana sería atacar hasta la victoria, luchando en todos los escenarios, apoyando a Ucrania y a Taiwán de forma incesante y poniendo contra las cuerdas económicamente a China y Rusia, aunque nosotros nos echemos la cuerda al cuello. Este escenario solo es posible si se produce una involución estratégica en Occidente, dispuesta al racionamiento y a la recesión por salvar la libertad, con la visión de resurgir hasta llevar al convencimiento a nuestros enemigos de que les venceremos militarmente y eso supone sacrificar numerosos beneficios sociales para atender la nueva prioridad, y no parece que vayan los tiros por ahí.

La alternativa es no hacer nada, es decir, seguir apoyando a Taiwán con visitas y nuevas palabras, y a Ucrania, pero sin involucrarnos militarmente. Este sería el mejor escenario para Moscú y Beijing, que podrían alcanzar sus objetivos de superioridad militar global en diez años, y mientras tendrían a Occidente con una tensión social, económica y política que manejarían como una goma a su antojo. Esta patada adelante nos llevaría indefectiblemente al peor escenario, es decir soportar la crisis y perder capacidad militar y política en todos los continentes. Occidente quedaría rodeado y sin capacidad de victoria y lo que es peor sometido a la tiranía.

Mucho me temo que en el Tik Tok world, la decisión política más acertada y menos comprometida sería abandonar a Taiwán y Ucrania a su suerte, y salvarnos aunque sea por una década, porque, ¿cuántos votantes estaremos vivos cuando llegue ese holocausto? Hasta el envejecimiento de nuestras poblaciones juega en contra de pensar en el futuro, así que la decisión parece ya tomada: salvaremos el presente cierto a costa de un futuro incierto. Eso sí, habrá que mantener el secreto a nuestros hijos como si se tratara de los Reyes Magos.

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